Eriksson caminó por el bosque, por aquel pasillo que los árboles hacían desde su casa ya en la lejanía hasta el pueblo que se escondía ladera abajo. Hacía frío y la luna casi no se veía entre las altas y frondosas ramas que cubrían el sendero. Nervioso, se quitaba y ponía la bufanda una y otra vez, escondía la nariz enrojecida y mataba el tiempo y el frío frotándose las manos.
Sus dedos se movían instintivamente en medio de la interpretación muda de una sus partituras, un regalo para sus oídos, una melodía que envolvía aquellos oscuros y siniestros senderos en un dulce paseo en una tarde de verano. Tamborileaban sobre los bolsillos de su abrigo, sobre la bufanda, o sobre sus propios brazos una vez los cruzaba para retener el calor.
Probablemente estuviera a mitad de camino, allí donde ni las luces de la casa ni las del pueblo podían verse; se sentía como caminar con los ojos cerrados.
Y un poco, sí que iba a ciegas, pues no sabía bien qué era lo que estaba haciendo tan alejado de su casa. Nunca había tenido la intención de demostrar nada a nadie ni la necesidad de hacer lo que aquellos muchachos le habían retado a hacer. Claro que, en realidad, nunca había tenido intenciones ni necesidades que saciar. Eriksson estaba tan vacío como su padre quería, perfecto para convertirlo en una versión perfecta de él. Aquel hombre era un ególatra que había crecido en las condiciones más duras y rectas que alguien de su estatus social podía vivir. También tuvo un padre muy difícil que le obligaba a ser una copia de sí mismo. Acabó por enorgullecerse de eso, por lo fuerte que era, por su éxito laboral y por la cantidad de contactos que había conseguido. Pero como toda gran creación nacida de las manos de un gran ególatra, su hijo, Eriksson, no era perfecto, tenía fallos...
Y es que, a pesar de la rigidez, el señor Norlen siempre había tenido cierta autoridad, la cual pudo desatarse una vez alcanzó la mayoría de edad, se casó y fue a formar su propia familia. Una autoridad que se hizo con el control de la empresa familiar sin demasiadas complicaciones y que fue recompensada con unas palmaditas en la espalda. Pero Eriksson era distinto. Era menos humano, más de metal, con las articulaciones atadas a finos hilos invisibles que alguien va tirando para que su cuerpo se mueva. Quizás, el único momento donde podía sentirse más vivo, más de verdad, era sentado al piano e incluso ahí, sus manos se guiaban por las estrictas partituras que practicaba sin descanso.
Se detuvo en seco un momento, demasiado atolondrado como para seguir caminando de manera consciente. Era la primera vez que hacía algo fuera de lo normal, algo que su padre le hubiera mandado. Había sido un reto que quizás entendiera como una nueva orden por parte de los muchachos de su edad que seguían fumando en el porche. Allí, parado entre la silenciosa nieve, bajo aquella apacible noche navideña, se preguntaba por qué había tomado ese camino, igual que se preguntaba por qué se preguntaba eso. Él nunca lo hacía, simplemente, obedecía.
Se sentía algo extraño, menos pesado pero también más asustado. No le gustaba caminar a ciegas o moverse sin encontrarle un significado.
Ir al pueblo y buscar a una mujer con la que pasar la noche. Eso era lo que los muchachos le habían propuesto pero era algo que jamás se le habría ocurrido hacer. Nunca habría llamado su atención; no lo hacía. Así que no entendía por qué había tomado el camino, por qué se había alejado de la casa incluso cuando ya la veía chiquitita en la distancia.
Quizás solo quería escapar.
Pero su corazón de cuerda no podía entenderlo.
Dio media vuelta y trató de regresar...
Pero ya llevaba caminando demasiado tiempo cuando empezó a sospechar que no iba en la dirección correcta. No estaba seguro de en qué momento se había desviado pero, a esas alturas, ya debería ver su casa en lo alto.
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Niels y los Gigantes Dormidos 🍃 | PRÓXIMAMENTE COMPLETA
Lãng mạnHabía una vez un chico con el corazón de metal y cuerda... Eriksson Norlen jamás ha sido libre. Heredero de una de las familias más importantes del país, se dedica a tocar el piano mientras el tiempo corre en su contra. Un día, le retan a salir de s...