Encontré el Camino a Casa Capítulo 3

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Pasaba, por cierto, demasiadas horas con la Compañía Stratford en sus soliloquios diarios. Sí, sabía que Susanna no estaba sola, sino con su madre. Eso lo motivaba a quedarse allí, incluso más allá del tiempo requerido. Hasta, comenzó a caminar la media hora que tomaba llegar al teatro, y se iba solo, bien tarde en la noche. Reconocía que no había peligro, pues la ciudad siempre estaba abierta y despierta. Y así, salía a las mismas 7 de la mañana de la casa, y abandonaba después de las 7 las instalaciones del teatro. A veces se detenía en un parque y pasaba allí 1 hora o hasta más de ida y/o de vuelta, viendo familias, con sus hijos, paseando y admirando la belleza natural de ese remanso de paz en medio de la ciudad. Se imaginaba cómo hubiera sido si él y Candy se hubieran casado y tenido familia. Qué lindo hubiera sido.

Por otro lado, a veces, en sus días libres, le decía a Susanna que lo habían invitado sus compañeros de teatro a salir, lo que era una forma de distraerse de las tensiones diarias del trabajo. Susanna le aceptaba la excusa, sabiendo que Terry no tenía amigos con los que reunirse, ya que era hasta odiado, y no siempre por envidia, sino porque se había ganado enemigos de gratis. En el Colegio fue igual; nunca desarrolló lazos de amistad con nadie. Pero Susanna simplemente no le cuestionaba, pues sabía que se sentía asfixiado con la decisión que había tomado en tiempos recientes. Qué le iba a reclamar, pues entendía que, aunque se había quedado con ella en NY, su alma se había ido aquel aciago día de la separación con Candy, de regreso a Chicago, aunque nada pudiera hacer con eso. Era cuestión de tiempo, para que él aceptara las cosas y decidiera por sí mismo lo que quería.

Candy, por cierto, jamás se le acercó ni lo procuró, y de eso ella tenía constancia. De haber ocurrido, sabía que Terry no estaría tan triste y cabizbajo. Quizás no se percató de que era también que Terry se sentía en descontrol de su vida, que siempre lo había estado, ahora de otra manera. Ya no era ni su madre, ni su padre, sino que de algún modo había cedido el control de su propia vida, y ella entendía que era por Candy. En parte era cierto, pero había algo más que nadie comprendía, y que él, conscientemente, no quería admitir. Desde que su padre se lo arrancó de los brazos a su madre, Terry sentía que siempre otros controlaban su vida, y que no había tenido ni un ápice de libertad. Ahora eran tres mujeres las que lo dominaban: Susanna, la madre y Candy. Las tres habían decidido por él, como lo había hecho antes su padre y luego su propia madre, Eleanor, aparte de que esos arrebatos de ira no podía ahora hacerlos delante de ninguna de las tres, como antes lo había hecho con el duque y Eleanor. Estaba condenado a que lo controlaran, sin él poder hacer o decir nada. Eso lo ahogaba aún más.

Terry siempre ansió su libertad. Era algo que le desgarraba el alma. Su corazón latía con fuerza desmedida por ser libre. No lo era y necesitaba serlo como oxígeno para vivir. Tampoco podía saber lo que le deparaba el destino, porque, al momento, lo separaba de la mujer que creía amar. Y fue un tonto con eso, porque cuando tuvo la oportunidad, no la aprovechó, y peor, si se hubiera ido con ella o la hubiera buscado en defensa de ese amor que decía sentir, estaría en ese momento ansiando a Susanna, ansiando el teatro. Cómo podía ser que se debatiera entre esas dos aguas, y su mente y su corazón no le dieran tregua.

Candy no iba a regresar a su vida. Candy se había ido para siempre. Él muy bien podía buscarla, mandar todo al infierno e irse con ella, lejos, o tal vez a ese pedazo de mundo del Hogar de Pony, donde siempre supo que ella era feliz. Incluso, ella ya tenía su carrera, y él...bueno, pero ¿estaría dispuesto a dejar esa otra vida que lo llenaba? En el momento en que esas dos aguas se enfrentaron, él eligió lo que quería, o al menos eso pensaba, que era lo que quería, y no sabía cómo calmar esas ansias locas de vivir ese idilio que sólo había sido una ilusión, pero que él deseaba experimentar en su carne y en su piel.

Qué mejor que irse al lugar que más ella amaba. Quizás podría comenzar de cero, con ella y lejos de las miradas inquisitivas de todos los que lo juzgaban en ese momento, pero ¿sería capaz de dejar atrás a Susanna, y más aún, sería capaz de dejar atrás las luces y reflectores de su amado teatro simplemente por una fantasía que no sabía si podría hacerse realidad, o si resultaría para él y para ella? Candy había sido sólo eso, una fantasía incumplida. Por eso, cuando estuvieron solos en la pensión, hubiera sido más fácil hacerla suya, y no tener esas dudas. Quizás hubiera sanado ese deseo carnal que tenía con ella, y todo hubiera quedado ahí. Y no, hubiera sido mejor olvidar el honor que ahora enfrentar ese vacío y coraje.

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