Placer final

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Tatiana era una joven estudiante de enfermería. Cada noche, tras salir de la facultad, acompañaba a enfermos durante las horas nocturnas para que no pernoctaran solos. Sabía que era un trabajo no muy pesado y bastante solicitado por familiares que no podían ocuparse ellos mismos.
Normalmente su clientela era gente de avanzada edad. Tras el fallecimiento del último anciano que cuidaba, Tatiana había vuelto a quedarse disponible. Horas después ya volvía a tener otro paciente, pero, en esta ocasión, no se trataba de una persona de la tercera edad, casi moribunda: era un joven al que le quedaban tan solo unos días de vida, víctima de un fatal accidente automovilístico. La madre de éste quiso hablar en privado con Tatiana, explicarle por qué la había solicitado esa noche. Salieron de la habitación y comenzaron a hablar en el pasillo.

- Mi hijo se está muriendo y yo quiero que esté bien hasta el final. Necesito que lo cuides muy bien, pero te voy a pedir una cosa.

- Sí, dígame, lo que quiera.

- No puede moverse y necesita sexo, te ruego por favor que se lo proporciones.

- Pero... (asombrada)

- Te pago tres veces lo que cobres habitualmente.

Tatiana, que no podía creer lo que acababa de escuchar, sabía que ese dinero le vendría muy bien para pagar la universidad.

- Sí, acepto.

Entraron en la habitación, la madre se acercó a su hijo, le besó en la frente y le dijo al oído que esa noche lo pasaría muy bien.

- Se llama Germán, no habla, pero te escucha perfectamente.

- Mira, Germán, ésta es Tatiana, te va a acompañar todas las noches.

- Hola (tímidamente).

- Me marcho, mañana a primera hora llegaré para que te puedas ir a casa a descansar.

Tatiana se despidió de la madre, echó una ojeada por la habitación, cogió una silla que estaba a los pies de la cama, la colocó al lado de Germán y se sentó.

- Hola, Germán, ¿qué tal estás? Tu madre me ha dicho que sufriste un accidente.

Germán solo podía mover los ojos. De su boca salía un pequeño susurro que no se llegaba a entender.

Tatiana no sabía cómo comenzar a darle placer, no quería hacerlo así sin más.

Tenía miedo a ser sorprendida por alguna enfermera, así que, estratégicamente, colocó la puerta del baño de forma que bloqueara la puerta de entrada.

Una vez asegurada la puerta, bajó las persianas y apagó una de las luces del techo, dejando solo la de los pies de la cama.

Comenzó a desabrocharse poco a poco los botones de su camisa, mientras Germán miraba fijamente sin parpadear. Tatiana se sentía extraña en esa situación, pero sabía que, si no cumplía, la madre no le iba a pagar la noche. Respiró hondo y continuó, hasta que logró desabrochar todos los botones.

Germán seguía sin apartar la mirada de sus senos, que sobresalían por encima de una camiseta blanca que Tatiana llevaba sin sujetador, marcando los pezones, que comenzaban a endurecerse.

Tatiana levantó la sábana de Germán y fijó su mirada directamente en su pene: estaba erecto, y era grande, el más grande que hasta ese momento había visto.

- Madre mía..

Giró la cabeza hacia otro lado, cogió el pene con una mano pero se dió cuenta de que iba a necesitar las dos. Tatiana, al ver semejante instrumento, comenzó a excitarse, al mismo tiempo que se sentía mal por lo que iba a hacer.

 Hasta El FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora