Satoru permaneció más tiempo del que él mismo había pensado en la ciudad. No sabía si era para seguir ofreciendo sus servicios o para hacerme compañía en mi aburrida vida. No planeaba depender emocionalmente de él, pero inconscientemente y en contra de mi voluntad, Satoru se volvió mi gota de agua en el inmenso desierto.
Los encuentros se volvieron muy frecuentes y casuales, y la conversación fluía con facilidad. En un abrir y cerrar de ojos, conocíamos los sueños más retorcidos del otro. Una sola mirada bastaba para comunicarnos; un simple pestañeo decía más que simples palabras. Era alucinante, aterrador y tan malditamente reconfortante.
Una inquietud a la que no había prestado mucha atención se había incrustado en mi pecho, creciendo con el tiempo y avisándome de que algo se avecinaba una vez más.
Tenía miedo.
Aun así, si Gojo sonreía, yo lo haría con él. Compartía su dolor, enojo y felicidad, y él, más que nadie, se ofrecía a acompañarme en todas mis facetas. Éramos diferentes el uno del otro, exactamente, con diferentes ideales y principios. Despertar a su lado era, sin exagerar, mi única razón para abrir los ojos y enfrentar un nuevo día.
Y así, en el verano, Satoru apareció. Habían pasado dos primaveras y el otoño se asentó.
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El sudor seguía su frecuente recorrido por mi espalda, provocándome escalofríos y erizando los vellos de mi piel, mientras que mi interior ardía desde hacía mucho tiempo. La piel nívea de Gojo estaba a una temperatura agradable y el contacto de nuestros cuerpos se complementaba perfectamente.
Sus besos recorrían mi cuello, causándome cosquilleos que se paseaban por mi cuerpo, y las mordidas y marcas quedaban en el camino. Claramente, deseaba hacer lo mismo con Satoru. Esta vez me había tomado el tiempo de saborear, apreciar y grabar en mi memoria cada extremidad de Satoru. Este hombre era fascinante, lograba superar a la perfección misma.
Una danza de lenguas atropelladas había empezado, la saliva se escapaba de las comisuras de nuestros labios y estos pedazos de carne se tornaban cada vez más hinchados, rojizos por la succión. No nos impedía continuar.
Nos comunicamos con la mirada y Gojo posó un suave beso sobre mis labios. Había retenido el aire por unos breves segundos hasta dejarlo escapar lentamente, permitiendo que mi cuerpo se moviera al ritmo de las estocadas de Satoru en mi interior.
Cada acción era realizada con amor y total admiración. Todo en ese momento era hermoso, Satoru y yo juntos, como debería ser y como siempre debió haber sido.
Sin embargo, todo eso se ha convertido en un recuerdo sin vida, en una ventisca.
En menos de dos meses, la batalla final entre las posesiones de las dos naciones estalló. La noticia me afectó profundamente, aunque no de manera patriótica. La separación era obvia, y sabíamos que sucedería en algún momento en esa nación inestable. Habíamos sido engañados, y ese dolor en mi pecho se apoderó de mí.
En nuestro último encuentro, Satoru acarició tiernamente mi rostro, dándome suaves besos en los párpados, la nariz y las mejillas. Odiaba cada acción que hacía, detestándolo porque sabía que era un adiós.
- Volveremos a vernos, no debes el por qué preocuparte.
Habían sido sus palabras en un susurro decidido. Y le creía más que a nadie, él claramente debía volver. Yo debía volver con Satoru.
- Lo sé. -me había alejado un poco de su cálido cuerpo, mirándole frente a frente, y noté como sus bellos ojos tenían un leve temblor. Así que tomé sus manos besando toda la longitud tratando de trasmitirle calma.- Prometo permanecer con vida y hacerte el hombre más feliz Gojo.
Satoru había apretado sus labios mientras unas pocas lágrimas se desbordaban sin vergüenza. Me era incapaz ver al hombre que amaba tan triste e indefenso en ese momento.
- Sabes Gojo. -esperé que me observara directamente a los ojos- Nunca le tuve miedo a la guerra y mucho menos a la muerte, en cambio, la desafié, reté a Dios demasiadas veces y me había prometido morir una vez. Yo no tenía nada que perder. Ahora ese no es el caso ¿verdad?
Gojo parecía haber comprendido la intención de mis palabras; - Viviré por y para tí, mi vida y cuerpo te pertenecen Satoru Gojo.
- Prometo volver a ti.
Me habría encantado haberme explicado mejor ese día, decirle las tantas cartas de amor que había escrito para él y que mantenía ocultos bajo la almohada, las mil noches en las que pasé pensando en él inclusive si lo mantenía roncando entre mis brazos.
Satoru fue designado en el sur del campo de batalla, mientras tanto yo me mantuve en el oeste con la tropa.
Fueron días en el mismo infierno. Las posibilidades de una muerte en ese enfrentamiento eran altas. Más del 60% de los soldados dirigidos habían perdido aunque sea una extremidad de sus cuerpos, y el resto, solo podía llorar y lamentarse por estar en tan horrible situación. Era una gran matanza colectiva. Los cuerpos irreconocibles, destrozados extendidos en el combate era un espectáculo del día a día.
Ver los cuerpos me hizo pensar en Gojo. Mi cabeza había creado un sin fin de escenarios en donde Gojo estaría ensangrentado o sin extremidades. Odiaba el como Dios trataba de quitarme lo que más amaba.
La guerra finalizó.
Con pasos temblorosos me acerqué a la caja en donde yacía un cuerpo extendido y pálido por la falta de sangre. Remojé mis labios con la lengua y maldije sin importar la presencia de varios ahí.
- Volver en una ataúd no era parte de la promesa.
Gojo se veía miserable en esa maldita caja, ese debió haber sido yo.
En los siguientes días le grité a Dios por su injusticia, maldije en mi boca a personas que no conocía, y me maldije. El dolor fue agonizante, y no se podía comparar con el día en que mi difunta esposa falleció, ya podía asegurar que no la había amado tanto como para llorarle por años, no como lo había hecho con Gojo.
Observando la lápida bien cuidada, y flores recién puestas, me atreví en pasear el nombre de Satoru por mis labios varías veces, besé el aire imaginando los labios de Gojo y saqué uno de mis más recientes cartas.
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MILITIA | satosugu - OS
FanfictionSatoru Gojo, un mariscal que volvía de una fuerte lucha en el campo de guerra, regresa a las tan familiares tierras para seguir ofreciendo sus servicios, permitiéndole conocer a Suguru Geto, un simple hombre que llevaba viudo desde muchos años. ¿Que...