el ritmo con el que golpean sus emociones, la melodía que desprendían, la música que querían entregarse, aquella suave canción dedicada al otro, sin dudas estaban enlazadas a una sintonía armónica tan delicada como su cariño.
jimin, yoongi.
Verde como la menta, frescura que adora Jimin, naranja como la mandarina. Yoongi adoraba esas. El atardecer, fuego, calidez. Agua, helada. Como una hoja seca, como una hoja nueva.
Lo que pueda representar el color de cabello de cada uno, es algo más que lo visual.
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Eran una continuación del otro. Ellos formaban una canción. Pero no compartían el mismo tempo. Estar en una misma sintonía no significa comportarse exactamente de la misma manera que otro. Para nada. Fluían, siguiendo lo que se dejaba. Uno podía parar, pero nunca los dos. Se daban sus pausas. Entendían sus espacios, silencios, ruidos y máximos disturbios.
Eran una canción sin producción previa, la orquesta que habitaba en ellos se alimentaba a base de la misma. Improvisación pura. Sonaban y eran escuchados. Eran su propio artista como sus propios oyentes. Su propio público. Creaban y adoraban.
Eso se plasmaba cada tarde en la que ambos se dedicaban a entrelazar sus manos y cada sentido activo de su cuerpo, donde sus corazones se presionaban a la par que sus dedos presionaban las teclas de un piano. Para luego tomarse sin fin las manos, de nuevo, porque nunca era suficiente el tiempo.
Porque el instrumento físico era el ya mencionado piano, pero espiritualmente sus sentimientos podían tomar la forma que deseaban.
Volviéndose canción cada vez que la vida lo permitía, siendo así la más larga existente.