Que vida ingrata

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Con las manos cerradas en puños, comencé a golpear la máquina de peluches, que se había robado todas mis monedas en la última media hora y no conforme con eso, se había tragado mi último pesito, sin darme la oportunidad de jugar

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Con las manos cerradas en puños, comencé a golpear la máquina de peluches, que se había robado todas mis monedas en la última media hora y no conforme con eso, se había tragado mi último pesito, sin darme la oportunidad de jugar.

—¡Maldito embustero! ¡Eso era mío! ¡Devuélvemelo!

El niño a mi lado, que llevaba largo rato, esperando su turno, retrocedió, con su infantil cara, contorsionada en una mueca de espanto.

A mis espaldas, el dueño del local, me reprendió por maltratar su estafador aparato, traga monedas. Seguí ignorándolo, mientras tomaba la máquina por los costados, para empezar a sacudirla. Si creía que se tragaría mis chauchas, sin dejarme jugar, estaba muy equivocado.

—¡Julieta!

Una voz conocida, detuvo mis movimientos, tomándome por los hombros. 

Giré sobre mis talones para encontrarme frente a Paul. Su pelo humedecido por la fina cortina de lluvia que se podía ver desde las ventanas del mini supermercado, goteaba hasta sus hombros desnudos. 

—¿Qué sucede? —Inquirió con gesto serio.

El viejo, dueño del mini supermercado, seguía quejándose y agitando los brazos, evidenciando su descontento.

Puse los ojos en blanco y me crucé de brazos con un bufido, antes de contestar.

—La señora se volvió loca. —Intervino el mocoso metiche, acaparando la máquina y robándome el turno. 

Abrí los ojos de forma desmesurada, a la vez que se me desencajaba la mandíbula de la impresión.

—¡Mocoso! —Exclamé ofendida. Paul, me jaló del brazo, para que dirigirnos a la salida, obligándome a caminar de espaldas. —¡Me dijo señora! —Repetí evocando la menor de mis desgracias.

El mocoso, sin el más mínimo esfuerzo se había llevado el peluche por el que había estado peleando toda la tarde.

Con una sacudida de sus dedos pulgar e índice, hizo girar la moneda que había sacado de sus bolsillos y la lanzó al aire.

—¡Mira papá! —Un sujeto alto, ataviado con un largo abrigo marrón, camino en dirección al niño que corría a a toda velocidad. —Lo gané recién. ¡Y gratis!

Su padre, de la misma cabellera castaña que el mocoso, y palidez característica de Villa Nunca Sale el Sol, le revolvió el pelo y lo tomó de la mano, para llevárselo hasta su auto.

Porque de otro modo, lo persigo y se lo vendo a la Iglesia.

—¡Se llevó mi peluche! —Le reclamé a Paul. —¡Y con mi moneda!

Paul, sacudió la cabeza, ignorante del paralelismo dolorosamente irónico de la situación.

Resignada, me dejé llevar hasta el Suzuki, no sin antes, obligarle a comprarme una barra de chocolate para apaciguar mi mal humor.

(Fanfic De Eclipse) Nuevo amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora