Me llamo Kassandra, y nací en Esparta hace casi 25 años. He vivido toda mi vida en una ciudad que valora la fuerza, la disciplina y la lealtad por encima de todo. Desde muy joven fui entrenada en el arte de la guerra, aprendí a hacerlo bien, a ser rápida, fuerte y eficiente en el campo de batalla.
Recuerdo el día en que me enteré de que nuestra ciudad se encontraba en guerra contra Atenas. Estábamos en el campo de entrenamiento, afilando nuestras espadas y preparándonos para la próxima batalla, cuando llegó el mensajero con la noticia. Nuestro rey, Agis II, había declarado la guerra a la ciudad rival, y nos había convocado a todos para luchar en su nombre.
— ¡Atención, soldados! —gritó nuestro instructor—. Escuchadme bien, porque esto es importante. Hemos declarado la guerra a Atenas, y vamos a luchar con todas nuestras fuerzas para defender nuestra ciudad. Vuestra misión es sencilla: proteger a Esparta a cualquier precio, y acabar con todo aquel que se interponga en vuestro camino. ¿Estáis preparados para hacerlo?
— ¡Sí, señor! —respondimos al unísono, alzando nuestras espadas al cielo.
En ese momento, mi mente se llenó de dudas y preguntas. ¿Por qué estábamos luchando contra Atenas? ¿Qué había hecho esa ciudad para merecer nuestra ira? Pero no había tiempo para pensar en eso. Teníamos que estar listos para luchar, y eso era lo que importaba.
Nos pusimos en marcha hacia el norte, hacia el Peloponeso, donde se encontraba el frente de batalla. El camino fue largo y duro, pero estábamos acostumbrados a caminar largas distancias. Durante el viaje, no pude evitar sentirme un poco nerviosa. Nunca había luchado en una guerra de verdad antes, y no sabía cómo reaccionaría cuando llegara el momento.
Finalmente, llegamos al campamento espartano, donde nos reunimos con otros soldados y nos preparamos para la batalla que se avecinaba. Estaba emocionada por enfrentarme a los atenienses, esos enemigos que tanto habíamos escuchado hablar en nuestra ciudad. Quería demostrar mi valor en el campo de batalla, y hacer que Esparta estuviera orgullosa de mí. Mientras estábamos preparándonos para la batalla, sentí una mano en mi hombro. Me di la vuelta y vi a mi mejor amiga, Amara, que me miraba con preocupación en los ojos.
— ¿Te encuentras bien, Kassandra? —preguntó mi compañera de armas, una joven espartana llamada Amara.
— Sí, estoy bien —respondí, tratando de parecer más segura de lo que realmente me sentía.
— No te preocupes, yo estaré a tu lado durante la batalla —me aseguró Amara—. Juntas podemos vencer a cualquier enemigo.
Sonreí agradecida por sus palabras, sabía que siempre podía contar con ella. Después de un rato, el sonido de los cuernos resonó en el campo de batalla, anunciando que la batalla estaba a punto de comenzar. Tomé mi espada y escudo, y nos pusimos en marcha hacia el frente de batalla. La lucha fue feroz, y el ruido de las armas chocando era ensordecedor. Pero con Amara a mi lado, sentía que podíamos vencer a cualquier enemigo. Luchamos juntas, y derrotamos a muchos soldados atenienses en nuestra embestida. Sin embargo, de repente todo cambió.
Una flecha me golpeó en el hombro, y caí al suelo, aturdida. Todo se volvió borroso y confuso, pero recuerdo que me levantaron y me llevaron a un campamento ateniense cercano. Me encontré encerrada en una tienda, con el hombro herido y una fuerte guardia a mi alrededor. Traté de luchar, pero pronto me di cuenta de que estaba demasiado débil para hacerlo. Pasaron los días, y finalmente, me llevaron ante el general ateniense.
— ¿Quién eres tú, y por qué estás luchando contra nosotros? —preguntó el general, mirándome con desconfianza.
— Soy Kassandra, una soldado espartana. He venido a luchar por mi ciudad y por mi rey —respondí, tratando de parecer valiente a pesar de mi situación. El general me miró con detenimiento, y luego sonrió.
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La misma nieve
Historical Fiction¿Qué sucede? Distintos acontecimientos históricos rondaran por este libro, dando pequeños relatos.