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"Abdel". Era una voz conocida que, cansada y jadeante, le hablaba a sus espaldas. "Tú mataste a Sara... vi los ojos". Abdel dio media vuelta, encontrandose con la persona que interrumpió el crepitar del fuego y sus pensamientos. Junto a ella, había un niño. En la mano derecha sostenía una navaja con la que amenazaba al menor, mientras que en la mano contraria llevaba la caja.

"No te preocupes por él. Es mejor tenerlo a nuestro lado que encerrado ahí abajo... no me mires de esa manera... sí que lo entiendes ¿verdad?", le preguntó. Abdel se cuestionaba quién era el niño. La persona explicó: "Fue mi culpa. Le dije a la patrona dónde estaban, pero no pude. Tenía que salvar a uno de mis pequeños. Decidí liberar a Esteban, siempre fue el que mejor nos trató a mí y a mi hijo". "¿Dónde está tu hijo?", Abdel preguntó al observar su ropa llena de sangre. Rompió en llanto y explicó: "No sé Abdel... no lo sé, estaba tan cansada  y tan nerviosa que... me desmayé". El niño a su lado, escupió  largos hilos de sangre, en un intentó por hablar agarraba su garganta, tosía y al abrir la boca se podía observar que la mitad de su lengua estaba cercenada. "No hay nada de malo o diabólico en querer salvar a tu hijo ¿verdad? yo no quería entregarselos o herirlos, aunque, ahora me doy cuenta que era inevitable. No herir en un mundo como este es imposible, un mundo como el  que tú y yo compartimos".

Abdel se acercó lentamente al niño, mientras la chica continuaba soltando una cascada de arrepentimientos que en es momento no cobraban ningún tipo de sentido. La persona explicó que se convirtió en ayudante para intentar que el daño fuera menos severo. Después de un silencio añadió "Nosotras podemos detenerla". Al ver que Abdel revisaba al niño, hizo una pequeña pausa como si hubiera olvidado algo, lo dejó ir y continuó. "Sí, tuve que cortarles la lengua, ella lo pidió", excusandose. "¿Tú hiciste esto?", preguntó Abdel.  Respondió afirmativamente, diciendo que había encontrado a seis niños viviendo en las alcantarillas abandonadas de uno de los viejos y abandonados suburbios del siglo pasado cercanos. "¿Seis? y...  ¿los demás?", a esa pregunta no obtuvo más que una mirada perdida en el suelo, una mirada que se había alejado de ahí en un recuerdo fresco que no deseaba evocar. Intentando cambiar el tema en beneficio del niño, Abdel mencionó que debían llevarle a algún lado para que le cosieran la lengua. Aliviada pero aún nerviosa, dejó caer la navaja y tomó el rostro de Abdel entre sus manos, mirándole directamente a los ojos, le dijo que sabía que ella le entendería y le perdonaría, ya que eran iguales. "Tú mataste a Sofía y yo a Karmina, lo hicimos por la misma causa, ella nos trajo a él y Sofía nos trajo algo peor... a Helena... debemos matarle ¿verdad?".

Lágrimas comenzaron a correr por las mejillas de la persona, y aunque Abdel deseaba ver a Helena muerta, prefirió guardar silencio. "Aiime yo no maté a Sofía", respondió Abdel. De Aiime emergió una sonrisa que de haber hablado, las palabras hubieran sido "deja de jugar". "Yo lo sé, no tienes que decirlo",  en ese momento, la voz de Aiime titubeó: "Abdel, deja de jugar". Aiime tomó la mano derecha de Abdel y le colocó los ojos de Sofía. Abdel sentía como le escupía en el rostro de lo cerca que le tenía. "Dejé una llave en la caja que traías esa noche, la necesitaremos".  Debemos salvarlos a todos, con esa llave podrás abrir el baúl... ahí podrás apagar el localizador con la descarga... Karmina está...", Aiime no pudo terminar la frase.

Un rio rojo comenzaba a manar de su cuello,  Aiime no comprendía qué estaba sucediendo, se llevaba las manos al cuello, sin entender que... estaba muriendo, solo sentía que la vida se le escapaba como agua entre las manos y ahogándose logró soltar unas últimas palabras. "Abdel...por favor... mi hijo". El niño, que por un momento se había vuelto invisible para ellas, mientras platicaban, la navaja, como él, exhausto, habían caído al suelo y, envuelto en lágrimas de rabia, intentaba no manar sangre de su boca, mientras internamente, sin reconocerlo, era inevitable no ceder a merced del trauma. Aiime, aterrada, con dos manos trataba de detener su hemorragia. Abdel, perpleja, quiso acariciar la cabeza de Aiime para consolarla. No lo logró, era obvio, la escena no le dejaba moverse y, aunque lo hubiere hecho, lo cierto es que no conseguiría tranquilizarla. La mayoría mueren sin conseguir tranquilidad, son humanos, están llenos de problemas y emociones, es difícil conseguir la emoción que desean en su final, no obstante, la acarician en ese último instante, es cómo cuando están apunto de dormir... nada... simplemente no lo recordaran ¿a eso se le puede llamar tranquilidad? Abdel esperaba que así fuese, se abstenía a la idea de que Dante hubiera muerto tranquilamente.

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⏰ Última actualización: Feb 21 ⏰

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