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Daniel me agarró con rapidez de los pelos y tiró con fuerza, conduciéndome a los pies de la cama de mi habitación.

-Ponte en pie, abre bien las piernas y extiende los brazos. Quiero que cada uno de tus dedos toquen la madera de los postes.

Me coloqué de la forma indicada y un fugaz latigazo golpeó mi espalda, el dolor era intenso. Era la primera vez que usaban el látigo conmigo. Le siguió un segundo latigazo que me hizo temblar y cerrar las piernas. Quise gritar pero sabía que no debía hacerlo. Un sexto latigazo hizo brotar de mis ojos unas lágrimas de impotencia sumidas en el más absoluto silencio de mis labios.

No recuerdo con exactitud cuántos latigazos me proporcionaron aquella tarde sólo recuerdo que quise acabar con todo, ponerle fin a ese sufrimiento, chillar la palabra de seguridad, abandonar la habitación pero eso significaría mi final y la deshonra de mi Amo.

Cuando Daniel ceso la acción de golpearme caí sobre la cama sin fuerzas, con la espalda ensangrentada.

Rafael se acercó a la cama donde me había desvanecido. Se acercó a mi oído y me susurró con voz dulce “Hazme sentir orgulloso”.

Rafael deshizo el nudo de la corbata azabache que llevaba y privó la visión de la muchacha sumisa con esta. Eso la puso más nerviosa.

-Pase lo que pase estaré aquí mi gatita.

Selene sintió como incorporaban su cuerpo y la colocaban boca arriba a merced de sus miradas. Abrieron las esposas y tobilleras de cuero anteriormente colocadas y las deslizaron tras los finos postes de madera de la cama. Agarraron con brutalidad las extremidades de la muchacha y la volvieron a inmovilizar.

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