THE VIOLINIST

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Era fácil fingir que todo estaba bien, ¿o no?

Bueno, quizás no tanto. Después de todo, el dolor en tu corazón hacía más presión que cualquier madera de la cama sobre tus costillas.
Estar acostada en esa habitación era aburrido, pero no podías hacer otra cosa. Estabas encerrada, no había ventanas y tu único entreteniendo eran las cuerdas desafinadas de un violín, incluso les hacían falta resina.

Ser una violinista en tiempos de guerra te había parecido genial. Ir contra toda corriente, tocar canciones de guerra con hermosas metáforas y revelarte contra lo que estaba sucediendo; parecía una buena idea, salvo por el pequeño detalle de que tú jamás habías sido guerrera.

¿Qué podías saber de matar personas? Si tu único conocimiento se limita a un cuarteto de cuerdas agudas.

Así que acabaste encerrada y acribillada por un dúo de sádicos que no hacían más que divertirse contigo. Te rompían cada noche, te volvían a arreglar y al otro día, de nuevo te quebraban poco a poco la cordura que todavía tenías en pie.

Tengo que resistir un poco más.

Pero cada día tu resistencia era menos. Y un día, colapsarías.

Los viste entrar por la puerta metálica, los viste traer las largas cuerdas de acero con ellos. Eran finas y brillantes, y estaban manchadas de sangre.

Mochizuki fue el primero en estirar la que llevaba en sus manos, era larga, más de cinco metros al menos.

Shion llevaba la suya enredada, pero notaste las estacas picudas atadas a los extremos de su hilo.
Sentiste el miedo florecer en los poros de tu piel. Ya te lo habían advertido, pero siempre dijiste que no.

—¿Así que no vas a tocar para nosotros, princesa? —inquirió Madarame con la voz burlesca.

Negaste con la cabeza. Ya no tenías voz, los gritos te la habían arrancado.

—Entonces, si no quieres tocar el violín —intervino Mochi—, vas a ser nuestro violín. Y vamos a tocarte hasta que estemos hartos.

Sentiste las estacas perforar la piel de tus manos y pies, notaste a Shion doblando tus rodillas en ángulos imposibles, el dolor te quemó con la fuerza de mil fuegos. Viste las cuerdas de plata enrollarse en tus muñecas y lastimar la carne, enterrarse en ella y fundirse en tus venas maltratadas.

Lo viste. Viste cómo ataban tus tobillos con los hilos brillantes, viste las manos de Mochi tocando tu abdomen plano en el proceso; su deseo de tener un bebé contigo nunca había sido un secreto.

Viste la sangre brotar de tu carne blanca, y viste al dolor y la agonía escaparse por tu garganta sin voz ni voto. Te supiste de rodillas en medio de ellos, con tus manos levantadas en contra de tu escasa voluntad, y el escozor de las heridas halando las esquinas de tu alma frágil.

¿Eras un humano o un objeto ahora?

Tu ropa ya no estaba, así que no eras tan humana.
La mano de Kanji se coló entre tus frágiles piernas de porcelana, sentiste el calor de sus dedos gruesos apaciguar el frío de tu sexo seco y estrecho. O tal vez ya no.

¿Cuántas veces te habían tomado? ¿Qué tanto te habías adaptado a sus cuerpos?

—Voy a meter mi verga en tu lindo culo —murmuró en tu cuello.

Alzó tus piernas y tú no te opusiste, ya no tenías el control de ti misma.

Viste a Shion tocar las cuerdas sobre tus extremidades, que emitieron un suave sonido magistral, casi como música. El techo no cedería con tu peso muerto, y Kanji Mochizuki no tenía que hacer mucho esfuerzo al cargarte, preparándose para introducirse en ti.

¿Sentiste el calor de su miembro erecto abrasarte por dentro?

PERROS SALVAJES || TOKYO REVENGERS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora