- Prólogo -

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Domingo de resurrección,

Psiquiátrico St. Mary

Conocí a mi asesino cuando tenía veinte años.

—Addy, te hemos hecho una pregunta.

Nos coronamos héroes entre las máscaras absurdas que habitaban las fiestas colectivas de la frivolidad. Ingenuamente, creí que íbamos caminando la vida por laberintos paralelos cuando, en realidad, él pertenecía a un túnel mucho más oscuro.

—Audrey.

Fui manipulada y manipulé para satisfacer un papel dentro de la historia. Fui una actriz secundaria en el gran caos que se estaba desarrollando, y no por eso, debería sentirme avergonzada o resentida.

—Está murmurando algo. 

Mi cabeza es un laberinto oscuro: a veces lo iluminan relámpagos. Su destello aparta la oscuridad, la oscuridad oculta lo injustificable, lo grotesco.

—¿Qué está diciendo? —La mujer se apartó—.

—"Por causa de la transgresión de Adán, la muerte espiritual así como la muerte temporal fueron dictaminadas sobre él". 

El detective carraspeó.

—Es un pasaje del Génesis.

—Yo no lo hice...

Murmuró claro Addy, una y otra vez. Una y otra vez.

—Audrey, te encontraron cubierta de sangre en la cama. —Gruñó la mujer—. Parte de esa sangre pertenecía a Theodora Franklin.

—Yo no lo hice. —La miró con los ojos bien abiertos, temblando—.

—Tenías rastros de su piel bajo las uñas.

—Yo no lo hice. —Lloró—.

—¡Intentó defenderse de ti y tienes arañazos en los brazos, joder!

—YO NO LO HICE. YO NO LO HICE. YO NO LO HICE.

Se revolvió en la cama, tirando de las cadenas que mantenían sus pies y manos. Se abalanzó hacia la detective como si quisiera morderla, y la mujer se apartó de un salto.

—Yo no lo hice. —Sollozó Addy entre lágrimas que intentaban limpiar el barro de sus mejillas—. 

Ruega Por NosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora