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Los días pasaron sin ninguna buena novedad más que la evidente noticia de que los omaticaya parecían estarse acostumbrando a su nuevo hogar. Tsireya era una buena maestra, había logrado que el más catastrófico de todos los hermanos domara un ilu sin tantas dificultades, por otro lado estaba el, y el hecho de que nisiquiera tuvo que ser un maestro, pues Neteyam parecía derrochar perfección en cualquier cosa que se propusiera dejando en claro que como maestro no lo necesitaba, eso sin mencionar que desde la ultima pelea que tuvieron Neteyam no volvió a dirigirle nisiquiera una mirada fugaz repentina o por accidente. Para ser honestos a Aonung le encantaba la atención y se volvía un poco más irritable cuando no la tenía.

Esa mañana Tsireya tomo la decisión de que un jugeteo espontáneo entre todas las abrumadoras clases que habían tenido serviría de distracción, además de que ayudaría a los recién llegados a fortalecer el vínculo con sus animales y generar lazos de acuerdos más estrechos. El podría verse demasiado aguafiestas, pero perder el tiempo jugando con quienes nisiquiera pertenecían al clan no le parecía de todas las ideas la mejor.

—No pasaremos el arrecife —dijo Tsireya mirando a todos como una advertencia mientras montaban a sus animales. —Estaremos uno cerca del otro en todo momento

—Nisiquiera saben mantener su respiración por mucho tiempo fuera del agua —intervino Aonung intentando sonar razonable y es que lo era, pero nadie más lo veía de esa forma. —Esto es una mala idea Reya

—No lo es —nego Tsireya de inmediato. —Solo deben salir a la superficie si sienten que no pueden contener el aire más tiempo

Todos asintieron ignorando la petición del Metkayina. Aonung miró a Neteyam pero el estaba demasiado concentrado en las riendas de su ilu como para poder percibir la mirada suplicante detrás suyo. Cuando Tsireya comenzó a nadar hacia lo más profundo del arrecife, todos, incluida la más pequeña de los cuatro hermanos siguió sus pasos, el salto un resoplido y no tuvo más remedio que comenzar a nadar con ellos por debajo del agua, quedándose unos centímetros detrás de Neteyam, solo por si acaso.

El océano de pandora por si solo era un mundo, un mundo que alguien como Aonung se detenía a admirar muy pocas veces, pero esa mañana el agua lucia incluso más clara que de costumbre, era como si los rayos de luz tuvieran tanta fuerza que sin problema alguno podían atravesar la marea hasta lograr reflejarse en la arena que había al fondo del agua. Sus ojos se quedaron fascinados viendo el movimiento de los peces contra la corriente y también la forma en la que los nuevos parecían estar disfrutando la demostración aún si sus pulmones no les permitían quedarse el tiempo suficiente sumergidos en la profundidad del arrecife.

menari lu poan tsawke | aonunete Donde viven las historias. Descúbrelo ahora