III

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Grand Junction, Colorado, 1912.

El doctor Jones había sido transferido temporalmente a la Universidad de Las Mesas para impartir clase sobre el papel de los caballeros en la Edad Media a la vez que seguía con sus investigaciones sobre el Grial. Por otro lado, Junior encontró su pasatiempo en los Boy Scouts. Se pasaba buena parte de la semana explorando Colorado con los demás scouts, le recordaba a aquella aventura en Egipto que había tenido años atrás con su amigo Lawrence de Arabia, se sentía como un verdadero explorador. 

—Padre, había pensado que mañana podrías venir con el grupo de los Boy Scouts —dijo el joven mientras comían. —Hemos descubierto unas cuevas al sur de la ciudad y seguro que estarán encantados de escuchar alguna de sus historias.

—Mañana no puedo, Junior. —Henry sujetaba un documento con una mano que no dejaba de leer atentamente.

La relación con su hijo no había sido la mejor desde la muerte de Anna, ella era el eslabón que mantenía la relación padre-hijo en curso. Sin Anna, Henry solo tenía ojos para su trabajo y Junior, muchas veces, se sentía menos valioso que el jarrón con flores que les regaló una vecina el día de su llegada a la nueva ciudad.

—Bueno, puede ser otro día. Seguro que no les importará.

—Junior, —el padre alzó la voz y pasó a mirarlo fijamente —mañana no puedo, ni ningún otro día porque no tengo tiempo de contar la historia de unas cuevas de Colorado a un grupo de críos inútiles. Y, además, no soy experto en Historia de Norteamérica.

Su hijo hinchó el pecho lleno de rabia a punto de contestarle, pero decidió que no merecía la pena, así que se fue a su habitación directamente. Apostaba cien dólares a que su padre no se había dado cuenta de que ya no estaba comiendo con él. Indiana cogió su bolsa con algunas cosas de los Boy Scouts y salió de casa para reunirse con sus compañeros.

—¡Indiana! —Un chico rubio hizo chirriar su corneta cuando vio a su amigo acercarse.

—¡Hermie! ¿No te ha dicho el jefe que practiques en casa? —Bromeó y le dio una palmadita a su amigo. Hermie era un año mayor que él, pero no lo aparentaba, al contrario que Indiana, que le sacaba algo más de media cabeza y parecía mucho mayor. Herman era rubio, de tez muy clara y algo regordete.

—Te estamos esperando, he conseguido que vayamos al cañón hoy.

—¿Nos dejan los caballos? —Hermie asintió e Indiana colocó la bolsa que llevaba sobre su caballo. Ayudó a su amigo a montar y tomaron dirección hacia el sureste tras la indicación del señor Havelock.

Si se daban prisa probablemente llegarían antes del anochecer, montarían las tiendas de campaña en un lugar seguro con la última luz del día y harían el viaje de vuelta un día más tarde para regresar a casa a la hora de la cena. El jefe scout les indicó que, al pasar por las cuevas, parasen para poder descansar un poco. El calor de aquella época del año se hacía más insoportable en el desierto, las cuevas los refrigerarían un poco.

—¡Hermie, ven! —le gritó a su amigo que se estaba bajando del caballo. —¡Corre!

El rubio se acercó lo más rápido que pudo hacia su amigo.

—¿Qué ocurre, Jones?

Indiana le puso un dedo en la boca y se agachó para deslizarse por la cueva. Caminaron a oscuras un rato y el chico se empezó a impacientar porque temía que sus compañeros se fuesen sin ellos, cuando vio una luz le agarró la manga a su amigo para avisarle, pero Indiana ya se había dado cuenta de eso y ralentizó su paso.

—Es mejor que regresemos —dijo susurrando. Indiana lo miró, pero hizo caso omiso y prosiguió hasta conseguir poder asomarse por un hueco.

—¿Quiénes son? —volvió a hablar Herman.

「 𝑇𝐻𝐸 𝑮𝑹𝑨𝑰𝑳 𝑫𝑰𝑨𝑹𝒀 」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora