Gravity (VerAna)

Capítulo 7

Definitivamente había más gente en la fiesta de el Güero de lo esperado. Todos los conductores y el personal de seguridad se reunieron ese mismo día para discutir la gestión de unos 30 invitados a la reunión de cumpleaños de Güero. El trabajo de Ana consistía en acompañar a los invitados a casa según lo solicitado, y permanecer en el terreno y estar atenta a cualquier problema mientras tanto. Mientras Ana estaba de pie en el jardín de la mansión, mirando a través de las ventanas del piso al techo del área de entretenimiento ubicada en el lado oeste de la mansión, estimó que alrededor de 60 personas se mezclaban en el área. Tenía el presentimiento de que sabía quién era el responsable del aumento del tamaño del grupo, pero no estaba aquí para hacer suposiciones.

Respiró hondo y miró hacia arriba, admirando la oscuridad del cielo nocturno, la luna creciente brillando arriba.

Una nariz mojada le tocó la mano. Miró hacia abajo para ver a Max acariciando su costado.

“Oye, chico. ¿Qué estás haciendo?" Le rascó detrás de las orejas y se inclinó para estar más cerca de su altura. Continuó conversando con el perro, su lengua moviéndose felizmente alrededor de su boca mientras ella hablaba. Se rió cuando el perro trató de abalanzarse sobre ella y lamerle la cara, lo que la hizo perder el equilibrio momentáneamente.

Eran las 9 de la noche y la fiesta llevaba dos horas en pleno apogeo. La canción cambió y pudo escuchar un chillido de alegría resonar desde el área del bar.

"¿Qué tan salvaje crees que se va a poner esta fiesta, chico?"

Max gimió en respuesta, con la cabeza inclinada hacia un lado. Ella resopló divertida. "Excelente."

Ana se puso de pie y se limpió las manos para deshacerse del cabello residual. Se dirigió a la cocina para lavarse las manos y casi tropezó con la cocinera cuando cruzó el umbral. La anciana murmuraba por lo bajo, recogiendo vasos desechados y servilletas usadas esparcidas por la casa.

"¿Estás bien?"

Ella levantó la vista de inmediato, como si hubiera salido de un trance. Ana asumió que el ceño fruncido en su rostro se había plasmado desde que descubrió que los hermanos Castro organizarían un evento en la mansión.

"¡Mira este lío!" Exclamó, sus brazos aleteando salvajemente. “Estos jóvenes no tienen respeto por los demás. Esto me llevará todo el día de mañana para limpiar”.

Ella estaba claramente nerviosa, pero Ana se dio cuenta de que no estaba demasiado molesta. Sabía que a la señora le gustaba en secreto mantenerse ocupada, ordenar y cuidar a los Castro. Ana se enteró a principios de esa semana que Socorro Castro había empleado a Maria hace 29 años. Ayudó a criar a los niños y era básicamente un miembro de la familia.

"Aquí, déjame ayudarte". Le ofreció a Maria mientras comenzaba a recoger la basura que encontraba tirada, reorganizando los muebles que se habían movido y volviendo a colocar todo lo que parecía fuera de lugar.

Hizo una pausa rápida mientras recogía una vieja fotografía familiar. Una sonrisa involuntaria apareció en su rostro cuando sus ojos se dirigieron automáticamente a una Verónica muy joven pero de ojos brillantes, agarrando a su padre mientras estaban de pie frente a una piscina, su sonrisa amplia y despreocupada. Su pecho se apretó cuando vio a la joven. Quería atravesar la foto y susurrarle al oído, decirle que se aferrara a esos recuerdos que tanto apreciaba, que necesitaría apoyarse en ellos cuando fuera mayor. Ana aún no había averiguado qué era lo que la molestaba de la chica. Pero le resultaba cada vez más difícil seguir la línea profesional y amiga. Quería desesperadamente preguntarle qué estaba pasando en su vida para apagar la luz en sus ojos. Quería desesperadamente decirle que Omar no era bueno para ella, que necesitaba deshacerse de toda la toxicidad que lo rodeaba a él y a las personas a las que llama sus amigos. Que ella se merecía algo mejor que esas personas. Pero no era su lugar, y para su propio asombro, había logrado mantener la boca cerrada hasta el momento.