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Desde mi infancia temprana me he preguntado para qué estoy aquí, qué debo hacer; mi madre solía decirme que destacaría de entre los de mi generación, que lograría grandes cosas, posiblemente movida por el sentimiento de pena que sentía tras pensar que nada de esto podría pasar debido a las carencias que enfrentábamos.
Mientras que la niñez de los demás niños estuvo colmada de juguetes, viajes y cosas nuevas, la mía se caracterizó por no ser capaz de disfrutar nada de ello, de hecho, el juguete que tuve desde que nací hasta que cumplí unos siete años no se trataba de otra cosa que de un peluche de trapo que mi madre me había hecho, el cual adoraba, pero aquello no quitaba la envidia que sentía mi corazón al ver a los que poseían infinitamente más cosas que yo.
Mis padres se habían separado cuando yo era lo suficientemente niño como para no recordarlo, aunque fui consciente de ese hecho desde temprana edad, pues mi madre era criticada diariamente por nuestros vecinos, quienes no tuvieron ningún filtro como para explicarme el porqué de sus afiladas lenguas.
Mi madre se había involucrado con un hombre a muy temprana edad, lo que provocó que me tuviera a los diecisiete años, separándose de mi padre a sus diecinueve, ordenándole una manutención ―término que yo desconocía en aquella época― y luego largándose del lugar llevándome consigo para vivir en una vida de carencias como la que yo apreciaba como normal día a día.
En aquel momento no le tomé mucha importancia, al tener unos seis años no sabía qué hacer con tal información ni a quién confiarla, pues a pesar de no saber cómo actuar, sentía cierto peso extraño en mi pecho, como si hubiesen amarrado a mi corazón infantil con unas cadenas de errores pasados.
Recuerdo que en algún momento se lo mencioné a mi madre, ella primeramente reaccionó sorprendida, luego preocupada de que su hijo, un niño que no pasaba de ocho años, supiera esas cosas de ella y de su propio origen. Me miró con un sentimiento que era nuevo para mí, hoy lo reconozco como culpabilidad; había presenciado tantas emociones de joven, algunas provenientes de mí y otras de otras personas, como la alegría, envidia, ira, bondad, vergüenza y más, pero nunca culpa.
Rememorando bien, me doy cuenta de que cuando hacía algo que los demás llamaban malo sentía vergüenza de haber sido atrapado, mas no culpa.
Luego de aquella innovadora expresión, me explicó lo mejor que pudo su propia experiencia, omitiendo datos o decorando la verdad con pequeños adornos que en realidad eran significativos. En aquel momento sentí como aquella pesada cadena, la cual poco a poco mi mente había olvidado en la más oscura de sus esquinas, reaparecía con más kilogramos de los que yo creía haber sentido. Fue allí cuando, por primera vez, me había enojado verdaderamente con mi madre, pues gracias a ella mi carga había logrado escapar de las garras del olvido, volviendo a mi mente y corazón, apoderándose de ellos sin vergüenza alguna.
En mi mente quedaron grabadas las palabras que utilizó aquel día, podría citarlas textualmente
«Tu padre no es un buen hombre» «Me metí donde no debía siendo muy joven» «Fui ingenua» «Él nos manda un poco de dinero» «Tengo miedo de él…»
En mi inexperta mente pasaban pensamientos de desprecio a mí mismo, cosa que no había ocurrido nunca hasta ese momento, pero el simple hecho de pensar que yo había salido de un hombre tan cruel, siendo mi madre la bondad personificada me había hecho sentir como…. Un error desagradable.Desde pequeño mi progenitora me había inculcado los valores del cristianismo, quizá queriendo que sea una forma de explicar el actuar de las personas a mi alrededor o simplemente buscando redención, sea cual fuese la razón, mi crianza se había basado en ello. Por eso, teniendo el concepto de bien y mal como cosas tan alejadas una de otra, creyendo que cada una se encontraba en el extremo de una recta imaginaria que no se podía medir, me pareció que yo, fruto de la combinación entre bien y mal, no debía de existir.
Aun así, en mi cara no se apreció ninguno de estos pensamientos, aquella hermosa mujer me dijo, años después, que en realidad al escuchar todo no tenía expresión alguna. Luego de terminar de explicarme todo aquello asentí y fui a jugar a una plaza cercana, en un vano intento de hacer que aquellas cadenas que me ataban volviesen a las garras del olvido de nuevo, pero, en esta ocasión, mi consciencia y memorias fueron más fuertes que yo.Aquella tarde lloré como no recuerdo haberlo hecho nunca de nuevo, y ninguno de los que por allí estaban se atrevieron a preguntar el porqué de mi llanto; yo, que anteriormente hubiera despotricado en solitario sobre lo egoístas que eran los demás si me viera en esa situación, no me quejé, no emití ruido más que los de sollozos que intentaba fueran silenciosos, por mi mente no pasó pensamiento alguno contra los demás, más bien, no creo haber pensado en nada en realidad… no, estoy mintiendo, sí recuerdo haber pensado algo, una cosa que mi yo anterior a esa conversación hubiera considerado absurda viniendo de sí mismo, un niño tan activo, orgulloso y confiado.
Recuerdo haber pensado
«Esto es lo que merece una aberración...».
- B. Lionne
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𝐏𝐨𝐫𝐪𝐮𝐞 𝐍𝐨 𝐡𝐚𝐲 𝐁𝐢𝐞𝐧 𝐬𝐢𝐧 𝐌𝐚𝐥
Fanfiction"De niño me fue imposible comprender cómo era posible que el bien y el mal se juntaran, llegué a aborrecerlo... Hoy día, siendo ya lo que llaman un adulto, entiendo que mi línea de pensamiento no fue más que el cordero de mi niñez opinando, cuand...