LILA
La Eucaristía inició con normalidad, Ángel y yo nos movimos por la iglesia como si nos hubiéramos puesto de acuerdo con antelación. Debo admitir que estaba completamente agradecida por la intervención que había hecho en la oficina, unos minutos antes. El padre Alonso había estado acosándome de la misma forma en la que lo había hecho la tarde anterior antes de que fuera la madre Catalina la que me rescatara de aquella terrible situación.
Me sentía incómoda, temerosa y bastante asustada. Detestaba tener que quedarme a solas con Alonso, pero no iba a poder librarme de él con facilidad. Me había enterado de ese hecho aquella misma mañana cuando la hermana Teresa no había encontrado ningún deber para mí en el convento, una vez más. Tuve el impulso de ocultarme en la capilla y dar una excusa sobre rezos que enviaba a mi familia o algo parecido, pero la madre superiora no me dio la oportunidad.
Terminé, sin desearlo, en la oficina de la iglesia en compañía del padre Alonso junto a la "maravillosa" noticia de que estaría mucho más tiempo en aquel lugar si mi ayuda era necesaria. Por supuesto que él aceptó de inmediato mi estancia, alabando mis conocimientos administrativos, algo que sorprendió a la hermana Catalina quien decidió dejarme casi permanentemente en aquella oficina.
-Debemos entregar los cantos y rezos del día -le dijo Ángel interrumpiendo sus pensamientos fatalistas -toma algunos y repártelos en silencio.
Hice lo que él decía sin quejarme y de inmediato los asistentes me lo agradecieron.
Unos minutos más tarde, Ángel se encontraba junto al padre Alonso para continuar con los procedimientos regulares de la misa. Escuchaba las palabras con millones de pensamientos distrayéndome al mismo tiempo. Estaba preocupada por quedarme a solas con el padre Alonso, estaba segura de que nada bueno resultaría de esos momentos de solitud entre nosotros.
-¿Te sientes bien? -escuché una voz a mi lado -te ves bastante pálida, empezaré a creer que no es solo una excusa.
Ángel estaba allí conmigo. Mis ojos lo miraron con el deseo anhelante que siempre sentía en su cercanía y reaccioné con la excitación sincera a la que ya me había acostumbrado al verlo, sentirlo cerca o pensarlo. Él era para mí, una droga que estimulaba cada uno de mis sentidos y lo peor era que no me disgustaba ni un poco percibirlo de ese modo, porque se sentía tan placentero percibir solo el calor sutil de su piel, que me dejaba llevar.
-Estoy bien -mentí con la misma fuerza que sentía ese día.
Él me miró con una extraña impresión y luego se acercó más a mi cuerpo como si no pudiera evitarlo.
-Lamento si interrumpí algo esta mañana -musitó él sin mirarme y frunciendo los labios -no fue mi intención inmiscuirme en...
-¡No interrumpiste nada! -corté yo al comprender las implicaciones de sus palabras -todo lo contrario, me rescataste de una situación incómoda y desagradable...
Aquella era una confesión completa que podía meterme en muchos problemas, por lo que preferí callarme en ese mismo instante. Miré en dirección al altar de la iglesia donde el padre Alonso seguía leyendo las palabras sagradas de los apóstoles, aunque me retorcí de incomodidad por mi error.
-Lila, mírame -pidió Ángel con suavidad y no pude hacer otra cosa que conectar mi mirada con esos ojos hermosos -¿el padre Alonso ha hecho algo que te haga sentir incómoda? Dime la verdad, por favor.
Sabía que me equivocaba, sabía que tenía que quedarme callada, pero no podía mantenerme en silencio. Mis experiencias con el maltrato me decían que mientras más tiempo transcurría en el silencio, mucho peor era la situación cuando necesitabas enfrentarla. Nada sería lo mismo.
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Pecados sagrados de una novicia
RomanceUna sonrisa coqueta. Una blusa demasiado atrevida. Y una actitud que iba con la imagen. Lila quería escapar de lo que la lastimaba, ese era su objetivo. En el seno de una familia religiosa, el padre es un adicto violento que sucumbe a los vicios y...