Ya era sábado por la noche y Pablo se encontraba en su habitación buscando algo que ponerse. Aprovecho el fresco de marzo y se decidió por unos jeans azules oscuros, una remera blanca básica holgada y su accesorio infaltable, el rosario de madera que le había regalado su abuela cuando era chico. Una vez ya vestido se paró frente al espejo del baño y comenzó a acomodarse los rulos. Primero para un lado, después para otro, rulos encima de la frente, rulos parados. Basta. Bajo los brazos y volvió a mirarse al espejo - ¿Se podrá ser tan pelotudo viejo? - jamás en su vida se había preocupado tanto por la raya del pelo pero aparentemente ese tema ahora casi que lo angustiaba. Agarro un poco de agua, se la tiró sobre el cabello, agitó la cabeza un poco cuál perro y salió del baño.
Javier lo pasaba a buscar en el auto de su madre y con él venían las cervezas que había comprado. Pablo solo agarró un poco de plata, las llaves de su casa y se fue no sin antes despedirse de su madre con un beso.
- Cuidate, Pablito - su madre le dijo distraídamente mientras le acomodaba un poco los pelos que le caían sobre la frente - Cualquier cosa llamas, si? no vuelvas muy tarde. - le dio un beso en la frente.
- Si vieja tranqui, no creo que vuelva muy tarde. Vos dormi. - Pablo no era mucho de salir así que era entendible que su madre siguiera angustiandose un poco cuando este pasaba la noche afuera.
- Tratare. - largo un suspiro rendida - Chau, mi amor.
- Chau, ma - dijo Pablo con una sonrisa mientras se alejaba y cerraba la puerta de su casa detrás de él.
Saviola ya estaba en la puerta de su casa esperándolo.
- ¿Qué haces Pablito? - dijo este con la sonrisa más grande que Pablo había visto en su vida.
- Mirate la cara de feliz cumpleaños que tenes banana, a quien estas esperando ver qué estás tan contento? - pregunto el castaño mitad cargandolo mitad en serio.
- A vos, mi amor - dijo Javier fingiendo seriedad poniendo cara de pato mientras se acercaba a los labios del contrario.
- Salí, pelotudo - Pablo le pegó juguetonamente en la cabeza para alejarlo mientras se reía a carcajadas. - Sos un tarado.
- Bueno che, yo me abro asi con mis sentimientos y vos encima me puteas - fingió tristeza mientras arrancaba el auto - Asi no se puede loco.
- Callate y maneja. Dale que el otro nos va a cagar a puteadas.
Llegaron a la joda y se dieron cuenta que ya se encontraban allí la mayoría de sus compañeros. En su colegio había 3 cursos por año de más o menos 30 personas cada uno así que si estaba invitada toda la camada, no era poca la gente que se había hecho presente esa noche. Por suerte la cantidad de personas no era un problema para la familia adinerada de Walter Samuel que tenían una casa en la que podían caber hasta el doble de cristianos cómodamente.
La mayoría de ellos ya estaban en su segundo o tercer trago. Claramente era muy temprano para que las cosas se empiecen a descontrolar pero el volumen de la música ya hacía vibrar los enormes parlantes que había en el patio y en consecuencia algunos de los cuerpos al ritmo del mismo.
El Conejo se perdió a los 10 minutos de llegados en busca de "su presa" como él la o las había llamado. La verdad que ni Pablo ni Diego sabían que se traía entre manos porque siempre se hacía el boludo para contestar así que simplemente lo dejaron ser.
Se quedaron solos con Diego en la cocina preparándose unos vasos (bastante grandes) de Fernet, ya eran los segundos de la noche. Habían estado allí conversando un buen rato, hablaron más que nada sobre fútbol, el torneo apertura, los partidos de mañana día domingo y demás por un buen rato. En ese aspecto, Pablo cree que Placente y él eran similares, les gustaba mucho la tranquilidad y disfrutaban el sentarse a hablar por más de que se encontrarán en una fiesta multitudinaria. A veces Saviola los cargaba con que eran aburridos y un poco les molestaba, sobre todo a Diego, que era más propenso a tener encontronazos con aquel. De igual forma todos se conocían y ya sabían cómo eran, se querían así como eran y nada iba a cambiar eso.