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La música que se escapaba de los altavoces era baja. La cama estaba desecha, atestada de un montón de ropa alrededor. Como si se tratase de un nidito de pájaros.

Rubén no había tenido las fuerzas suficientes como para animarse a arreglarla. No cuando su cuerpo clamaba por un descanso. Estaba acurrucado de costado, con la mejilla enrojecida reposando en su palma abierta.

Desde el umbral de la puerta de su habitación, Alejandro le daba una mirada larga y persistente. Cabello como el azabache y ojos almendrados. Tenía las manos en las caderas y las cejas arqueadas con expresión preocupada.

—Y dices que no es necesario que vayas al médico. Eres consciente de que tu caso es especial. Puede ser bastante peligroso para ti.

La voz de Alex estaba teñida de enfado. Enfado dirigido a Rubén, quien solo atinó a ver a otro lado, incapaz de moverse.

—Escúchame una cosa —siguió hablando—, ¿en serio piensas que es una casualidad que tengas tu ciclo de calor luego de conocer a ese Alfa?

Rubén todavía no lo miraba.

—Ya te dije que no lo sé. No lo sé —susurró.

Había sido despojado de toda fuerza o raciocino. Ese ya era el cuarto día consecutivo desde que le golpeó el ciclo de calor apenas llegó a su casa. Se vio obligado a solicitar días libres en la guardería a causa de ello.

Las lágrimas quemaban en sus párpados. Había un cúmulo de impotencia, calor y dolor arraigado en sus entrañas. Se sentía inflamado y tristísimo. Aborrecía la vulnerabilidad. Y al mismo tiempo, agradecía en demasía la compañía de Alex. Era cálido y cuidadoso. Su amigo de toda la vida.

Alex no dijo más. Se le acercó, tomando asiento en el blando colchón que se hundió un poco más. Acarició el cabello castaño del menor, quitándoselo de la cara.

—Ha pasado un tiempo. ¿Te sientes mejor?

—Ya no duele tanto como al principio.

—David va a venir por la tarde —Alejandro le hizo saber.

Rubén inclinó la cabeza en un asentimiento, un tanto animado ante la expectativa de ver a su amigo. Era la pareja de Alex.

—Ese hombre del que me hablaste tiene el gen Dominante —comentó Alejandro, habiendo transcurrido un buen rato de silencio—. Solo las feromonas de un Dominante te podrían haber afectado tanto. O tal vez...

—Ya, ¿y? —Rubén interrumpió, blanqueando los ojos.

Qué iba a hacer él al respecto, de todos modos.

Alejandro esbozó una expresión homicida. Rubén estaba seguro de que, de no ser porque estaba débil, habría recibido un manotón.

—Solo digo —comenzó a decir, cruzando los brazos a la altura de su pecho—, que aparte de que probablemente es un Alfa dominante. Puede ser tu pareja destinada.

El castaño resopló en respuesta.

En realidad, no existía tal cosa como las parejas destinadas. Lo que sí existía era la afinidad y la química hormonal. Era común ver a una persona reaccionando con fuerza a las feromonas de alguien más, de buenas primeras, tan solo debido a la compatibilidad.

Uno podía ser o no compatible con otra persona; siendo un factor de suma importancia cuando se trataba de atracción y deseo. Era un sistema meramente instintivo. A la gente le gustaba romantizar aquellas cosas, acentuando la creencia de las parejas destinadas.

Rubén despreciaba el instinto latente en su interior. Despreciaba la idea de tener una pareja destinada.

Sin embargo, no podía negarse a sí mismo lo mucho que el padre de Spreen lo descolocó. Muchísimo.

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⏰ Última actualización: Mar 10, 2023 ⏰

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