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Azoté la puerta con toda la rabia y dolor que sentía y eché a correr por el largo pasillo. Al llegar a la calle inspeccioné el lugar, pero las lágrimas no me dejaban ver nada. Limpie mi rostro con una de mis manos e intente volver a observar a mí alrededor. Hasta que la vi al final de la calle. Tomé aire y aceleré el paso para poder alcanzarla. Mi corazón bombeaba con fuerza en mi pecho, sentía que se saldría por mi boca. Respiré profundamente antes de llegar hasta ella y detenerla tomándola del brazo. Se volteó y no me miró. Se deshizo de mi agarre apartándose de mí como si yo quemara. Eso sí dolió. Otra vez las lágrimas empañaban mi vista pero aun así le propuse hablar. Britt no dijo nada, solo miraba el suelo a sus pies. Estaba aquí sin embargo al mismo tiempo no lo estaba. Igualmente pensé que tal vez no me había escuchado, así que probé de nuevo.

---vamos hablar…

---se acabó ---interrumpió.

Dio la vuelta alejándose calle abajo. Sequé otra vez las lágrimas que bajaban por mi rostro y volví alcanzarla. Le cerré el camino con mi cuerpo pero sin tocarla, no quería que volviera a rechazarme y que doliera el doble.

---déjame explicarte, por favor… ---es última frase sonó a suplica y a llanto reprimido.

Ella aún no me miraba y eso me estaba matando.

--- ¿te acostaste con ella?

Su pregunta me tomó por sorpresa ocasionando que tardara un tiempo en responder.

---no…no…te lo…juro.

Respondí lo más rápido que pude al procesar su pregunta.

---eres una mierda ---insultó con rabia.

Britt levantó su mano y abofeteo mi cara haciendo voltearla al otro lado. Dejándome pasmado y sin poder reaccionar. Su golpe solo hizo darme cuenta de algo que ya sabía. Había decepcionado y lastimado a la mujer que amo. Y eso nunca me lo perdonaría.
Mientras procesaba lo que había pasado desde que vi a la morena en mi cuarto hasta la bofetada de Britt vi como mi chica se alejaba sin mirar atrás. Esta vez no lo detuve, ni a ella, ni las lágrimas que corrían por mi rostro.

Caminé como un alma en pena por la calle hasta llegar a la entrada de la residencia. Sentía un vacío en mi pecho. Sentía dolor. Un dolor que no sabía cómo digerirlo. Ni siquiera recuerdo como llegué a mi cuarto. Tenía todo el cuerpo entumecido. Solo recuerdo que cuando me senté en la cama me derrumbé.

No sé cuántas veces lloré.
No sé cuántas veces miré nuestra foto en el móvil.
No sé cuántas veces reprimí el deseo de llamarla.
No sé cuántas veces me detuve para no ir a buscarla.
No sé cuántas veces maldije a la culpable de mi sufrimiento.

Luego entendí que el único culpable que había era yo.

Acabe sumido en una nube negra de dolor. Y lo que más dolía era el hecho de saber que ella también estaba llorando y sufriendo y todo por mí. Había destrozado mi relación. Había roto mi corazón y con el mío el suyo. Había destruido su confianza en mí, todos mis sueños se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos. Y todo por dejarme llevar por algo que yo sabía que lo único que causaría era destrucción y problemas. Lo que lograba ver cuando cerraba mis ojos era su rostro contraído de dolor, sus ojos llenos de lágrimas y una mirada decepcionada.
No sé en qué momento esto se me fue de las manos y llegó tan lejos. Había dejado que esa mujer rompiera el límite de nuestra relación. Le regalé una entrada libre a mi vida, mi cuerpo y mi mente. Y ahora su juego de una noche me había jodido la relación. Prometió en uno de sus miles de mensajes que tuve la desgracia de leer que no me dejaría en paz y lo está cumpliendo.

¡Maldita sea!
Me maldigo una y otra vez por estar pensando en ella en vez de idear un plan para recuperar a mi chica. Primero le daría un tiempo y espacio, algo que también me haría bien a mí para calmarme y pensar en cómo redimir mis pecados.
Comenzando por tomar mí móvil y borrar las desenas de mensajes sin leer y todas sus llamadas perdidas así como su número. No haría mucho con eso si ella aún conservaba el mío pero me hizo sentir mejor. Llevado por un impulso le envié un mensaje a mi chica.
                 
                  Te amo

Eres mi dueñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora