Capítulo 7. Confesión inmoral

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LILA

La sensación de los labios de Ángel sobre los míos fue mejor de lo que alguna vez pude imaginar. Todo mi ser respondía a él, mi corazón latía emocionado, mis pezones se alzaban con el deseo de ser acariciados, mi excitación era tal que me sentía en llamas de un modo que solo podía deberse a él y respirar era una acción secundaria en ese instante. Lo primordial en ese momento era seguir disfrutando de aquel beso como si mi vida dependiera de ello.

Nos perdimos profundamente en el beso y no quise regresar a la realidad. Mi piel ardía con sensibilidad, todo estímulo se sentía como si fuera demasiado para mi poco preparado cuerpo. Me estremecí en el segundo en el que las manos masculinas sujetaron mi cuello para guiar mis movimientos y profundizar el beso, si eso era posible. Devorábamos nuestros labios, acariciábamos la lengua del otro como si quisiéramos tentarnos de toda forma posible. Era un instante exquisito, lleno de placer puro que compartía solo con Ángel.

Estaba tan húmeda que mis muslos goteaban un poco y mi feminidad clamaba por ser acariciada, complacida hasta el orgasmo. 

Gemí con fuerza en el segundo en el que mi cuerpo chocó con deseo contra el de Ángel y pude sentir toda la extensión de su impresionante erección. Mis caderas se mecieron con suavidad contra la dureza que suponía el deseo masculino, solo porque quería escucharlo gemir y cuando el sonido escapó de sus labios fue mucho más seductor que el canto de una sirena. 

Nos separamos unos segundos más tarde, sin embargo, intentando recuperar la respiración y con las miradas confundidas como cuando has bebido demasiado del vaso de licor que tienes en las manos. 

-Yo solo... -comentó él con voz contenida, pero no siguió.

-Lo sé, lo entiendo completamente -sonreí con suavidad y me sentí ruborizar, por tonto que eso fuera.

-Jamás he experimentado algo parecido -confesó él todavía sin respiración.

-Yo tampoco -afirmé con honestidad.

Nuestras miradas volvieron a conectarse en ese instante y fue como si ambos nos sintiéramos complacidos con saber que aquellas sensaciones eran únicas, privadas, algo que solo sucedía entre nosotros. 

Salimos del confesionario unos segundos más tarde, teniendo mucho cuidado de los ojos indiscretos en el exterior. Nadie estaba en las cercanías, agradecí en silencio por ese hecho. Ángel dio dos pasos alejándose de mí antes de voltearse y mirarme como si dudara de la forma en la que debiera despedirse de mí. Eso volvió a emocionarse como sabía que no debía, todo lo que estábamos haciendo era pecado, era prohibido, pero se sentía deliciosamente bien.

-¿Pensarás en mí? -pregunté entonces, evitando la duda que mostraba su mirada -en tu habitación, esta noche...

-Cada segundo -afirmó él con una mirada tan cargada de deseo que casi me lancé a sus brazos para besarlo de nuevo -no he dejado de hacerlo desde el primer día.

La implicación de sus palabras llenó mi mente de imágenes obscenas que me hicieron estremecer de excitación y Ángel lo notó de inmediato.

-¿Tú pensarás en mi? -me preguntó él con ese tono grave y seductor de su voz que me derretía.

-En cada ocasión y cada lugar -musité con el rubor en mis mejillas, pero confesando la verdad.

Su mirada me llenó de calor ardiente, pero su sonrisa complacida hizo estragos en mi pecho de formas que no supe identificar. Aquel hombre resultaba ser una tentación andante y me encantaba caer en sus brazos.

Lo observé marcharse con una sonrisa complacida y esperé unos segundos para marcharme también. La experiencia había sido maravillosa, no deseaba arruinarla encontrándome con el padre Alonso en ese instante. Regresé al convento para el almuerzo que compartía con el resto de las hermanas. Me serví como lo haría en cualquier otra ocasión, salvo por el hecho de que me sentía observada.

Pecados sagrados de una noviciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora