Pelea

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Más tarde, luego de haber despachado a mi compañía y haber tomado una relajante siesta, me apresté para mi última noche en la casa de mi padre, al menos por un tiempo. Llamé a Lucius. Estuviera donde estuviera, haciendo cualquier cosa, él respondería. Teníamos una conexión muy fuerte, la única que en realidad tenía en mi vida. Instantes después la puerta se abrió dando paso a un hombre que empezaba a rodear la cuarentena, al menos físicamente. En realidad todos habíamos perdido la cuenta de la cantidad de eones que había vivido, eternamente joven, eternamente hermoso. Alto, de complexión fuerte, musculoso, tenía un cuerpo que hacía babear a cualquiera. El pelo negro azabache le caía en delicadas ondas sobre la frente y las orejas, y hoy presentaba un aspecto revuelto. Ojos ámbar, perfil griego, una boca generosa que incitaba al pecado. Seguí comiéndomelo con la vista, andaba sin camisa, con unos jean desgastados y rotos que traían la bragueta abierta, desnudo debajo de ellos. Andaba descalzo. La boca se me hizo agua. Esbocé una sonrisa descarada.
- ¿Interrumpo?
- Para nada muñeca, para ti siempre estoy disponible y completamente dispuesto.- Me devolvió la sonrisa, imágenes de lo que había estado haciendo desfilaron por sus ojos, no habían secretos entre nosotros. Me guiñó el ojo y se dirigió a la cama donde yo aún estaba recostada. Se sentó a mi lado, colocó un dedo debajo de mi barbilla y me besó, solo un roce que me dejó queriendo más cuando su delicioso olor a cedro inundó mis fosas nasales. Llevó su mano en una suave caricia hasta un mechón de cabello castaño que se había metido en mi cara y lo devolvío a su lugar tras mi oreja. Caricia que siguió a lo largo de mi pelo, se deslizó por mi brazo y acabó recomponiendo el tirante super fino de la pijama de seda azul rey que llevaba, arrastrando la mirada a lo largo de mi cuerpo, siguiendo el recorrido de sus dedos. Carraspeó y clavó sus ojos en los míos grises.
- Por más que me gustaría hacer lo que estás pensando,- y su voz ronca se deslizó como caramelo caliente por mi piel- no me has llamado para eso.- Ambos nos alejamos tomando conciencia de lo cerca que estábamos. Sonreí socarronamente y me recosté en el respaldar de la cama estilo imperial.
- Ya sabes que es lo que quiero.
- Buscas una excusa para partirle la cara a alguien en tu último día aquí.- Gruñó alzando los ojos al techo.
- Entonces ya sabes que me marcho.
- Sí.- Clavó su mirada nuevamente en la mía consciente de la tormenta que se estaba formando sobre su cabeza.
- Ya, por eso el regalito que me estaba esperando en mi recámara. Que bien me conoces.- La temperatura de mi voz descendió varios grados.
- Sabes que soy la mano derecha de Luzbel.
- Antes que la mano derecha del diablo eres mío, y me parece que lo olvidas con demasiada frecuencia.- Fruncí el ceño, la rabia volvía a hacer estragos en mi interior.
- No te comportes como una niña caprichosa, Belial.- Me regañó.- No soy una propiedad.
- Mío.- Gruñí. Estaba peligrosamente cerca de mis límites. La oscuridad se extendió por mis venas, concentrándose en mis ojos, volviéndolos rojos. Sentí mis colmillos pinchar mi lengua, apreté la mandíbula haciéndome sangre, intentando controlar esa ira homicida que se apoderaba de mí.
- No.- Fue apenas un susurro, contenido. Sus ojos se volvieron negros y de repente parecía más grande, sumamente peligroso. El aire entre nosotros se llenó de estática, me erizó la piel esa corriente y me estremecí de placer. Si no fuese él habría dejado salir a la bestia. Era un rival imponente, de los más fuertes y brutales que conocía, me daría pelea... por un tiempo, aunque claro con Lucius nunca se sabía, siempre se las arreglaba para ganar. Mi trasero había sido lindamente pateado por él en incontables ocasiones, aunque después era lindamente recompensado también. Muy a mi pesar, ese pensamiento logró ruborizarme, apagando el fuego en su mirada instantáneamente, que se tornó dulce. Oh no, iba a meterse en el papel de padre complaciente.
- De acuerdo, cariño, soy tuyo y tu mía, pero entiende que hay cosas para las cuales es mejor dejarlas que siga su curso.- Intenté protestar, pero colocó un dedo en mis labios llamándome al silencio.- Sé que tu misión no te hace gracia...- Puse los ojos en blanco y lancé un pensamiento a su mente: “Esa es una forma de decirlo.”- pero piensa en la recompensa, muñeca. El imperio militar de tu padre al fin a tus pies... ¿No es eso lo que siempre has deseado?
- Sí, pero a cambio de qué. No soy una puta moneda de cambio, ni su prostituta de lujo. Además, ¿por qué yo? ¿Por qué no una de mis hermanas? Está dispuesto a sacrificar demasiado por muy poco, me hace desconfiar.
- No sé los detalles...- Arqueé una ceja.- Realmente no lo sé, y tienes razón, su actitud, tanto secretismo con respecto a esto... es como poco extraño. ¿No has logrado sondear su mente?
- No, sabes que desde que descubrió que podía hacerlo ha tomado medidas para protegerse.
- Tienes que practicar más, estoy seguro de que con el tiempo ninguna barrera se te resistirá.
- Sí sí, como sea.- Hice un gesto displicente con la mano.- Dime qué sabes.- Frunció un poco los labios, su lealtad con Luzbel era prácticamente inquebrantable, pero yo era su debilidad.
- Sé que tienes que ir a seducir a un ángel bastante molesto, que ha estado dando quebraderos de cabeza a tu padre desde hace años. Es anormalmente poderoso, se rumora que solo tiene comparación con la Princesa de las tinieblas.- Reí al escuchar mi título, pero él no rió, estaba mortalmente serio.
- ¿Crees esos rumores?
- Más que creerlo, lo he visto luchar, no tiene precedentes, Belial. Es montruoso.- El corazón se me aceleró, una emoción extraña me recorrió todo el cuerpo. La ignoré. Sonreí con descaro.
- Nunca te había visto respetar a un ángel, esto será interesante.- La expectación se apoderó de mí. De enfadada a ansiosa en un nanosegundo, mi vida aburrida desde luego no era. A la única persona que admiraba era a Lucius, y desde luego, cualquiera que obtuviese su respeto también tendría el mío.- Lo que no entiendo es por qué no me envía a destruirlo, siendo la amenaza que es.
- Llámame loco, pero a veces juraría que su intención es reclutarlo.
- No digas tonterías, Lucius, no ha surgido un caído desde...- Nos quedamos mirando, su vida pasada, al igual que la mía, eran temas que preferíamos evadir.
- Tu padre, yo... y el resto.- Su voz se tornó de acero.- Aún así, esas parecen ser sus aspiraciones.
- Pues entonces me tiene demasiada fe. Seducirlo no bastará... tendría que...- me eché a reír a carcajadas, la idea se me antojaba ridícula.
- Enamorarlo.- Suspiró. Fruncí el ceño, intenté entrar en su mente pero se resistió y decidí respetar su privacidad.- También me parece complicado, con sus poderes enseguida notará lo que eres.
- Me protegeré, tranquilo.
- Belial, eres muy explosiva, si te enojas...
- No lo haré.- Me miró escéptico.- Confía en mí.
- Confío en ti, pero estoy preocupado. Te meterás en la boca del lobo.- La preocupación en su rostro caldeó el corazón que yo creía helado, sólo él podía lograr eso.
- Exageras, bombón.- Intenté tranquilizarlo.
- ¿No tienes idea de a dónde vas ni de quién es él, verdad?- Me encogí de hombros ante su alarma.- Belial, es el comandante de la Guardia.- Eso sí me llegó.
- ¿EL COMANDANTE?
- Sí, EL COMANDANTE.- Había escuchado historias del portento militar, genio estratega, guerrero feroz, que constituía el comandante de la Guardia. Más que temido, era respetado y admirado, muy querido entre sus soldados. Estaba causando estragos en las tropas de Luzbel, frustrando sus planes una y otra vez. También luchaba en dos frentes, contra demonios y cada maldita criatura sobrenatural que osara meterse en su territorio con malas intenciones y solucionando los conflictos bélicos y políticos entre los humanos. Gozaba de gran reputación en ambos mundos, y su poder militar se estaba extendiendo. Yo salivaba por enfrentarme a él desde hacía años, desde que escuché de su existencia por primera vez, y cada nuevo relato sobre su persona había aumentado esas ansias. Y mira por dónde al fin iba a conocerlo... y no podía matarlo... Resoplé frustrada.
- Me estás diciendo que la única forma en que me voy a poder enfrentar a ese hombre es en la cama.
- Se dice que no tendrás motivos para quejarte.
- ME VALE, es el enemigo.
- Luzbel lo quiere caído.
- Pero lo odio.- Me enfurruñé.
- No seas infantil, no lo conoces.- Soltó exasperado. Se pasó ambas manos por el pelo, frustrado. Admiré como su cuerpo se tensaba con ese movimiento, pero aparto de un manotazo mis pensamientos lascivos:- En fin, es hijo de Miguel.
- ¿El Arcángel Miguel?
- Ese mismo.- Su mirada se volvió dura como el acero. No sabía qué había ocurrido entre ellos, aparte de que Gabriel y Miguel fueron los que los desterraron, había decidido respetar su intimidad en ese aspecto, lo entendía, pero Lucius le guardaba un resentimiento atroz.- Te codearás con la crema y nata de las alturas.- Esa burla dulcificó sus rasgos y le devolví la sonrisa.
- No puedo esperar.
- Ahora que sabes lo que te espera, entiendes un poco más los planes de tu padre. Por un lado tienes que ser tú, eres la única con el poder suficiente para cubrir tu esencia de ellos, por otro eres su mejor activo...
- Activo sería si me dejara pelear de verdad.- Interrumpí.- En cinco años solo me ha enviado a misiones estúpidas de rescate, a prostituirme con esos desagradables socios que tiene y a eliminar algún que otro objetivo que se resistía. Quiero ir a la guerra.
- Bueno, si lo logras no solo irás, la dirigirás.- Su rostro adoptó una expresión fiera, despúes de todo, yo era su obra. Él me rescató de las garras de mi ex y me convirtió en el arma letal que ahora soy, con solo 26 años, toda una proeza. Yo era el otro lado de la moneda, tenía una reputación admirable, y bien merecida, pero a diferencia del comandante yo era temida y odiada. Me gustaba así. Mataba por diversión, torturaba cruelmente a enemigos y aliados por igual. Dejaba al monstruo que habitaba en mí campar a sus anchas, guiado por la oscuridad y la rabia. Era conocida como la Princesa de las tinieblas porque nadie se atrevía a pronunciar mi nombre, prácticamente nadie me llamaba Belial, solo mi padre y Lucius. Pasaba mi vida entre entrenamientos y misiones, si era el mejor perro de ataque del diablo tenía que ser infalible y mortal.
- No prometo nada. Si me harta con sus curcilerías puede que amanezca sin cabeza. Joder, espero que al menos sepa follar.- La cara de Lucius era un poema, me estaba ocultando algo y se estaba divirtiendo de lo lindo.- Suéltalo ya.- Escupí, un mal presentimiento se afianzó en mi estómago.
- Es virgen.
- ¡Virgen!- No podía ser. Si hubiese estado parada me habría desmayado de la impresión, que era mayúscula.- Tienes que estar de broma, ¿estás de broma, cierto?- Pregunté esperanzada, pero él empezo a negar con la cabeza intentando reprimir la risa.
- Nuestros espías no han podido encontrar ninguna relación que pudiesemos usar en su contra, créeme que hemos buscado. No ha habido nadie.
- ¿Ni hombres?
- No.
- No puede ser, un hombre así no puede ser... no es posible, no encaja con su personalidad. Un hombre con ese historial debería ser un empotrador.- El pobre no pudo aguantar más y soltó la carcajada. Se tiró sobre la cama muerto de risa, pero yo no le veía la gracia. Puñetas, que la que lo iba a tener que desvirgar iba a ser yo. Esto no me podía estar pasando. Maldita mala suerte.- ¿Es muy feo? ¿Desfigurado acaso?
Lucius hizo esfuerzos sobrenaturales para contener los espasmos que todavía le recorrían el cuerpo. Hasta lágrimas había soltado el muy cabrón. Se apoyó en el codo y me miró intentando recobrar la compostura.
- Ya te dije que no tendrías motivos de queja.
- Entonces la tiene pequeña.- Él se desmoronó de nuevo en el colchón.- No te rías, piénsalo, tiene complejo y por eso va pateando traseros por la vida a diestra y siniestra. Probablemente piense que los demonios la tienen más grande y por eso los odia.- Yo miraba a Lucius segura de que se iba a ahogar en cualquier momento. Amaba verlo sonreír, pero el chistecito ya me estaba sacando de mis casillas, así que hice lo único que sabía que lo iba a callar. Me senté a horcajadas sobre él, su cuerpo tardó 0,5 segundos en reaccionar al mío.- Para de reír, ten piedad de mí.
- Tú deberías tener piedad de mí, este sitio va a ser muy aburrido sin ti.- contestó mirándome intensamente a los ojos. Sonreí y me agaché. Deslicé la punta de la nariz por sus mejillas, rozando los rastrojos de su barba.
- Se me ocurre una muy buena forma de despedir los buenos tiempos.
- Creí que tenías otros planes.- Reí y me separé de él.
- Cierto. ¿Puedes organizarlo?
- Claro, Princesa. Prepárate.- La emoción volvió a aflorar en mi interior, despertando a la bestia sedienta de sangre.

Luz y OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora