9. LA PRIMERA PUERTA

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 Giancane me había convertido en una guerrera con armadura. Era como si Xena se hubiese currado sus protecciones en una chatarrería. Me miré a uno de los polvorientos espejos del garaje con mi casco de roble, mis manos forradas de plata y mi bate gigante acabado en punta sobre mi chándal Puma blanco y no pude evitar sonreír. Si me vieran así caminando por el barrio se mofarían a mis espaldas porque era una mezcla perfecta entre un payaso ridículo y la tía que va a destrozarte el cráneo.

Aún tenía las heridas de la última pelea y me dolían las costillas, pero me moría por estrenar todo aquello. Era como comprar una moto nueva un día de lluvia, que lo que menos importa es mojarse. Pero el viejo era prudente. Era necesario que uno de los dos lo fuese.

— Niña, tienes que esperar a estar más fuerte.

— No es para tanto, coño. — Hice unos movimientos rápidos de pelea al aire.

— Esto no es un juego. Es peligroso.

— Sé que no es un juego, pureta... pero mi vieja se está poniendo pesada con volver.

— ¿Volver a dónde?

— Aquí a trabajar. Se nos acaba el tiempo.

— Pues dile a tu madre que no, que prefieres quedarte tú aquí.

— Va a sospechar de la hostia si le digo eso.

— Ya...

— Además, seamos sinceros. Somos el dream team de patear muertos pero... tiene la casa echa una mierda. Le conviene que vuelva.

— Eso es verdad. — El tipo pensó unos segundos. — Vamos al salón.

Lo ayudé a subir en su silla de ruedas los escalones que separaban la calle de la puerta. Nos recibió la penumbra, el frío y el olor a colilla quemada de aquella casa del terror. El incómodo ambiente de gritos y golpes en el piso de arriba se activó de repente, como si ellos también pudieran olernos a nosotros.

— ¿Ves ese libro rojo en la esquina de la estantería? – Señaló el anciano.

— Sí, el gordo.

— Tráemelo, por favor.

Agarré aquel libro y se lo alcancé sin ningún interés. Sólo podía pensar en cómo sería utilizar mi bate de roble, calculando cómo dar los golpes teniendo en cuenta la altura de los techos. Mientras, Giancane buscaba una página concreta en el libro.

— Aprovecha tu recuperación para leer esto. – Me ofreció el libro abierto por la mitad.

— ¿Yo? ¿Para qué?

— Para que sepas a lo que te enfrentas.

— Mire, ya he evaporado a dos de esos bichos, sé a lo que me enfrento.

— Sabes muy poco.

— Sé evaporarlos.

— Solo eso.

— ¿Y qué más quiero saber?

— Pues los cómos, los porqués, la historia extensa de su existencia.

— Mire, viejo... ¿Usted ha visto Los Vengadores?

— ¿Los qué?

— Los Vengadores. La película.

— No, no sé qué es eso.

— Pero sabe quién es Hulk, ¿no?

Noté en su gesto cómo le costaba aceptar ser quien no sabía el dato de los dos. Buscó en su memoria la palabra Hulk con tanta intensidad que hasta arrugó la frente del esfuerzo.

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⏰ Última actualización: Mar 26, 2023 ⏰

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