Parte I

33 3 0
                                    


Dominus Deus

exaudi nos et miserereexaudi, Dominus

.

.

.

Su cuerpo dolía. Su respiración estaba tan agitada que ardía a cada inhalación y exhalación que daba; creía que sus pulmones explotarían en cualquier momento por el intenso esfuerzo que estaban haciendo por mantenerlo vivo . Sus piernas temblaban a cada paso que daba, su cabeza palpitaba tan fuertemente que ya se estaba desarrollando una intensa migraña. El sudor, el hambre y la sed lo invadían pidiéndole que se detuviera a descansar, pero no podía parar, aún no, porque si lo hacía, estaría perdido. Tenía que encontrar un lugar seguro antes del anochecer, y solo entonces podría satisfacer sus necesidades. Había estado corriendo por 2 horas seguidas, sabía que había recorrido una gran distancia pero dudaba que hubiese llegado a lado limítrofe del siguiente círculo.

-"Maldición"- maldijo mentalmente. A pesar de haber estado huyendo por días, no había podido llegar al siguiente nivel. Sabia muy bien que dependiendo en el lugar que te encontraras, podía ser más extenso o pequeño el pedazo de tierra, ya que los niveles de los círculos del infierno estaban separados entre sí y cada uno de ellos formaban, si se juntaban en forma gráfica, una figura de un cono. Es decir, que la base, que era la parte más grande, es la que más cerca estaba de estaba del infierno, y la punta, del mundo terrenal. Todavía recordaba en sus clases con los sacerdotes, cuando era niño, como mencionaban que los círculos representaban los delitos cometidos por las personas y que ahí eran el lugar donde cumplirían su condena.

- Para poder explicar el infierno imagínense un triangulo - El hombre dibujó la figura en su pizarrón mientras continuaba su explicación- en la punta se encuentra los menores castigos y conforme se va ensanchando hasta la base se encuentran las peores de las corrupciones. Ahora dividan su triángulo en 9 partes - partió su dibujo en líneas que atravesaban la figura hasta que lo dividió - Estos pedazos son lo que conocemos como los círculos del infierno. Cada uno de ellos contiene los castigos a los pecados mundanos cometidos por los humanos. El primero que es la punta es el purgatorio, donde contiene aquellos que no creen en Dios. El segundo y el tercero contienen el pecado del placer. El cuarto y el quinto están los perezosos y tacaños. El sexto y séptimo, son para aquellos que ejercen la violencia. El octavo se encuentran los corruptos. Y por último, el noveno círculo contiene el peor de los males- comentó el sacerdote, con su voz cansada producto de su avanzada edad. Sus manos se quedaron en el aire mientras explicaba.

-¿Por qué? ¿Qué hay en el noveno círculo?- preguntó un niño, sus ojos llenos de miedo, pero a la vez de tanta curiosidad por saber de aquello que podía aquello que causaba tanto temor .

El anciano, bufó como si aquella pregunta fuera en cierta, manera gracioso. Sin embargo no duró mucho, ya que cambió su semblante a uno serio, cosa que causó escalofríos a los niños que se encontraban en la habitación.

- Porque ahí dulce niño, se encuentra el hogar de los siervos de Lucifer, los soldados más poderosos que hayan existido- Calló por un segundo, tomando una inhalación profunda, como su mencionar aquello fuera algo prohibido- Porque ahí reinan la personalización de... Los pecados capitales."


Continuó andando una hora y media más hasta que pudo divisar las estructuras de unos edificios en el horizonte. Suspiró aliviado, sabía que pronto podría descansar y dormir un poco antes de continuar al día siguiente. Emocionado, se dirigió a toda prisa hacia la ciudadela. Cuando llegó se permitió por primera vez en horas, tomar un respiro de su extensa carrera, se agachó sobre su eje, y apoyó sus manos en sus rodillas, mientras trataba de regular su respiración. Se quitó con ayuda de su antebrazo parte del sudor de su frente, y de su mochila sacó una cantimplora con agua, la cual bebió más de la mitad de un solo golpe. Quería tomar un poco más, pero no sabía si había algún lugar donde pudiera llenarlo de nuevo. Así que se aguantó el impulso de acabárselo, y la volvió a poner en su mochila; sabía que seguía muy sediento, y más después de estar corriendo por un buen rato, pero no se podía permitir ser imprudente, tenía que guardar todo lo posible para continuar. A pesar del cansancio que sentía necesitaba seguir moviéndose, por lo que se obligó a enderezarse, y comenzó a caminar, ignorando la protesta de sus músculos adoloridos que le pedían descansar y se adentró a la ciudad.

Salva NosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora