Capítulo 3. Lo que está prohibido

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LILA

Primera noche en el convento

La extraña sensación de estar en una cama distinta y bajo un techo que no era el mío me tenía inquieta, era imposible conciliar el sueño debido a una imagen fatídica que no dejaba de acosar mis pensamientos. Mi madre se había marchado llena de temor y sabía muy bien que tenía buenas razones para estar asustada, las hirientes palabras de mi progenitor regresaron como flashes de terribles momentos y juro que pude sentir un golpe castigador en la costillas. Me quedé sin respiración antes de sentir la necesidad intensa de rezar por mi madre.

Esperaba que mi padre no la hubiera recibido con una botella y los golpes de su puño, porque las últimas fuerzas de lucha que quedaban en su cuerpo se marcharían muy pronto. Recé por ella, porque estuviera a salvo, pero el miedo había abnegado mi racionalidad. 

Me levanté de la cama y me dirigí al exterior. Sabía que había una capilla que podía ser usada como espacio de plegarias en el convento, por lo que decidí dirigirme a ese lugar. Encendería una vela por mi madre y rezaría hasta sentirme más tranquila, hasta el amanecer si era necesario.

Ese fue mi plan inicial, pero no sabía que este lugar de plegarias estaría ocupado.

Caminé en el silencio de la noche esperando que nadie escuchara mis andares, no quería molestar el sueño de nadie o interrumpir alguna olvidada oración nocturna. Sin embargo, al llegar a la capilla del convento lo primero que noté fueron los sonidos suprimidos en el interior, por lo que ralenticé mis pasos intentando comprobar que todo estuviera bien a mi alrededor. Fue extraño porque era bastante tarde, horas de la madrugada en las que no esperarías a nadie despierto.

Me acerqué lentamente, temía que fuera un ladrón que estuviera allanando el lugar y que por la sorpresa de verme intentara atacarme. Claro que, no fue un ladrón lo que me encontré en el interior de aquel pequeño espacio sagrado.

Una de las hermanas que había conocido solo de nombre esa misma tarde se encontraba allí, reconocía su rostro porque la cofia se había caído de su cabeza, mostrando su pelo oscuro. Lo más sorprendente de la situación era que no estaba sola, la suave luz que se filtraba desde el tabernáculo dejaba ver el perfil de su acompañante. Un hombre que llevaba una sotana negra desabotonada en el cuello.

No podía moverme de la impresión, solo podía mirar. La pareja se acercó como si compartieran un secreto al oído y lo siguiente que sucedió fue que se estaban besando con pasión. Devoraban los labios del otro como si debieran robarse el aliento para poder respirar. Las manos de ambos comenzaron a recorrerse, tocarse, acariciarse, hasta que el peso de la excitación los hizo caer en uno de los bancos de madera.

La hermana se dejó hacer y el primer gemido intentó ser reprimido, pero aún así lo escuché. Las manos del padre recorriendo el contorno de la seductora figura femenina hasta terminar en el dobladillo del hábito, uno que fue levantado hasta que las piernas desnudas de la mujer se mostraron y los labios del padre bajaron para zambullirse en la entrepierna femenina como un sediento moribundo lo haría en un rio. La observé estremecerse, gemir y rogar por el placer con libertad y lujuria. Los gestos de éxtasis siguientes resultaron tan sinceros que me hicieron sentir como lo que era, una intrusa.

Volteé la mirada al suelo, por fin y luego de unos segundos corrí, los más silenciosamente posible, de regreso a mi habitación asignada. Me enterré bajo las sábanas ligeras que se me habían entregado y dejé que la avalancha de pensamientos recorriera mi mente como un terremoto. Sabía que lo que había visto estaba prohibido, que debía ser un secreto de los que te llevas a la tumba, pero mi mente no podría dejarlo ir.

Pecados sagrados de una noviciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora