Capítulo VIII: Nostalgia

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Ese día había imaginado que Chiyō estaba oculta debajo del escritorio de Kotetsu y ella le seguía el juego para el chunin no se diera cuenta de sus travesuras, pero al llegar el edecán a su puesto de trabajo, los colores de la oficina se tiñeron de gris. Volvió su mirada al documento que tenía enfrente, pero la concentración no estaba presente y empezó a garabatear en una hoja en blanco. ¿Cómo era posible sentir tanto por una chiquilla que solo había conocido brevemente? Resopló, ahora solo parecía un sueño distante. Su mirada volvió a anclarse a la puerta de su jefe, ¿recordaría a Chiyō? ¿O solo era parte de su propia imaginación?

—¿Shizune? —le preguntó Kotetsu con una sonrisa traviesa dibujada en sus labios, seguro pensaba que Shizune estaba enamorada de su jefe y que por eso la mujer parecía melancólica ante la posible visión del Hokage salir de su oficina. No estaba del todo equivocado—. ¿Está todo bien?

La morena forzó una sonrisa y asintió.

—Sí, solo estoy cansada —le dijo—, creo que me iré al apartamento.

Tomó sus cosas como si la persiguiera un demonio y huyó rápidamente por los pasillos de la Torre, apenas llegó a las escaleras, se topó cara a cara con Akimichi Chōji y él se disculpó por asustarla y, como pudo, se hizo a un lado para dejarla pasar. Shizune recordó que él también se había topado con Chiyō cuando jugaban a estar en una misión de infiltración.

—¿Todo bien? —preguntó él al ver que la mujer no se movía.

—Sí..., discúlpame.

Shizune se dispuso a seguir caminando escaleras abajo, pero el Akimichi la detuvo.

—¿Cómo está esa niña, la del programa que tienen con la señora Tsunade?

Shizune no pudo evitar sonreírse, al menos el heredero de Chōza recordaba a su hija de otra dimensión y le confirmaba que no estaba volviéndose loca, porque aquello sí había ocurrido. Aclaro la garganta para responder sin que salieran graznidos en vez de palabras, pero al abrir la boca, no supo que decirle.

—Volvió a su casa —dijo luego de unos instantes—. Su tío vino por ella, estaba perdida.

Akimichi asintió contento y se despidió cortésmente en la escalera para poder entrar al fin a la Torre. Shizune siguió su camino con una lentitud poco característica en ella, ya que normalmente corría de un lado al otro para poder hacer las mil y una cosas que tenía previstas; pero ahora no tenía prisa. Repasó el camino que tomó con Chiyō en su misión de infiltración para finalmente llegar al parque de en el que jugó la niña de otra dimensión.

Distinguió a lo lejos la voz de Kurenai, ella paseaba junto a Kiba y Tamaki, con Mirai montada en Akamaru. Antes de que la viuda de Asuma la viera ahí parada como la loca que había sido al llegar a su casa, con una historia fantástica de una niña del futuro, se adentró más en el parque para perderlos. Cuando estaba por salir del parque con el corazón en la garganta y contrariada por las lágrimas que amenazaban por brotar, notó que una pequeña feria estaba ahí. Intentando animarse un poco, se secó las lagrimas que se aferraban a sus pestañas y empezó a ver los objetos que ofrecían en esa feria.

Mirando unas hojas de té traídas de otro país, pensó en el por qué extrañaba tanto a la niña. Pensó en sí misma como una niña y se dio cuenta lo mucho que le faltó un padre y una madre presentes para jugar cartas junto a ella o ir al parque, parte de ella estaba arreglando lo que había perdido muy pequeña con Chiyō.

—¡Señorita Shizune! —la llamaron desde unos puestos de maquillaje natural, un par de metros más allá. Al voltearse, vio que la voz le pertenecía a Yamanaka Ino y su maestra de Artes Femeninas, Namida Suzume, estaba junto a ella. La rubia dejó el labial que estaba mirando y caminó rápidamente hacia ella. Al llegar, la abrazó delicadamente y susurró algo en su oído—. Justamente hablábamos de usted.

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