Invocando al pasado

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Mi cuerpo está helado, casi me duelen las extremidades, pero no quiero moverme, estoy agotada. Empiezo a recrear en mi mente los hechos de la noche anterior, la fiesta, los tragos, el mundo de gente, ¿Nicholas?, el beso, ¿lo besé yo? Un leve dolor me inunda la palma de la mano derecha y recuerdo que lo he abofeteado justo después de besarme, me ha besado él, no fui yo, ¿por qué habría sido yo?.

Abro los ojos a duras penas, me encuentro completamente destapada, las ventanas están abiertas, y afuera se desata una tormenta. Me levanto, compruebo las notificaciones de mi celular: tres mensajes, los leeré luego,. Enciendo el equipo de música y me encamino a la ducha.

Los días lluviosos mejoran notablemente mi humor, amo cuando el gris oscuro cubre el cielo, el olor de la lluvia, y principalmente, salir a caminar cuando toda la ciudad está en casa. Barcelona se ve mucho más linda cuando está sola, mojada y fría, casi desamparada.

Bajo las escaleras en busca de mi papá, o mi hermano, pero el silencio reina en este lugar, vacío, casi infinito. Vuelvo arriba y me decido por leer los mensajes: dos de Andrea, uno de Nicholas. Borro el de él sin siquiera leerlo, y abro los de mi amiga. "Vamos a estar en la casa de Eros, ven", "¿Dónde estás?".

Elijo jeans negros ajustados, la primer camiseta oscura que encuentro, la chaqueta, me pongo algo de delineador y salgo. El camino no es tan largo, por ende no dudo en caminar hasta allí, aprovechando que no hay casi nadie en la calle.

Eros tiene una casa enorme, y unos padres muy despreocupados: positivo para sus amigos, negativo para él, aunque aún no se de cuenta, o lo oculte muy bien. Yo nunca hablo de mis padres, pero soy consciente de que no se preocuparon por mí lo suficiente, ni antes, ni después de lo que me ha ocurrido. Mi padre se la pasaba apostando, y mi madre trabajando para saldar las deudas de él. Teníamos una casa exageradamente grande, éramos cuatro y todos siempre estaban fuera. Al principio lo sufrí, tenía que quedarme en casa de alguna tía o abuela, pero cuando cumplí los trece dejé de ir, para pasarme el día en la calle.

Toco el timbre, y desde fuera se puede escuchar como éste resuena en cada esquina del interior. Luego de unos segundos abren la puerta, y me quedo pasmada: Nicholas.


- Eh... hola.- Dice intentando ocultar cualquier tipo de expresión en su rostro. Lo miro seria, y sin pronunciar una palabra paso a su lado para entrar.

- ¿Dónde está el resto?.- Digo indiferente.

- Han salido a por pizza y cervezas.- Sonríe

- ¿Todos?

- Todos.- Dice sin quitarme los ojos de encima.- Lo que pasó ayer...

- No es nada.- La indiferencia se me va muy bien.

- Pues para mi sí, te has comportado como una pendeja, esperaba unas disculpas.- ¿Disculpas? ¿Quiere que yo me disculpe? Está demente.

- No creo que te deba disculpas por nada, olvídalo.- La sangre me empieza a hervir, pero debo mantener la calma. He venido aquí por mis amigos, no por él. Y seguramente lo que está buscando es hacerme enfadar.



Me dirijo a la cocina pasando por alto sus gestos y palabras, como si no estuviera allí. Pongo los ojos en blanco cuando oigo sus pasos siguiéndome. Abre la boca para decir algo, pero por fortuna los chicos llegan justo a tiempo. Al ver a Andrea la fulmino con la mirada, sabe todo lo que ha ocurrido con Nicholas y sin embargo no me ha avisado que estaría aquí, a continuación me hace seña para que la siga al patio trasero.


- No te he dicho nada sobre él porque pensé que si lo hacía, no vendrías.- Dice en tono suave, y me recuerda que es ésta la razón por la que es mi amiga, sabe cómo manejarme, en el buen sentido, sabe cómo tratar conmigo. Se encoje de hombros a modo de disculpa y me sonríe, dulce.

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