Intro

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Estoy hipnotizada por el relato que estoy escribiendo. Tengo las manos heladas, lo cual es algo positivo a la hora de tomar la taza de té caliente. Acaricio con suavidad las pequeñas grietas de la oscura madera del escritorio con la yema de mis dedos. Releo lo que ya he escrito, a la espera de nuevas palabras. En los primeros días de Febrero, el frío inunda cada rincón de la habitación, todo menos mi pecho, cuando me siento tan inspirada me entra una adrenalina exquisita, acompañada por la aceleración de mis latidos cardíacos, y puedo casi sentir como se dilatan mis pupilas mientras tipeo.

- Siempre he querido saber qué hay en tu mente. Cada segundo que pasa.- Me dice, a la vez que interrumpe todo lo que estaba haciendo. ¿Hace cuánto tiempo me ha estado observando?
- ¿Por qué?- Pregunto sonriéndole. Luce tan lindo y joven en joggings, recostado contra el marco de la puerta, la luz tenue y cálida del despacho hace que sus oscuros ojos se vean irresistibles, más de lo normal.
- Porque ha de ser el lugar más increíble para estar. Puro arte.- Hace una pausa mientras fija su vista al suelo. Sonríe apenas mostrando los dientes y vuelve a mirarme.- Podría ser un campo abierto, en el cielo un arcoíris, el sol podría brillar mientras se desata una tormenta eléctrica, acompañada de tornados de rosas.- Ríe.
- Agridulce.- Respondo. Río para mis adentros por el significado que le ha dado al arte, y a mi mente.
- Buenas noches, cielo.- Dice, acercándose a mi. Toma con sus manos mi rostro y me besa la frente.- No duermas muy tarde.- Baja hasta mis labios, los besa suave, pero firmemente.
- Haré mi mayor esfuerzo.- Murmuro.

Me despierto bajo el romanticismo de Blossom Dearie cantando "Manhattan", que se escucha en toda la casa, y doy por sentado que Nicholas ya no está en la cama. Tomo el acolchado con el que estaba tapada y me envuelvo en él para bajar a desayunar.
- Hola.- Pronuncio demasiado bajito. Nicholas mueve un sólo pie al compás de la canción mientras mira por la ventana.
Me acerco para estar justo a su lado y poder contemplar lo mismo que él. No me mira, pero sé que sabe que estoy ahí justo cuando toma mi mano y la acaricia con el pulgar formando círculos.
- Buenos días.- Dice, y se gira para sonreírme con los ojos.- ¿Has dormido bien?
- Bastante, gracias.- Me pongo en puntas de pie y lo beso.- ¿Tú? ¿Has desayunado?
- Estaba esperándote.- Sonríe. Y se ve tan bien cuando lo hace. Sus ojos se achinan, pero sólo un poco, y a cada costado de su sonrisa se forman dos perfectos hoyuelos. Pero si sonríe más ampliamente, se forma un tercero en el lado derecho.
- Ya estoy aquí.- Respondo impaciente. No como hace horas.
Preparamos juntos nuestro desayuno. Tostadas, diferentes mermeladas caseras, frutas, huevos revueltos, jugo exprimido, té para Nick, café para mí.
La paz inunda la casa, da gusto poder disfrutar de esto. Los padres de Nicholas van a su piso en Madrid todos los fines de semana, por ende nosotros nos quedamos aquí para alejarnos del mundo unas cuantas horas.
Cuando terminamos de comer, Nicholas me toma la mano, y nos dirigimos a la sala que más nos gusta: la biblioteca. Allí cada uno se sumerge en su propio universo, pero juntos. Mientras yo leo, o escribo, él corrige toneladas de libros que le han enviado. A eso se dedica, es corrector de libros, y gracias a ello nos conocimos. Pero no, aún no he publicado nada. Hace casi un año le había pedido a mi padre que contratara a alguien para que corrigiera una de las obras que ya había terminado, entonces él y sus hoyuelos aparecieron.

EnséñameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora