CAPITULO IV

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Comienzo a gimotear mientras mi hermana hala con fuerza el pantalón, pero es imposible, no logra hacer que suba por mi pierna, he crecido tanto en los últimos meses; ¿Cómo pude engordar así? La pregunta que me hago todos los días hasta que recuerdo todo. La visión de mi familia metiendo comida en mi boca, una extraña tradición familiar para ver quien puede hacerme comer más, una lluvia interminable de golosinas que regocijan mis sentidos; miles de calorías entrando por mi garganta, dejándome en la forma esférica en la que me encuentro. Todo lo que siempre quise, ahora puedo tenerlo, mi familia está todo el día en casa, alimentándome, a mis padres solo parece importarles una cosa: engordarme; un interminable ir y venir de platos frente a mi cara.

Mi hermana revisa el armario, cajones y entrepaños, pero no hay ropa que pueda usar, toda es demasiado apretada; ya no tengo esa pequeña y alegre panza, fue remplazada por una enorme, redonda y temblorosa barriga que se sacude con cada paso que doy.

—Bueno, esto te quedará bien. —Dice mi hermana al traer un vestido, aquel que mi madre comprara y que nunca usó por ser demasiado grande para ella.

—Un poco ajustado. —Me quejo al sonrojarse mis mejillas.

—Eso tendrá que servir, al menos unos días, creo que debemos ir de compras. —De las pocas veces en que estoy de acuerdo con mi hermana.

Caminamos por los pasillos del centro comercial, filas interminables de tiendas, bueno no tan interminables, pero, para mí lo son; engordar tan rápido hace imposible acostumbrarme al peso, mi cuerpo se balancea tratando de encontrar una forma cómoda de caminar, el peso de mi barriga me hace resoplar. El desayuno fue monstruoso.

«No debí comer tanto»

Mis ojos se detienen sobre ese aparato, aquel que podría dominar mis pesadillas, ese aparato de tortura medieval al que los antiguos llamaron: "báscula". Mi cuerpo se paraliza, ¿Tendré el valor de subir en ella? Mi hermana inserta una moneda y la báscula se enciende. Subo temblorosamente mi pie derecho; ella me ayuda empujando un poco, el otro pie está arriba, escucho el rechinido de su mecanismo trabajando, lo está haciendo, está tratando de calcular mi peso; no estoy segura cuanto pesaba antes de cumplirse mi deseo, siempre fui muy delgada y nunca me importó. Cierro los ojos esperando el resultado, los sonidos de emoción de mi hermana pueden escucharse a kilómetros, me recuerda aquella escena en una película donde pesan al cerdo que ganará el concurso.

—98 kilogramos. —Ella dice entusiasmada.

«No puede ser, soy más joven que mi hermana y ya peso prácticamente el doble»

Ella no puede contener su alegría, toma mi mano y me lleva por los pasillos, apenas puedo seguirle el ritmo, mi acelerado corazón trata de alcanzar a mis piernas; la grasa de mi cuerpo se bambolea al correr, al menos, creo que estoy corriendo, aunque más bien, creo que debo parecer un pingüino sobrecargado meneándose a los lados para no caer al suelo.

—¿A dónde vamos? —Pregunto con algo de nerviosismo, aunque no sé si realmente quiero saberlo.

—De compras. —Su respuesta es simple.

Las miradas de la gente me avergüenzan, al mismo tiempo que mi hermana llena el carrito del supermercado, con toda la comida chatarra que puede encontrar. Que visión tan extraña, una chica delgada comprando comida para una jovencita muy gorda, que necesita de todo, excepto más calorías.

—¡Uy, necesitamos una de esas! —Ella señala la enorme bolsa de galletas, pero creo que decirle bolsa es subestimarla, es un gran saco.

—Es demasiado grande. —Respondo con asombro.

Un gigantesco saco de galletas, de las que usan para los aperitivos en las celebraciones, aquellas que solo los restaurantes compran, por ser enormes.

—No piensas que puedo comer todo eso, ¿O sí? —Temo su respuesta.

—Esos 2 kilos no se ganarán solos.

Supongo que mi cara lo dice todo al escuchar sus palabras, pero ella sigue explicando, y en el proceso atrae las inquisitivas miradas de las personas a nuestro alrededor.

—Te falta poco para los 100 kilos, y los dos que faltan no se ganaran solos. —Sus palabras deben parecer una broma. la dulce ancianita detrás de nosotras comienza a reír.

«Creo que esto se está saliendo de control»

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Gracias por leer.

Un deseo para engordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora