4.3- Martha

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4.3- Martha

Ya había pasado una semana desde nuestra cita de una vez al mes para avivar las llamas de nuestro amor, estaba trabajando incansablemente día tras días mientras todo volvía a la rutina, me gustaba mi trabajo. Estaba archivando unas facturas de los chicos cuando hacían sus viajes de investigación para el periódico cuando llegó mi jefe, Julio César.

—Martha, tengo entradas al teatro que no voy a usar ¿las quieres? —pregunto lanzando el par de boletos a mi pequeño escritorio, sin si quiera haber respondido si quería ir, pero sería una blasfemia decir que no quiero ir.

—¡Oh! ¿En serio? —las agarré rápidamente revisando su fecha y desde ya planeando para ir a ver.

—Sí, me aburre el teatro, pero sé que te gustan esas cosas, invita a tu marido o, una amiga. Mejor una amiga, detesto a tu marido —había tardado en lanzar una de sus perlas en contra de Miguel, cosa que me irrita.

Julio y Miguel llevan una relación de odio-odio y últimamente demasiado odio luego de que Miguel se había pasado de copas en una de las fiestas de Navidad y coquetear descaradamente con algunas periodistas y secretarías del lugar y Julio se enfadó muchísimo casi se van a los golpes, así que prohibió al año siguiente que las parejas vinieran con los empleados, no quería que se repitiera lo mismo, yo me enfadé por casi un mes con Miguel y casi lo botó de la casa, desde esa vez Julio toleró aún menos a Miguel, nunca entendí porque ese par no se llevaban bien, ambos eran atentos y caballerosos a su manera, pensé que congeniarían y me equivoqué horriblemente cuando vi que cada vez que se veían querían saltarse a la yugular.

—¡Ya basta, Julio! —lo regañe como siempre —¿Qué sucede con ustedes dos?

—Mereces a alguien mejor—chasqueo la lengua — si te contara...

—Lo elegí a él, es amoroso, atento y buen padre —añadí molestándome— en serio, acaba con eso.

—Está bien te dejo en paz, eso sí. Cuando lo dejes ya sabes que aquí estoy yo — lo vi seria pensando que hablaba en serio hasta que vi su rostro.

Y con eso supe que estaba bromeando de nuevo, me guiño el ojo y se metió en su oficina, le gustaba hacerme enfadar y porque en serio no toleraba este tipo de cosas. Luego de una jornada larga en el trabajo lleno de papeles y chismes dignos de un Oscar me fui a la guardería y pasé por Diego mi hermoso niño de tres años, en cuatro meses cumpliría sus 4 añitos y tenía una temática pensada, debía darme una escapada en el almuerzo para ir comprando todo.

Diego tenía mi color de cabello era de un castaño claro con reflejos rojizos, sus ojos eran grises y de tez blanca como yo, aunque tenía el carácter de su padre y sus gestos. A Miguel le molestaba un poco que nuestras amistades dijeran que es mi calco, pero así es.

Llegué a casa y vi el auto de Miguel ya estacionado así que entré por la cochera, pocas veces llegaba antes que yo así que me emocioné, entré a la cocina y enseguida Diego grito llamando a su papá, se removió en mis brazos como una anguila para que lo dejará bajar y lo dejé ir en busca de su padre.

—¡Hola, pequeño! —escuché como Miguel saludaba a nuestro pequeño —¡llegaste! — escuché su voz cerca.

Cuando me giré estaba en el marco de la puerta eufórico y acelerado.

—Hola, sí —saludé abriendo la nevera para tomar un poco de jugo de naranja, tenía mucha sed— ¿Qué haces aquí tan temprano?

—Quise llegar antes y tenerte una sorpresa preparada, quiero pedir comida, tomar un poco de vino y charlar — su espontaneidad a pesar de los años juntos era lo que me tenía enamorada de mí esposo, no lo hacía todo el tiempo, pero cuando lo hacía me tomaba de sorpresa.

La debilidad del mafiosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora