Conclusión Encontré el Camino a Casa (Primera Parte)

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Terry iba caminando solo, por las calles de Chicago. Había decidido no usar el coche, ni pedir un carruaje que lo llevara al restaurante. Simplemente quería respirar el aire puro, pensar y analizar todo lo que había vivido hasta ese momento. Aunque sabía que podía ser reconocido, realmente no le importaba para nada. Más bien, se acomodó mejor el sombrero y la bufanda, detrás de las que se escondía cada vez que quería salir sin ser visto. Ya que volvía a ser la gran estrella de la Compañía Stratford, que todo le cuadraba por primera vez en su vida, quería por ratos disfrutar de los placeres de la vida sin tener que sentirse culpable, o tener que justificarse delante de nadie.

Así llevaba casi un año, desde esa caída tan estrepitosa que le pudo haber costado todo lo que había ganado con tanto esfuerzo. Y recordaba que la única razón por la que se había sentido así fue por la indecisión que siempre plagó su vida. No, no quería seguir viviendo de ese modo. Por esto mismo, terminó reconociendo que lo mejor que había hecho en su vida era renunciar al Real San Pablo para encontrar su camino fuera cual fuera la razón para hacerlo.

Para él, nada había cambiado, como aquel breve mensaje que le había enviado a Candy después del asunto de Rockstown. Aún las vueltas que dio su vida, las decisiones, buenas o malas, que había tomado, regresó siempre al mismo lugar en el que todo había comenzado realmente para él: Broadway. Innegablemente, este había sido siempre su deseo. De otro modo, hubiera actuado distinto, tomado otra decisión y en este momento, quizás estaría con Candy y no con Susanna. Era que ya tenía todo claro y su mente no le taladraba por la misma indecisión.

Él mismo había seleccionado un hotel cercano al lugar de la reunión con Albert como prueba de que realmente nada lo había hecho, nada había cambiado. Sí, fue a propósito. Y aún teniéndose que esconder detrás de sombreros y bufandas, ya no tenía razón de sentir dudas sobre lo que había decidido hacer con su vida, aunque caminar a los sitios, a pie y bajo disfraz, era algo que lo hacía sentir libre de algún modo. Esa desaparición el día que abandonó Rockstown sin mirar atrás, igual que Candy en su tiempo cuando todo acabó sin siquiera comenzar, en su caso quizás por primera vez en su vida, después de haber caído tan hondo, logró que se fuera sin arrepentirse ni sentirse culpable, ni tampoco que dejaba algo pendiente.

En esos pensamientos estaba cuando alcanzó la misma tienda de abarrotes donde vería al hombre rubio a quién no le preguntó sobre Candy y Albert, ya que era Albert mismo, a quien no había reconocido esa vez. Ese mismo Albert, luego como William Albert Ardlay, lo había visitado en Rockstown sin que él tampoco lo reconociera. Y ese mismo Albert, a través de Candy, lo había salvado quizás hasta de la muerte. Sí, como aquella vez que también lo salvó en Londres cuando se metió en una pelea provocada por su propia inmadurez. La pregunta era por qué lo hacía. Por qué se metía en líos siempre. Después de analizarlo bien, la presencia de Albert fue, como siempre, una providencia. Terry quería que lo mataran; no quería vivir más. Pero eso de que Albert apareciera cada vez que estaba a punto de caer en el peor de los vacíos, eso no era casualidad. Quizás, como a la misma Candy, Albert lo había salvado no una, sino varias veces.

Terry continuó caminando con esos recuerdos unos minutos más, y allí estaba de nuevo, frente al Magnolia, a pasos de donde vivieron sus dos amigos. Se quedó mirando el lugar un buen rato. De pronto vio a una señora muy ocupada con una escoba y un recogedor barriendo afuera. En eso se le acercó, y la saludó.

"Buenos días, joven...Oh, pero ¿no es usted Terence Graham?", preguntó algo curiosa cuando se movió la bufanda y el sombrero.

"Sí, y disculpe que la moleste tan temprano".

"No es nada, pero dígame en qué puedo ayudarlo, a una figura como usted", le preguntó ocultando la emoción que sentía de tener una estrella de Broadway en su puerta.

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