No le conté lo que me había pasado y únicamente al llegar a casa, caí rendida en mi cama con el objetivo de dormir como un lirón mientras me imaginaba escenas irreales con las que poder soñar, mas sólo el rostro de una cabellera de apariencia salvaje aparecía ininterrumpidamente. ¡Cómo si estar todo el día con ella merodeando por el instituto no fuera suficiente!
Al llegar a clases, me sentía contenta por no coincidir en todo el día con la morena.
Me sería incapaz de aguantar a su lado ni aunque fuera una décima de segundo porque sabía que tendría recelo por mi forma de actuar de ayer.
Sabía bien que ella enfadada era capaz de llevarse consigo todo lo que estuviera en su camino ya que lo teníamos aprendido en el instituto. Nos había tocado más de una vez experimentar su furia y sadismo en su máximo esplendor.Las dos primeras horas de la mañana se me pasaron muy lentas y no me apetecía para nada estar en historia, así que aproveche para irme del aula y saltarme su clase.
Por los pasillos no había nadie ya que los profesores estaban en las aulas, aunque las pocas personas que me encontraba por los pasillos ni se inmutaban en preguntarme sobre porqué no estaba en clase, pues al llevar una libreta conmigo se pensarían de que tenía que hacer algo.
Cuando llegué al aula de la extraescolar de música que más bien se usaba de trastero, tuve la suerte de que esta estaba abierta.
Me metí y cerré la puerta para que nadie se diera cuenta de que estaba dentro, aunque dudaba bastante que alguien sospechara, ya que esa aula era la que más alejada de las demás, pues solo se entraba ahí si era para dejar cajas o material que ya no se utilizaba.Eran las 10.40 y todavía me quedaba mucho tiempo por delante para que se acabará la hora, así que para ir haciendo tiempo, empecé a inspeccionar la sala donde habían un montón de cajas, libros viejos, flautas, algún que otro latril y guitarras.
Mientras me acercaba al fondo de la sala, vi una tela llena de polvo que cubría algo y cuando lo destapé, me sorprendí al ver un piano marrón de pared en un muy buen estado.Busqué la banqueta para sentarme en ella y empecé a tocar Una Matinna de Ludovico Einaudi.
Cuando toco me desconecto. Sé que estoy tocando, pero llega un punto en el que mis dedos toman vida propia, se convierten en danzarines expertos en su arte y empiezan a bailar su perfecta y armoniosa coreografía, de manera que no me hace falta pensar en el siguiente movimiento en donde estos se posen.
Entro en un trance donde mi subconsciente se siente totalmente extasiado. Nada más me importa y por lo tanto, nada más existe. Nada deseo, nada amparo. Pienso en todo y a la vez en nada.
Dejó de tocar porque no los bailarines ya se habían cansado, necesitaban parar un rato y yo necesitaba relajarme.
- Ignoraba que supiera tocar el piano , señorita Diana. - Una voz grave pero enigmática sonó a lo lejos de la sala.
Debe ser una jodida broma
- Mas sí fuera bueno saber qué hace aquí en lugar de estar en su clase.
Me giré y la vi sentada, cruzada de brazos, y en una silla con unas cuantas cajas que supuse que las llevaría ella.
¿Cuánto tiempo llevaría observándome?
¿Qué demonios le diría? ¿Que no me apetecía escuchar durante una hora seguida la historia del siglo XIX? De verdad que está mujer, tanto como en mi primer encuentro con ella como con las otras veces, es inoportuna e impredecible.
- ¿Te ha mordido al lengua el gato? - Soltó con sorna.
Me daba rabia que empezará a sacar su genio, pero como ya me había pasado con ella el día anterior, preferí intentar no decir nada fuera de lugar para que no se ofendiera, de manera que solo le dije que me había perdido.
- Ya.
Ella no se lo creyó. Y no la juzgo, yo tampoco me creería, y menos si te lo dice una persona que en estos momentos está temblando como un flan por los nervios.
Y por si no fuera poco, se acercó más a mí, hasta quedar tan solo a una distancia de poco más de medio metro.
Ella se volvió a cruzar de brazos mientras se apoyaba en la pared, observándome fijamente como un espécimen de otra galaxia, esperando sutilmente a que dijera la más mínima cosa para que me pusiera el castigo más injusto y duro.- Ayer no estabas tan callada.
Baje la cabeza y murmuré un "lo siento" casi inaudible. Agradecí que ella supiera cómo me estaba sintiendo y que no me volviera a echar en cada nada de lo de ayer.
Primera reprimenda de lo de ayer, vamos bien.