Encontré el Camino a Casa Capítulo 4

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"¿Le habrá contado Albert a Candy que lo vio?", se preguntó de ahí en adelante. La realidad es que pensaba que no y, por cierto, Albert no lo hizo por no preocupar más a Candy. Si hubiera sido él, tampoco se lo hubiera comentado. Él era su pasado, y ese atrevimiento que tuvo, esperaba que no hubiera consecuencias.

La falta de noticias lo convenció de que era un tema que debía dejar atrás, como el de Candy. Cuando los meses siguieron pasando sin noticias, un día, sin embargo, abrió la cómoda, y decidió que la curiosidad era demasiada. Debía escribirle algo a ella, para saber cómo estaba. Fuera de verla contenta por lo que pensaba era su relación con Albert, cómo podía saberlo si no le preguntaba. Pero tan pronto se detenía frente al papel, nada le cuadraba en la mente. Y fue escribiendo una oración y otra, botando papel y comenzando de nuevo. Así estuvo más de un año.

En medio de la rutina, todos los días se le hacían iguales. Y aunque sus actuaciones tenían las mejores críticas, el peso de su dolor se le reflejaba cada vez más en el rostro. Ya no sólo era Candy y la duda de lo que ocurría con ella, sino la alegría de Susanna aún su tono taciturno y su distancia emocional. Era estar como no estar allí, en esa casa. Era como si a ella no le importara el poco progreso que él tenía superando su dejadez. Hasta que un día le dijo que ella tenía un proyecto entre manos, y entonces entendió que parte de su felicidad era que había encontrado algo que la llenaba igual o hasta más que el teatro, y podría decirse que de él mismo.

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Un día, meses antes del accidente, Susanna se sentó frente al piano para desestresarse después de un ensayo y pensando que estaba sola, comenzó a tocar una pieza compuesta por ella cuando era niña. Ella no se había dado cuenta, pero Robert Hathaway había entrado en ese momento al teatro junto con parte del staff, y se sentaron a escucharla mientras ella tocaba sin darse cuenta de que tenía auditorio. Cuando la terminó, Hathaway y el grupo comenzaron a aplaudir y ella, con ojos pasmados, de pronto trató de salir corriendo.

Hathaway la detuvo en las escaleras de salida del escenario, y le preguntó quién había compuesto esa pieza tan hermosa. Ella le contestó que era un pasatiempo que tenía desde los 12 años, y que nunca había desarrollado por completo. Él le confirmó que tenía el talento, y que si, por alguna razón se motivaba, podría dedicarse a la composición. Ella, en su reciente depresión, no había recordado esas palabras, hasta que un día en que estaba sola en la casa, sacó de un cajón algunas partituras incompletas. Tenía casi 20, y decidió dedicarse a darle forma a algunas con mayor posibilidad de convertirse en éxitos teatrales, y pensando en las palabras de su mentor.

Quizás no lo había tomado en serio al principio, pero Hathaway alguna que otra vez le había insistido en que no tomara sus palabras a la ligera en cuanto a ese tema. De hecho, él nunca hablaba por hablar. Cuando decía algo de alguien, era de tomarse en serio. Así mismo, cuando Terry había ido a preguntarle al principio si había sido elegido para el papel de Romeo por ser hijo de Eleanor Baker, le respondió que nunca lo haría bajo esas consideraciones. Hathaway nunca hubiera escogido un actor de segunda para interpretar un papel tan preciado por él. No había un mejor Romeo que Terry. Y el tiempo probó que Hathaway tenía la razón. Y en esto de Susanna, tampoco hablaba por hablar.

Ella se había entregado por completo a ese pasatiempo, mientras que, en otros momentos, se dedicaba a su terapia para caminar con mayor soltura con la muleta. Terry observaba su progreso con mucha admiración. Se dio cuenta, de pronto, de que Susanna había superado su auto compasión, y estaba haciendo algo por ella misma. Él, mientras tanto, se dejaba carcomer cada vez más por el dolor, y por unos instantes, la comenzó a odiar, a repudiar, pero sin decirle.

Darse cuenta de esto no aminoraba su pesar. Mientras tanto, esa admiración inicial fue suplantada por desprecio, y no contra ella, sino contra sí mismo. Le estaba afectando a tal nivel que Robert Hathaway le pidió que abandonara un tiempo el teatro. Se la pasaba agrediendo a sus compañeros de teatro, se comenzó a emborrachar, a meterse en peleas. Era una peor versión que el Terry al que Candy le había regalado aquella armónica. Dónde estaba esa armónica. Quizás la había perdido cuando salió del Colegio, o quizás en su mudanza, pero no, no la tenía. Un objeto de tanto valor, de las manos santas de Candy, se había ido de su vida como ella. Quizás cuando se dio cuenta debió considerar esto como una señal. De pronto, recordó como el corbatín que se le había perdido a Candy fue a parar a sus manos de nuevo, así que tenía el corbatín señal tanto del comienzo como del final de su historia con Candy.

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