Su abuela no sabía nada sobre la vejación por parte de Bruce. Había disfrazado las heridas bajo un leve accidente, su abuela creía que se había caído de la moto. Fue regañada sin demasiada dureza, al fin y al cabo, siempre se comportaba con corrección para no darle problemas a su abuela.
Bruce, el muy sinvergüenza, la había tratado bien hasta ese instante y ella se había dejado querer, todo había ido bien hasta que Ronnie decidió ponerle fin a la relación. Tres meses habían sido suficientes, el tiempo necesario (demasiado) para darse cuenta de que el amor de Bruce era enfermizo. Prohibía con sutileza, censuraba en exceso y tantos minúsculos detalles más que sumaban el importe exacto para ser finiquitado.
«—Por favor, Ronnie. No lo hagas. —Pero habiendo tomado una decisión ella no dio marcha atrás».
Casi no podía ordenar sus recuerdos para saber qué ocurrió exactamente antes de verse en el suelo, con una dolorosa herida en el rostro de la que manaba la suficiente sangre para asustarla. Más tarde, había descubierto los moratones de brazos y cuello, allí donde Bruce había puesto sus manos en un intento por hacerla entrar en razón.
No le había denunciado, no podía permitirse preocupar a su abuela. Ella podía manejar el asunto, se mantendría alejada del chico y de este modo evitaba un nuevo enfrentamiento.
«—¿No entiendes que no puedo vivir sin ti?» —Y creyó intuir una amenaza velada en esas palabras. Si Bruce pensaba que ella se doblegaría y perdonaría, estaba muy equivocado. Pero había conseguido que ella se volviera ligeramente paranoica, que recelara de los rincones oscuros y que tomara en consideración hacerse con un arma de fuego.
Dejó la moto en la puerta y entró en casa, una casa pequeña pero suficiente para dos personas bien avenidas como ellas.
—Ronnie. ¿Eres tú?
—No, abuela —respondió desde el recibidor, donde se detuvo a colgar las llaves en el perchero decorado con punto de cruz. Su abuela era gran aficionada a las labores y la decoración del hogar daba fe de ello: pañitos de ganchillo, cobertores de patchwork y encajes de bolillo para los visillos de las ventanas.
—¿De dónde vienes?
La abuela se encontraba en la cocina, en plena faena preparando un pastel de manzana, se secó las manos en un paño y puso sobre la mesa un suculento desayuno. Ronnie opinó que su abuela quería verla siempre hermosa, con las mejillas regordetas y sonrosadas como las de un bebé. Solo se bebió el zumo y se comió la tostada con mantequilla, seguía teniendo apetito, pero esperaba que el continuo ejercicio diario la ayudara a no comer más de lo necesario.
—Ha vuelto a llamar ese chico, Bruce.
El corazón de Ronnie dio un vuelco, él había llamado varias veces desde el incidente ocurrido apenas tres días antes y ella había desconectado el teléfono móvil. Hizo caso omiso a las palabras de la abuela, que solo había visto a Bruce en un par de ocasiones y quien no le caía demasiado bien.
—Dice que todo fue un error, que debes perdonarlo. ¿Perdonar qué?
—Discutimos —respondió desde el lavadero, arrojó la ropa de deporte a la lavadora junto con otras prendas oscuras y puso un programa corto.
—No es un buen muchacho. Finge ser amable, deberías alejarte de él. Sabes que nunca te he dicho lo que debes hacer, pero esta vez no tengo más remedio que aconsejarte que te olvides de él.
¿Cómo decirle a su abuela que lo había intentado? Se había reunido con él para decirle que las cosas no funcionaban, que no le amaba, que encontraría una mujer que le amara como él merecía. Bruce no atendía a razones, estaba decidido a lograr que la relación entre los dos funcionara, por las buenas... o por las malas.
—Me tengo que ir a trabajar.
La abuela la acompañó al exterior poniéndole bien el cuello de la camiseta, ella subió a la moto y puso rumbo al restaurante donde trabajaba. "La Bella Italia" era un lugar fantástico donde siempre olía a especias de todo tipo que inundaba todos sus sentidos. La madre de Lou, Annabelle Terranova, la había contratado hacía años, primero como lavaplatos y ahora como ayudante de cocina. Daba igual, ella era feliz dentro de esa cocina, rodeada de perolas, troceando perejil o limpiando fogones. Nunca se había asustado del trabajo duro.
—Vaya, te ha bajado la inflamación de la mejilla.
Annabelle se preocupaba por ella igual que lo haría su propia madre, miró más de cerca la herida e hizo una mueca de contrariedad con la boca.
—Ese cabrón... —masculló, dio media vuelta y se encaminó al armario de la ropa para sacar los manteles limpios. La pequeña italiana se había enfadado con ella por no acudir a la policía a hacer una denuncia, pero finalmente había comprendido, medianamente y a base de mucho batallar, que Ronnie intentaba que el asunto se solucionara de un modo pacífico
Guido, el enorme cocinero siciliano, la saludó con un breve movimiento de cabeza cuando la vio entrar en sus dominios.
—¿Qué hay?
Él sacudió el gigantesco cuchillo de cocina como quien maneja una batuta, al son de La Traviata que sonaba a todo trapo desde el pequeño IPod conectado a unos potentes altavoces.
—Cebolla, montones y montones de cebolla troceada. Y ajo, cantidades ingentes, pimiento verde y rojo y tomate, en dados pequeños... como solo tú sabes.
Y se puso manos a la obra, adoraba estar ocupada en algo que le gustaba, como cuando se dedicaba al cuidado de su moto.
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Golpea primero
RomanceCuando te das cuenta de que hay personas cabronas en el mundo, que solo quieren controlarte y hacerte la vida imposible. Al principio piensas que ya pasará, pero llega un momento en que tienes que plantarles cara o acabarán contigo. Hasta reducirte...