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Capítulo I - De juicios, pruebas y veredictos.


En una noche abrigada por un silencio incomodo, pero ya habitual, se observa a una joven señorita, sentada mezclando líquidos en unos tubos de ensayo. Hacia esto, mientras recordaba las discusiones, las miradas de odio y decepción, añorando los tiempos pasados tan diferentes y distantes de su situación actual, en que solía pensar en lo bueno del día a día, aun considerando el peligroso trabajo que desempeñaba junto con sus compañeros y amigos, añadiendo su labor de asistencia médica, lograba sentirse más útil, aun con su opinión despectiva sobre sus capacidades de combate. Estos pensamientos circulaban por su mente hasta que escucha la puerta de la habitación abrirse, mostrando a una joven de cabello negro y liso, con un peinado de dos coletas sujetas con unos broches de mariposas azules, con unos ojos de color azul profundo que se desvanecían hacía la parte inferior en un azul más claro con pupilas rectangulares blancas, no era alguien desconocido, sino otro miembro de dicha finca.

- Shinobu-sama, las niñas ya están durmiendo, y yo también me retiro para descansar - enuncio la joven hacia quien era cabeza de la finca, y encargada de su cuidado.

- Entendido, Aoi-san, que duermas bien. Buenas noches - respondió la superior a su asistente.

- Sí, buenas noches. - respondió la menor dejando notar la falta de afecto y respeto que siempre caracterizaba cuando se dirigía a su maestra, siendo seguido por el cierre de la puerta.

Shinobu estaba cabizbaja, pero no sorprendida por la actitud de su joven asistente hacia su persona, ya que desde hace tiempo la actitud respetuosa que solía tener hacia ella, había decaído, aunque no era igual a la que tenía desde que todo comienzo, al menos desde hace algunos meses había vuelto a llamarla por su nombre y la miraba a los ojos, algo que le causo cierto alivio y descanso; aunque, sabía bien los motivos de tal trato, y no se lo reprochaba. Opto por levantarse de su silla, dejando de lado su equipo farmacéutico, ya que sabía que no había avanzado nada. Camino pocos pasos hacia el espejo de la habitación viéndose a sí misma, una figura delgada y de baja estatura, con un uniforme algo andrajoso y algo sucio, la apariencia sublime de mariposa que tenía antes era solo un recuerdo, sabia claramente eso, no solo su ropa, también su rostro, aunque conservaba su belleza natural, había abandonado el uso del poco maquillaje que se aplicaba, ya no le importaba. Tras dirigir su mirada hacia el haori que usaba, el objeto más preciado que heredó de su hermana mayor, Kocho Kanae. Recordando como siempre sonreía y estaba dispuesta a ayudar a los demás, siendo su inspiración y modelo a seguir, recordando tras enterarse de su muerte, y como prometió frente a su tumba, seguir su ejemplo, ayudando a los demás y exterminando demonios, siendo un elemento útil para la organización y su causa.

Con el paso de los minutos, dirigió sus pasos hacia la ventana para observar el cielo nocturno, pero antes de llegar abrió uno de los cajones de su escritorio de trabajo, para sacar un marco de madera que contenía una foto, pero eligiendo solo sacarlo del cajón sin mirarla foto. Retomando su camino a paso lento, y corriendo la cortina a un lado alzo sus ojos de un hermoso purpura, vio una luna llena, provocando que una lagrima solitaria cayera, no quería llorar, pero era inevitable ver la luna le recordaba su pasado con esa persona, una persona que partió de ese lugar, no partió por haber muerto o expulsión, sino por la traición que recibió de quienes llego a considerar sus camaradas.

Recordando un tiempo pasado en que eran los nueve miembros más fuertes, en que, aunque discutían y peleaban, trabajaban juntos, comían y convivían, los respetaban. Pero todo eso es un hecho de antaño, en los tiempos actuales, sus amigos ya no eran amigos, el respeto que les mostraban, ya no estaba. Viendo el objeto en su mano, aprecio lo que veía, recordando el día en que se tomó la foto, la cercanía que tuvo ese día con la persona en la foto, pasando uno de sus finos dedos por el vidrio roto, sin darle importancia a las fisuras del cristal, provocando que brote una gota de sangre, y al verla rememorar el día, su caminar junto con el resto de los llamados pilares, un cuerpo casi desnudo que había visto hasta cierta parte como tal, en virtud de sus labores como doctora, un rostro que conocía bien, el cual usualmente lo veía con una falta de expresión, tal como si fuera un muñeco de porcelana, el cual siempre había deseado que expresara alguna emoción. En esos días su máscara fue rota, esa mascara se rompió pedazo a pedazo, expreso un gran asombro, una tristeza increíble, y un dolor, el inmenso dolor provocado por una serie de torturas, torturas proferidas por personas en quienes creía poder confiar, la idea de involucrar y perder a un ser querido, con quien se mantenían firmes en su decisión.

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