Ya no volveré

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Siempre le pregunto a mi mamá sobre mi nacimiento porque escucharlo me hace sentido para todo lo que viene después, además de unas cosquillas en el estómago, como si lo reviviese mientras me lo cuenta. "Venías con el cordón umbilical envuelto en el cuello y no podías salir, naciste porque una matrona con las manos pequeñas tuvo que meterlas en mí y sacarte como una ternera". Sí, casi muero al nacer. Me estaba asfixiando y no había posibilidad de parto a pesar de que había trabajo desde hace dos días por lograrlo. Ni siquiera sabían que era mujer y me iba a llamar Matías Nicolás. Como una gallina muerta me llevaron de los pies los doctores a liberar mis conductos respiratorios. Nací enferma del sistema gástrico y no podía tomar nada, hasta que mi mamá a hurtadillas me dio agua de hierbas y santo remedio. Me iba a casa, aún sin nombre. Finalmente, como acto de rebeldía me terminé llamando Fernanda Anayling. 

- yo ya tengo un hijo que se llama Fernando - decía Fernando, mi padre, a regañadientes

-pues así se lo puse y ya, mierda - le contestaba mi mamá, que en contra de la voluntad de mi otro progenitor me puso como ella quiso.

El otro nombre me lo colocó una profesora, pero eso es otra historia.

Fui creciendo y dicen que lloré los primeros seis meses sin parar, inflada como un sapo hasta los cuatro años. Mi mamá tuvo su primer episodio depresivo severo cuando se embarazó de mí. ¿Coincidencia?, no lo creo. Esa es sólo una de las razones por las cuales terminé en el psiquiátrico. Dicen que los bebés pueden sentir todo lo que su madre pasa y yo no llegué en un buen momento a mi familia. Ella ya no pensaba tener más hijos y ¡pum!, sorpresa sorpresa papis. Siempre oveja negra, hija del caos.

La última vez que me deprimí me abandoné por completo. Dejé de comer y beber agua por tres días hasta que por insistencias de mi terapeuta y mi capacidad para sobrevivir y adaptarme a todo partí en microbús, en una especie de piloto automático físico hasta la urgencia del hospital. Si hay algo que he aprendido y que les puedo aconsejar, es que morir da miedo, aunque aún pienso en ello con frecuencia. El problema está cuando te dejas de importar. Paso a paso vas perdiendo ese temor de infringirte castigos o dolor hasta que morir asfixiado o atropellado por un tren se empieza a volver una idea atractiva. No se dejen llegar a ese punto, pidan ayuda. 

Llegué al hospital y no tenía sentido, pensaba en irme a cada momento. Sólo una hermana mía sabía que yo estaba ahí, pero estaba sola y a nadie le conté lo que me estaba pasando. Finalmente estuve hospitalizada en urgencias de un hospital público y finalmente me enviaron al Salvador, donde estuve poco más de dos semanas, pero en las cuales aprendí y crecí como nunca lo había hecho. 

Un día, aburrida, llena de remordimiento y rencor decidí canalizar mi enojo en esta canción, con los lápices del recinto y hojas de oficio usadas:

La Voluntad quebrantada no te deja ni salir, las cuatro paredes que tu mente puso trabajosa allí. Pero soy más, ya nunca más, volverás acá, ya déjame en paz. 

Ya no me espere mi wacho que yo no pienso volver, a la lagrimita a diario al dolor del ayer. Porque soy más, ya nunca más, volveré allá. Bye bye mi pá. 

Coro: Uh, el tiempo. Amor malgastado, en momentos dados, ya no volveré atrás. 

Uh, tu te encuentras quebrado, puño e' hierro he dado. Ya nunca más, ya nunca más. 

Y sin borrar la memoria simplemente dejo ir, para escribir otra historia ya dejar de sufrir. Y si es que tu me llamas papi, extrañas algo de mí, yo te digo al tiro que a la verga vas a ir.

Te aviso que el ayer, no me deja ni comer por eso es que dejaré, de pensar weas, ya no soy más, tu basurero emocional.

Coro: Uh, el tiempo. Amor malgastado, en momentos dados, ya no volveré atrás. 

Uh, tu te encuentras quebrado, y la vida me ha dado, la razón, una vez más.


Esta canción se la escribí a mi padrastro al que encontré en algo innombrable. Mi papá falleció cuando yo tenía catorce años y cuando conocí a Marcelo, pensé que la vida me había dado otra oportunidad. Le conté todo lo que había sufrido y pareciese que eso fue un arma de doble filo porque su traición me dolió como el demonio. Ahora a mis veinticinco busco este año perdonar y ser perdonada. Sobre todo, por mí misma. 

Algún día, muy pronto, vamos a conversar cara a cara.

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