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Varias creyentes de energias y cosas paranormales hablaban de un espectro; cierto es que estas leyendas urbanas llegaron a oidos de las patronas -que para entonces empezaban a conocer el negocio-, no era por nada que los policías les "cuidaran" o que del día a la mañana las patronas se interesaran en mantenerla ubicadas. Como mencioné eran tres hermanas, pero ¿Qué había pasado con la madre? He ahí la misma nula respuesta para Danae, Flora, Adriana, y algunas menores que aún no tenían nombre, las cuales seguirán extraviadas. ¿Qué había pasado? difícil saberlo y si te pones a pensar la imaginación te puede llevar a distintos lugares oscuros. 

La tristeza es más fuerte que la felicidad, todo aquello que en algún momento te causo felicidad duele pero tiene extrañamente un buen sabor llamado nostalgia, todo aquello que te causo tristeza sigue doliendo como el día en el que sucedió. Por ejemplo no es lo mismo tener recuerdos alegres de un ser querido, a recordar el día en el que falleció. 

Durante los últimos días de la administración de su madre, una vieja sin escrupulos que no quiso entender y atender las suplicas de las chicas; probablemente porque hablaban del "espectro" como la causa de las desapariciones de las menores como de sus vecinas en el edificio, algunas decían que era un ente bueno que te hacia escapar de todo ese infierno, el Caronte del paraíso, otras, la mayoría solía hablar de él como un ente canibal, ninguna de las historias era igual a la anterior, tal vez por ello nunca quiso hacer nada al respecto. "Señora viene por mí, le he visto sonreírme por la ventana" esa chica vivía en el cuarto piso. Ese mismo día al entender que a la patrona no le interesaba escucharle y menos ayudarle o darle algunas palabras para hacerla sentir segura; para comprobar su punto, con la sensación de que no le quedaba un día más en el edificio, dejó sin contraseña la puerta del mismo, a la semana siguiente después de reportarse extraviada, la vieja, al igual, se ausentaría toda esa semana formando así parte de la lista de extraviadas.

Cabe mencionar que siempre se quedaba a deshoras, no podía descuidar el negocio, porque tenía que encargarse de cualquier indicio de rebelión o cualquier molestia que pudiera resultar peor. Y Lo cierto es que las hijas nunca formaron parte del negocio, ellas no pertenecían a ese lugar, la madre, por su parte, siempre las mantuvo alejadas, pensando que en algún futuro cercano ellas podrían vivir sin depender de la turbia manera de actuar que les mantenía con lujos. Seguramente era por ello que siempre se quedaba ahí, tal vez prefería dormir en un mal lugar a estar con sus hijas y  terminarlas de criar o probablemente solo no se sentía, ciertamente acreedora de una vida tranquila y buena, ya que su conciencia estaba minada de errores persistentes y arrepentimientos que se le aparecían como una pantalla de la cual no se podía mover, voltear o quitar.  Las niñas no hubo día o momento en el que no se lo tomaron a pecho, aunque, una vez madre ya no estaba,  siempre les interesó saber a dónde o quién se la había llevado.  Como dije ellas no pertenecían a ese lugar, no obstante, el dinero, su dinero mas no por ellas sino simplemente para ellas, sí que provenía de ese lugar.  Desarrollaron un trauma gracias a madre, por ello no se quedaban en el edificio, siempre volvían arriba, lejanas, a donde pertenecen los que solo observan el cielo, se preocupan por la luz y se olvidan de las sombras.


"¡Tú!". A Abdel no se le ocurrió nada, más que amenazarla. "Si le dices algo a alguien haré lo posible para que pierdas al bebé". Todo le parecía un mal sueño, cerró la caja y se abrió paso hacia las escaleras. Por dentro, el edificio estaba casi completamente oscuro, excepto por las lámparas de cada piso que tintineaban debido a un viejo problema en la corriente eléctrica. En el tercer piso, ya cansada, se encontró con Janai, quien arrastraba dos bolsas negras por el suelo, que parecían muy pesadas. "¿Qué hacen aquí tan tarde? Son las cinco de la mañana", preguntó. "¿Hacen?", pensó Abdel cuando la mirada de Janai volteó hacia su lado y descubrió que Aiime la seguía tres escalones abajo, con una respiración entrecortada y agitada. Las tres sentían la tensión del ambiente. Aiime con un cigarro en la mano y un embarazo, Janai con dos bolsas arrastrando a las cinco de la mañana, mientras todas dormían y, por si fuera poco, Abdel, la menor, con parte del cuerpo ensangrentado, desnuda y drogada. "Eso se ve muy mal, deberías pedirle ayuda a Helena. Ya sabes que ella es la médico salvavidas de este hoyo", dijo Janai. "Lo haré después de descansar", respondió Abdel. "Vale... Tú, si no tienes nada más qué hacer que fumar, porque al parecer no te importa el embarazo, deja de estorbar. No entiendo qué haces en este piso. Todas las embarazadas van en el primero", dijo Janai a Aiime. "Janai... yo... ella... es que...", tartamudeó Aiime, cuestión de instantes para que callara y diera media vuelta al hacer contacto con la mirada de Abdel. "Siempre creí que era una pendeja, no me equivoqué", añadió Janai. Las dos se miraron fijamente después del comentario de Janai e inmediatamente se volvió incómodo. "Bueno, espero que te recuperes. Yo debo deshacerme de esto", dijo Janai, refiriéndose a las bolsas. Abdel no sabía qué responder, solo quería subir al último piso y revisar si sus hijos seguían ahí.

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