VIII

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—¿Qué tal un pez y una caña de pescar? creo que va bastante bien con lo nuestro.

— ... Jennie...

—Uhm, no, mejor no, ¡ya sé! una leona y una domadora de leones—Lisa le dio un último golpe a su saco, antes de voltearse en dirección a la doctora que yacía desnuda sobre la cama, tapada únicamente de la cintura para abajo por el edredón de pluma rosa. Arqueó una ceja y se limpió el sudor de la frente.

—¿Una leona y una domadora? ¿y cuál se supone que eres tú?

—Hm... la leona obviamente. —Lisa soltó una estruendosa carcajada, inclinándose hacia adelante y aferrándose a su sudado y desnudo abdomen.

—Tengo la leve impresión de que te estás riendo de mí.

La tailandesa dejó escapar las últimas bocanadas de aire entrecortado y se enderezó. Jennie la observaba con sus mejillas ruborizadas y un pequeño puchero, tenía una expresión cansada y unas violáceas ojeras.

—Deberías estar durmiendo. —Le reprochó Lisa.

—¿Dormir? ¿teniendo a mi dueña sudada y semidesnuda frente a mí? no lo creo.

La Emperadora ladeó la cabeza y una sonrisa sutil se esbozó en su boca, comenzó a sacarse los guantes y caminó hasta la cama, inclinándose para quedar a una distancia mínima de su corderita. Jennie humedeció sus labios, a la espera del beso que estaba segura, Lisa iba a darle, pero no fue así, la tailandesa apenas si rozó sus labios antes de deslizarse a su oído.

—Eres una maldita adicta al sexo. —Le ronroneó y su voz ronca y sensual provocó un espasmo en la pediatra.

Con una sonrisa victoriosa, Lisa se apartó, caminando hasta el lavamanos para lavar su cuerpo ya que no iba a ducharse puesto que las regaderas estaban cerradas. Una maldita loca asesinó a 3 reclusas dentro, por lo que debían hacer una "investigación". Todas sabían que era mentira y es que nadie daba un mísero centavo por aquellas almas podridas. Jennie permaneció en silencio unos segundos, acariciando el lóbulo de su oreja con una expresión seria.

—¡Una loba y una cordera! —Masculló chasqueando sus dedos, segura de que había tenido la mejor idea del mundo

Lisa rodó los ojos y soltó un gruñido en respuesta.

—Jennie, me estás comenzando a joder ¿no puedes permanecer callada un maldito segundo?

—Podría si me ayudaras, fuiste tú quien mencionó la idea de tatuarnos. —Salió de la cama y consciente de que Lisa comía con los ojos su cuerpo, comenzó a vestirse. Las marcas de besos que se apreciaban abundantes, parecían estrellas de una constelación lujuriosa.

—No, yo dije que iba a marcarte con un tatuaje y tú fuiste la atrevida que salió con la idea de hacer lo mismo conmigo, algo que no ocurrirá, por cierto. —Jennie chasqueó con la lengua, colocándose un pantalón perteneciente a Lisa.

—Sería lindo. —Susurró para sí misma.

Ya habían transcurrido 10 días desde que Lisa volvió a ella, 10 que podían resumirse en una palabra, sexo. Decir que Jennie había sorprendido a Lisa con su desbordada libido sería menguar la situación; sexo en la celda, contra la pared y en la cama, en su camerino personal y en el mismo salón de entrenamiento cuando se encontraban a solas, sexo en las regaderas donde fueron vistas por una reclusa que salió corriendo en un intento por resguardar su vida, sexo en la unidad médica cuando Jennie quedó a cargo mientras el personal médico iba por algo de comer. En solo 10 días, Lisa se sentía drenada literalmente y así mismo, la chica castaña progresivamente se acercaba más a su dueña, con su actitud suave y sosegada; ya podía mantener una leve discusión con Lisa sin que ésta terminara gritando y desquitándose con la primera reclusa que se le pasara en frente. La militar aceptaba renuente sus caricias y muestras de afecto, los besos esporádicos y las bromas sensuales que Jennie a veces dejaba caer en su oído. Todas en Camp Alderson habían notado el leve cambio, no era como si Lisa anduviese sonriendo por los pasillos de la prisión; pero ya no buscaba amedrentarlas sin motivo, tenía algo más importante en lo que ocupar su tiempo y Jennie era en gran parte la responsable; imploraban porque se mantuviese así y es que si bien, la gloría las abrazaba cuando Lisa estaba "de buen humor", el infierno se hacía presente cuando era el caso contrario, como la vez que una pelea en el comedor a la hora del desayuno, terminó por involucrar a la pediatra, quien hacía la fila para obtener su comida y terminó siendo golpeada por la espalda de una enorme reclusa que peleaba cerca de ella. El agua hirviendo de la taza de Jennie se desparramó sobre sus muslos y su quejido de dolor fue como una señal para la bestia de su dueña, el resultado terminó con las reclusas siendo asesinadas en las regaderas a sangre fría. Lo bueno era que ahora evitaban pelear cerca de su cordera.

Prisionera | JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora