Solo un consejo: si se te acerca alguien afirmando que es el destino, huye.
La conocí en una fiesta, con un vestido negro y una copa en su mano. La conocí bailando, riendo, charlando y cantando. La conocí acariciendo su pelo despeinado. La conocí libre, divertida, excitante. La conocí tan poco que me fascino el simple hecho de poder conocerla. La conocí y al instante me pareció un angel enviado solo para mi, uno que solo se puede metamorfosear por una noche y que por eso no volvería a tener la oportunidad de conocerla. La conocí para que acabara siendo un recuerdo. La conocí para desconocerla.
Diez años más tarde tuve una segunda oportunidad para conocerla.
– Me alegro que acabaras haciendo lo que querías.
– Lo siento, no me di cuenta de que eras tú. Te asignaré a uno de mis compañeros.
– Lo comprendo, pero esta sesión...
– No puede ser una sesión como tal, consideralo como una charla entre viejos conocidos y nada más.
– Te va bien, ¿no?
– Sí, se podría decir que sí.
– Cuánto tiempo, ¿verdad?
– Definitivamente, estás irreconocible.
– ¿Soy la única que encuentra la situación algo extraña?
– Te puedo asegurar que no. Las condiciones no son ideales, por así decirlo.
– Si no te molesta, creo que me iré.
– Adelante.
– Supongo que... ¿Adiós?
– Espera. Prométeme que vendrás a tu siguiente sesión.
– Sinceramente, no creo que tengan ningún efecto.
– Solo promételo, por los viejos tiempos.
– Vale, solo una sesión.
– Con eso ya me basta, adiós Clara.
Han pasado dos meses desde aquella conversación, pero no puedo evitar alegrarme cada vez que ingreso a la clínica y huelo el rastro que ha dejado su perfume ácido, el mismo que usaba aquella noche.
ESTÁS LEYENDO
Relatos cortos para días lluviosos
De TodoPequeñas historias diversas sin conexión alguna.