Prólogo

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—Di que te arrepientes de lo que hiciste.—susurró mi "jefa" mientras me apuntaba el arma a la sien.

Vale, lo admito, pude haberme escapado de ella, no estaba atada ni mucho menos rodeada de cientos de "guardias", pero para ser honesta, su perfume era razón más que suficiente para que quisiera quedarme. Su constante, pero ligero y suave aroma a naranja es mi favorito.

Me reí por lo bajo al ver como su inquebrantable pulso temblaba mientras me miraba con una mezcla de rabia y traición.

—Me sorprende que tengas la valentía de actuar como si el lugar aún te perteneciera.—ella rio sin gracia bajando el arma.

—Eso es, mi amor, porque todavía me pertenece.—afirmé levantándome de su silla.

—No después de lo que estuviste haciendo todo el tiempo que estuviste bajo mi protección.—arrojó el arma lejos de nosotras, acercándose a mí.—No después de...—se acercó más para besarme de la misma forma tan suave y tierna en que lo ha hecho durante los últimos dos años.—...llevarte mi corazón y ahora mi confianza también.

—¿Quién hubiera pensado que la jefa del clan más temido del estado, tambien era la persona más blanda de la ciudad?—volví a reírme, esta vez más alto.

Recorrí la habitación en busca del arma que había tirado, solo para recogerla y cargarla. Pronto ella se acercó, dejando una corta distancia entre nosotras.

—Qué linda.—exclamé riendo.—Ni siquiera la habías cargado. No tenías la intención de matarme.—hizo una mueca al darse cuenta.

Ella no se alejo ni volteó a otro lado. Me sostenía la mirada atenta, dudosa y temerosa de lo que podría pasar. Temerosa de lo que yo haría.

—Si vas a matarme. Hazlo. Aquí y ahora. Eres probablemente la única persona a la que se lo permitiría. Dispara.—dijo con la voz sutilmente temblorosa.

Tomó la mano con la que sostenía el arma y la apuntó a su pecho, justo sobre su corazón

—Claro que voy a disparar.—señalé, poniendo mi dedo sobre el gatillo.

Sin vacilar, apunté a mi objetivo y disparé. Su cuerpo cayó al suelo con estruendo, completando así el peor error de mi vida.

Caminé hacia la puerta de la habitación dejándolo entrar en total silencio mientras me alejaba de su cuerpo que yacía en el suelo.

Salí de la habitación mareada y con ganas de vomitar por lo que había hecho, pero ahora era demasiado tarde para arrepentirme. Y de cualquier forma, ya no volveré a verla.

Jugando con la MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora