Capitulo 6- El encuentro.

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Se tocó la cintura y allí notó el grosor del arma. Desde que se encontró con El Intruso decidió, como medida de precaución, llevar algo con lo que defenderse. Habitualmente, un largo y afilado machete solía ser su acompañante, aunque más que como arma de defensa personal lo utilizaba como herramienta para cortar o romper. Contra un humano era mortífero, pero se dijo que si El Intruso llevaba algún arma de fuego, ni el machete más letal le ayudaría. Así que se agenció una pistola. Negra y de tacto metálico, esa pistola sería su línea de separación entre el y su misterioso amigo en caso de contacto violento. La palpó con entereza como queriendo cerciorarse de que la llevaba encima. Al notarla, respiró aliviado.

El Sol ya se alzaba sobre los edificios de la ciudad fantasma, aunque sus rayos iluminaban con timidez el lugar. Era un día de nuevo nublado y el astro rey, una esfera difuminada por las nubes, un infranqueable muro, que tardaría años en atravesar. El avanzaba agazapado, ocultándose entre los restos oxidados de un coche. Delante de el, la sombra del Intruso avanzaba impasible, sin apenas darse cuenta de que le seguían. Respiraba intranquilo. A través de los cristales de su mascara podía observarlo, como una sombra desdibujada que parecía incluso flotar. Su indecisión era alta. No estaba seguro de si era una buena idea. Pero solo había una forma de averiguarlo.

Se levantó y comenzó a acercarse. Sus pasos sonaban iguales al unísono y rítmicamente fue hacia delante, aunque con pequeños espasmos, indicándole sus temores. Se detuvo a tan solo unos metros del Intruso y habló. Su voz sonaba quebradiza y abotargada. Habían sido muchos años sin hablar con alguien. Un rígido hola, salió de su boca. La figura se volteó de manera automática, como si de un robot se tratase. El se quedó ahí estático, pero al verlo girarse de ese modo, un leve temblor sacudió su cuerpo. El Intruso lo observó fijamente. El miró a este a la cara, pero la inexpresiva mascara antigas de color blanco fue lo único que hallo. De repente, del interior de su chubasquero, surgieron dos brazos de color negro que sostenían un arma. Al verlo, instantáneamente su cuerpo reaccionó haciéndolo saltar hacia el otro lado de la calle. Se cubrió tras un buzón metálico justo cuando el silbido de los primeros disparos comenzó a sonar. Las balas rozaban el metal del buzón haciendo que saltaran chispas. Todo le daba vueltas. La figura del Intruso se veía borrosa y tambaleante a través del cristal de la mascara. Con rapidez y poniendo todos los músculos de su cuerpo en ello, rodó por el suelo y retrocedió hasta el coche destrozado. Sus piernas eran como dos muelles de eyección, estirándose y contrayéndose para darle mas impulso. A su alrededor, el polvo se levantaba, a causa de las balas que chocaban contra el asfalto de la calle. Logró llegar al coche, agachándose y una vez ahí, sintió el repiqueteo de las balas contra la carrocería. Volvió a palpar su cintura. Al sentirla oprimiendo contra su cuerpo, respiro aliviado.

Agarró su pistola y salió fuera. El Intruso corría hacia el final de la calle. Pudo ver el arma que portaba entre sus manos. Por su mango marrón y su cargador curvado era una AK-47. Abrió de nuevo fuego, sin previo aviso, obligándole a cubrirse en el coche de nuevo. Agachado, vio el escaparate de una tienda. Conocedor de todas las rutas, supo lo que tenía que hacer. Corrió hacia la tienda, esquivando los disparos incesantes de su agresor. Lleóo adentro y un grito de victoria salió abruptamente de su boca. El alivio recorrió su cuerpo, aunque no debía descuidar la retaguardia. Avanzó por la tienda y vio el agujero de emergencia que el mismo se había encargado de abrir con paciencia con un pico. Pequeñas ventajas de campo. Salió a la calle contigua. Su estrategia era bien sencilla. Lo atraparía frente a la pared de un centro comercial cercano.

Recorrió las calles desiertas, mientras seguía a su atacante. El cerco se iba estrechando y a pesar de lo que El Intruso pudiera creer no estaba eludiendo a su perseguidor. El conocía muy bien su ciudad y sabía hacia donde lo llevaba. El Intruso acabó en una amplia plaza. En frente suya, la pared trasera de un centro comercial. Delante de este, una hilera de desgastados coches. Corrió hacia ellos y se cubrió, buscando cobertura. Justo lo que el quería. Lo vio todo, oculto tras la mampara de cristal de un hotel. Luego, el se deslizó por otra abertura abierta en la pared del hotel y avanzó por un callejón que daba justo al a pared izquierda del centro comercial. En la esquina se encontraba su enemigo. Se deslizó, como lo haría una serpiente que siseante se acercara a su victima a  inyectarle el letal veneno que le daría una muerte rápida y segura. Se asomó por la esquina y allí vio la figura del Intruso, cubierta tras un coche, apuntando con su fusil a cualquier cosa que se moviera, dispuesto a encajarle un tiro entre ceja y ceja. Avanzó decidido. Sus nervios le ponían en guardia. La adrenalina inhibía cualquier sentimiento de cobardía. Agarró su pistola y le apuntó. La figura se giró de forma mecánica, apuntando directo hacia el. Por un instante quiso atisbar algún rastro de rendición, pero al verlo ansioso de lucha, apretó el gatillo. No una, sino dos veces. El primer impacto, dio en la barriga, haciendo que El Intruso se inclinara hacia delante. Con sus brazos cubriéndose la herida causada. El segundo fue en el pecho lo que hizo que este cayera hacia atrás. Se quedó ahí, inerte y lo vio a cámara lenta como si alguien hubiera pulsado el botón de ralentización de un mando a distancia.

Se acercó al cuerpo del Intruso, que se retorcía, seguramente en su aullante dolor. Apartó el AK-47 y vio el chubasquero completamente abierto, revelando el cuerpo de su enemigo. Dos agujeros profundos de los cuales no paraba de borbotear sangre roja eran las heridas que le había causado. Su contrincante respiraba con dificultad, elevando su pecho hacia arriba. El dolor hacía que su cuerpo estuviese engarrotado. Lo observó en silencio y sintió la tentación de ver más. Así que decidido, fue a quitarle la mascara. Se agachó a su lado y no sin ciertas reticencias posó sus manos en la máscara blanca, que como el rostro de un fantasma le sonreía de forma malévola. Busco por detrás el cierre y tras encontrar el contacto y lo apretó. Con lentitud la fue quitando y acabó en sus manos. La dejó en el suelo y cuando fue a mirar a la cara de El Intruso su cuerpo quedó en tensión.

Nunca imaginó que lo que encontrase fuera posible. En vez de un monstruo  o alguna suerte de criatura mutante producto de la radioactividad, lo que hallo fue a una mujer. Joven, de su misma edad o cercana, tenía la piel clara, mejillas sonrojadas, unos labios gruesos y unos ojos de color negro. Su melena larga y oscura se desplegaba por sus hombros, ocultándolos. El no sabía que decir o hacer,  jamás creyó hallarse en esa situación. Ella lo miró con sus oscuros ojos y sintió un inmenso malestar en su interior, algo punzante y terrible que comenzó a intensificarse. Quería gritar, pero lo único que surgió de dentro de el fue un leve gemido de desesperación. La chica dejó de moverse y cuando le devolvió la mirada, ella ya no era mas que un cuerpo inerte. Sus ojos, vacíos de vida, eran como los de las muñecas que había encontrado entre los polvorientos restos de algún edificio. Se estremeció y escucho el rumor del viento. Se volvió a agachar y acarició su pelo, suave y sedoso. Miró hacia la ciudad y como si algún impulso o sentimiento quisiera, continuó su camino.

 Al final y despues de todo, solo somos eso, cenizas.

Cenizas a las cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora