Tardé un par de días en seguir como siempre, pero lo logré, mi rutina había vuelto a su curso natural, solo que con otra versión de mí. Mi vida no siguió como si nada hubiera pasado, como mucha gente suele aconsejar, pero, en otro vano intento de ser el mismo de antes, de que aquellas cadenas me fuesen sacadas de encima, actué como lo hacía siempre, sonreí como lo hacía siempre y hablé como lo hacía siempre, a pesar de que en ese entonces todas aquellas actitudes me provocaban un sentir extraño, era como si supiera que ya no tenía el derecho de actuar como un niño normal, que aquel tipo de diversiones y comportamientos debían ser reservados para infantes, no para aberraciones.Pero sin importar nada de ello la vida seguía y, a pesar de que era consciente de ello ―de allí en que me esforzase tanto en no cambiar mis actitudes―, no podía soportar que todo simplemente transcurriera como siempre lo había hecho, debía de haber algún cambio, incluso si superficialmente no lo deseara, no quería que el mundo ignorase mis problemas como lo parecía hacer tanta gente. Sin embrago, nada pasó, al menos durante un buen tiempo, en el que tuve que acostumbrarme a este ritmo, esta sería mi forma de vivir desde ese momento.
Para mi suerte, mi círculo social no lo notó, mis amigos de entonces eran tan inocentes para siquiera suponer que alguno de ellos fuese una mezcla tan extraña como lo era yo. Y, en realidad, no sé si estar agradecido por ello o no.
Mi grupo de amigos era conformado por unos siete niños, contándome a mí. La mayoría los había conocido a través de la iglesia en la que iba, y uno o dos de la escuela a la que asistía, pero todos compartíamos las mismas creencias, al menos eso suponíamos.Nosotros no formábamos parte de una clase social en específico, yo era pobre, casi rozando lo miserable, había algunos que estaban bien económicamente, y otros cuyos padres poseían una gran fortuna, así como otra parte que estaba en una situación como la mía. Si bien ninguno hablaba de ello, eran los primeros dos grupos quienes eran el blanco diario de mi envidia, incluso desde antes de que mi madre me explicara nada. Y es que, el simple hecho de saber que podían darse tantos lujos como juguetes, ropa nueva o tan solo comer tres veces al día todos los días me hacía hervir la sangre, en mi mente no era justo que yo hubiese pasado tantos años de mi infancia temprana pensado que era normal quedarse con hambre o no comer en algunos días, el ver a mi cuidadora llorar pidiéndome perdón por cosas que yo no entendía.
Aquellos chicos nunca se jactaban de ello, es más, cuando podían compartían sus cosas con nosotros, muchas veces a expensas de sus padres, quienes sí tenían presentes algunos prejuicios; y si bien este accionar tal vez debería haber aplacado mi envidia, pues estos niños no se la merecían, no hizo más que alimentarla. No quería ser visto como el pobretón que debía de recibir limosna de sus amigos, yo sabía que eran movidos por un sentimiento de verdadero compañerismo, pero de todas formas lo odiaba. Al aceptar sus ofertas de compartir, a veces regalos, me sentía un mendigo y siendo consciente de mi pobreza no deseaba llegar a ese punto.
A pesar de todo ello, los apreciaba, ellos eran ese pequeño grupo con el que podía reír ―aunque no fuera del todo sincero―, con el que era capaz de olvidar un poco lo que sucedía en mi casa y varios problemas que enfrentábamos. Eran mis compañeros y amigos, incluso si no pasásemos las mismas carencias.
Todos participábamos en las travesuras que cualquiera proponía, por ello mismo nos metíamos en demasiados problemas, tanto con nuestros padres como con nuestras víctimas.
En una ocasión uno de ellos, creo que fue Patrick, propuso ir a una especie de campamento en un bosque cercano, ya que se había peleado con sus padres y esa era su forma de venganza.
Como aclaré antes, si uno hacía algo lo acompañaba el grupo entero, por lo que, siguiendo su accionar, tomamos nuestras cosas para acampar y, sin decirle nada a nuestros padres, nos fuimos a aquel bosquecillo.
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𝐏𝐨𝐫𝐪𝐮𝐞 𝐍𝐨 𝐡𝐚𝐲 𝐁𝐢𝐞𝐧 𝐬𝐢𝐧 𝐌𝐚𝐥
Fanfic"De niño me fue imposible comprender cómo era posible que el bien y el mal se juntaran, llegué a aborrecerlo... Hoy día, siendo ya lo que llaman un adulto, entiendo que mi línea de pensamiento no fue más que el cordero de mi niñez opinando, cuand...