Prólogo.

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Llevaba un par de libros en mis manos mientras caminaba de regreso a casa, había sido un día demasiado agotador y necesitaba con urgencia descansar del agetreo. Trabajaba en una escuela y me encargaba de enseñar a mis alumnos las cosas escenciales, como leer y escribir. Había logrado convencer a un par de padres para que me dejasen educar a sus hijos, aunque eso no era agradable para muchos de los aldeanos.

La gran mayoría estaba en contra de lo que hacía ya que decían que eso no servía de nada para los niños, y menos para trabajar en el surco bajo la luz del sol. Pues sí, este era un pueblo de campesinos que no entendían nada, además de que les parecía una locura que una mujer supiese leer, escribir, además de hacer cálculos matemáticos. Ellos creían que yo era una abominación.

Lo que sucedía era que desde pequeña mostré un gran interés por aprender este tipo de cosas, aunque mi padre insistía que eso era mejor para un hijo varón, es decir, mi hermano mayor. Yo tendría que conformarme con aprender las cosas que una mujer debe saber para llevar una buena vida con su marido, pero eso no terminó allí.

Logré persuadir a mi padre para que me pagase clases a mí también, así que tomé lecciones junto a mi hermano. Al final terminé superando a mi hermano mayor y fuí la mejor. Mi padre estuvo encantado con esa noticia, aunque estaba decepcionado por parte de su primogénito.

Estuvo en desacuerdo cuando decidí marcharme de la casa para buscar algo de privacidad y una vida humilde. Estaba cansada de tener que lidiar con la sociedad machista en la que vivía y es así como terminé viviendo en este pueblo. Aún no sé ni cómo fue que logré convencer a estas familias para que me permitiesen educar a sus hijos, mientras que el alcalde del lugar me acusa de ser quién va a destruir el lugar y que soy una abominación para el pueblo solamente por estar bien educada.

Fue así como terminé en la situación en la que estoy metida. Un par de aldeanos se acercaron hasta donde me encontraba y me agarraron fuertemente de los brazos a la vez que yo intercambiaban miradas con cada uno de ellos. Parecían estar muy furiosos y no sabía que tendría que ver yo en ese comportamiento de ellos. Todo comenzó a tener sentido para mí al ver a la persona que lavaba los cerebros de todos en el lugar; el alcalde.

Caminaba hacia donde me encontraba retenida a un paso seguro, como si no tuviese miedo de lo que pasaría, una sonrisa maquiavélica y sínica se asomó en su rostro a la vez que sus oscuros ojos estaban clavados en los míos. Al llegar frente a mí y ver qué no me intimidaba su mirada me propinó una bofetada.

Mi rostro giró ante el brusco contacto de su áspera mano. Pues él ya estaba avanzado en edad, contaba con unos cincuenta y tantos años. Su cabello entrecano llegaba hasta un poco más abajo de sus hombros y siempre lo llevaba peinado hacia atrás. Su ropa al igual que la de casi todos estaba gastada, quién sabe cuánto tiempo llevaba usándola. En cambio estaba yo, mi ropa era nueva y fina, mi padre me pidió que me la llevara conmigo, además de que si quería volver a casa tendría la puerta abierta para recibirme. Las botas del alcalde estaban sucias y gastadas, además de que ya estaban rotas.

—¡No te atrevas a mirarme, ser del mal! —dijo en tono cisañero.

No lograba entender que era lo que sucedía y porqué era tratada de ese modo. Lo único que sabía que no era nada bueno ya que este hombre era el encargado de todos los asuntos del pueblo y esa sonrisa no significaba nada bueno para mí. Giré mi rostro hacia él y mis ojos estaban inyectados de puro odio hacía él. El moño que llevaba sobre mi cabeza se deshizo completamente dejando mi cabello suelto.

El alcalde se giró hacia los aldeanos dándome la espalda, abrió ambos brazos y habló a todo pulmón y la felicidad oculta tras sus palabras no pasaron desapercibidas por mí. Alcé la mirada hacia donde estaba y ví que todos en el pueblo lo miraban con admiración y como si sus palabras fuesen lo único que importase en el mundo.

Renacer #1 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora