Bote

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La vida marina, el sonido de las olas y los colores del atardecer reflejados en el agua, pueden llegar a ser una de las cosas más hermosas del mundo.

—Se ve hermoso y es hermoso, la manera en la que atrapa los colores y los refleja, las sensaciones que transmite; calma y paz. Nunca me había sentido así.

—Si, yo tampoco. ¿Crees que algún día podamos surcar las aguas?

—No... porque lo vamos hacer ahora mismo— Contestó Sergio mientras agarraba el brazo de Verónica para que caminara junto a él.

—¡¿Qué?! ¡Estas loco, si nos pillan nuestros padres nos van a matar!— Argumento Verónica siendo arrastrada hacia el puerto.

—Tranquila, no tienen por qué enterarse.

Miraron hacia todos los lados antes de agarrar uno de los botes que se encontraban allí, miraron por los alrededores, viendo si había alguien que les pudiera pillar. Al no ver a nadie alrededor, subieron al bote y Sergio encendió el motor haciendo que avanzara. Navegaron durante unos minutos, el puerto apenas se veía desde lo lejos.

—Sigo pensando que esto es una mala idea— Comentó Verónica, mientras se sentaba apoyada en el pequeño mástil.

—Te preocupas por nada— Argumentó Sergio que se encontraba la mar de tranquilo —Tenemos diecinueve años, nuestros padres ya no tienen ningún control sobre nosotros.

—Tal vez, pero seguimos siendo su responsabilidad.

Sergio se sentó a su lado dejando que el bote los guiará por sí mismo. El silencio hubiera reinado el ambiente, si no fuera por las pequeñas olas que chocaban en el casco del barco rompiéndose a un ritmo singular. La paz inundó los corazones de la joven pareja, sus latidos eran más calmados e iban con la misma armonía que el mar, todo en conjunto. Pero un salpicante sonido llamó su atención, haciendo que se pusieran de pie buscando aquel sonido por el agua. Volvió a sonar, pero esta vez no fue solo una vez, sino varias, hasta que pudieron divisar en el horizonte una manada de delfines. Salían del agua dando un gran salto y luego caer en ella de nuevo. Era algo hermoso de contemplar y poco usual de llegar a ver. Verónica entrelazo su mano con la de su compañero, se dieron un pequeño apretón mutuo.

—Es... Es hermoso— Musito Sergio, embobado viendo a los delfines alejarse con un ritmo alegre. Cuando se perdieron de vista, posó sus ojos en ella, tenía una sonrisa en su rostro al igual que él.

—Puede que sí haya sido buena idea venir hasta aquí— Musito Verónica con voz tranquila. Era la primera vez que se encontraba totalmente a solas con su pareja y alejados de la isla en donde viven sus padres y amigos. Era la primera vez que no sentía ese peso de responsabilidad sobre sus hombros, sentía la suave brisa sobre su cuerpo, sentía la calma recorrer cada parte de ella y lo sentía a él a su lado. En un pequeño movimiento rodeo la cintura de Sergio con sus brazos, haciendo que este se tensara debido al inoportuno acto de afecto, pero que a los segundos correspondió dejando que todo el estrés en su cuerpo saliera poco a poco. —Te amo— Sergio se volvió a tensar levemente debido a aquellas dos palabras, tan pequeñas, tan sinceras y tan llenas de sentimiento.

—Yo también— Fue lo único que pudo decir, las palabras nunca fueron su fuerte, siempre se expresó mejor con actos o gestos. Eso es lo que hizo, depositar un suave beso en la cabeza de Verónica, para luego atraerla más fuerte a su cuerpo.

.    .    .

El rumbo duró unas cuantas horas hasta que decidieron volver. Sergio hizo girar el timón del bote, dando la vuelta de regreso a la isla. Iban a un paso tranquilo, sin prisas, a la velocidad a la que iban seguramente lleguen para el anochecer.

—Ha estado bonito el viaje— Comentó Verónica, está miraba al horizonte, viendo como las olas se rompían en el casco del pequeño barco.

—Podemos repetir cuando quieras— Sugirió Sergio con una amplia sonrisa. Entonces el color azul del cielo empezó a cambiar poco a poco, transformándose en un naranja, mezclado con un amarillo y un tenue rojo, estaba anocheciendo. Se veía hermoso, ver como el sol se hundía en el amplio y tranquilo océano, mientras cambiaba de colores, pasando de unos cálidos a unos más fríos y desolados. Ahora el color azul del agua contrastaba con el  tenue color rojo del sol, dando lugar a un cielo morado, por unos momentos juraron poder ver la aurora boreal cruzar el cielo a la vez que las estrellas aparecían en este. Aquel morado llegó al azul oscuro, y con el sol ya hundido, la luna salió a flote del agua llegando al mar de estrellas surcando las, estaba hermosa como siempre, con su blancura y sus pequeñas manchas grises en ella y estaba redonda como una pelota, sin duda la luna llena es lo más hermoso que uno puede observar desde un bote en medio de las oscuras aguas.

A los lejos ya podían divisar el puerto. Estaban a unos pocos metros de llegar cuando las voces preocupadas de sus padres les llamaron. Salieron con cuidado tratando de no caer al agua, al tener ya los pies en tierra, sus padres se lanzaron a ellos inundando les con preguntas y abrazos y como todo padre y madre haría en una situación como esa, les castigaron con hacer el doble de trabajo. Ellos se molestaron al principio, pero tampoco es que pudieran hacer mucho ante eso, así que solo aceptaron el castigo sin quejas.

Caminaban camino a sus casas, Verónica y Sergio van detrás de sus padres agarrados de la mano, ninguno hablaba, tampoco es que lo necesitaran, se entendían a la perfección con tan solo una mirada sabían que estaba pensando el otro.

—¿Crees que podamos repetir mañana?— Aquella pregunta que Verónica formó, hizo que una sonrisa saliera en el rostro de Sergio. 

—Podemos repetir cuando tú quieras— Contestó de manera alegre, mientras apretaba más el agarre entre sus manos.  Llegaron a su respectiva calle y antes de que se separaran se dieron un beso de despedida, pero no era uno amargo de "adiós", sino un "hasta pronto", que duraría hasta mañana cuando cogieran otro bote para recorrer el amplio mar, ver sus especies y los colores del anochecer reflejarse en la cristalina agua.





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