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Recortó la fotografía cuidadosamente, en ella se apreciaba a la familia Adler Mærsse en toda su extensión

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Recortó la fotografía cuidadosamente, en ella se apreciaba a la familia Adler Mærsse en toda su extensión.
Los dieciséis miembros festejando la boda de una de las hijas, Isolde.
El número estaba lleno de imágenes, últimamente no dejaba de ver sus rostros en las noticias de la socialité y en las revistas de moda, su naciente marca estaba despuntando y su prestigio, todo gracias a la matriarca: Yì Rén Adler.

Había pasado décadas enamorada de aquella mujer.
Amarla era amar también a sus gatos.
A su creación.
Hasta a sus hijos, que de algún modo eran una extensión de ella.

—Esas noticias no te hacen ningún bien, Jill —Una voz masculina le habló desde la entrada de su estudio.

—Lo dice alguien que aún puede verla y visitarla —respondió y se giró para mirarlo—. Haz tenido a sus bebés en tus brazos y ella prepara tus postres favoritos, mientras yo me tengo que esconder de su mirada.

«Esta es mi forma de mantenerla cerca de mi.» Agregó mentalmente.

—Yì Rén ha sido indulgente conmigo y perdonado mis múltiples equivocaciones —aseveró Darius—. Debo decir, sin embargo, que mis faltas y tus pecados son de naturalezas muy distintas.

Eso era cierto.

—No la lastimé tanto como tú, Darius —respondió.

Darius tomó asiento en uno de los taburetes y cogió la revista recortada para hojearla. Sabía que se estaba burlando de ella, tenía los labios apretados reprimiendo una sonrisa y una respuesta.
Habría preferido la crueldad al silencio, que le recordara sus errores a que dejara que ella llenara el vacío. Habría deseado que le dijera que él no mató a una de sus mejores amigas y a una mujer que de algún modo amaba.

—Dime, Jill —Se dirigió a ella con voz suave—. ¿Te gustaría que ella te busque?

Él sabía la respuesta.

—Sé que ella me busca —respondió con sequedad.

Y era cierto. Yrene —Yì Rén, como ahora la conocían todos—, llevaba casi cuatro décadas buscándola sin parar. Pero no precisamente como a ella le gustaría, no la buscaba para otorgarle la absolución.

—Es verdad, Jill —concedió él y dejó la revista de lado.

¿Cómo Darius se sentaba con tanta placidez en una casa que no era la suya? Estaba recargado casi con pereza, apoyando su cabeza en su mano izquierda, observándola con sus ojos oscuros entrecerrados, como si estuviera aburrido o somnoliento.

—¿Y a qué haz venido? —Lo cuestionó.

—Vine a ver a Dahlia, su prometida se encuentra muy inquieta —contestó.

—Por el evidente desinterés de Dahlia hacia ella, supongo —respondió, tomando unas tijeras, simplemente por la necesidad de parecer ocupada.

—Así es.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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La oscuridad que abrazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora