Prólogo

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Sólo se escucha el ruido de mis zapatos contra los escalones que bajan hasta el parking del hospital dónde está mi coche aparcado desde este medio día. Quizá no fue buena idea ponerme las botas militares para estar todo el día fuera de casa, aunque Dortmund lleva todo el día cubierto de nubarrones y lloviendo sin parar. Un buen día sin duda.

Y ahora con los pies que no me aguantan de dolor por mi calzado, me queda por conducir unos diez minutos, si es que no hay tráfico, hasta mi pequeño piso en Lütgendortmund, en una pequeña calle, cerca del centro de Dortmund.

El móvil empieza a sonar en mi bolso al mismo tiempo que entro al parking. Busco mi coche con la mirada, mientras busco a ciegas el móvil. Si es mi padre, o mi hermano no pienso contestar. Que piensen que ya estoy conduciendo. No pienso subir de vuelta tres pisos por las escaleras. La llamada se corta antes de que pueda encontrarlo, así que no me molesto más.

Una vez encuentro el coche, saco las llaves de mi bolsillo del abrigo, y casi a la misma vez que pulso el botón para abrirlo, el móvil vuelve a sonar.

Con un suspiro empiezo a sacar todas las cosas del bolso, buscando el móvil. Si llaman con tanta insistencia debe de ser importante. Por supuesto que el aparato del demonio tiene que estar al fondo del todo, cubierto por todas las cosas inútiles que llevo. Una vez más, cuando saco el móvil, la pantalla se apaga y deja de sonar. Desbloqueo la pantalla y me aparecen las dos llamadas.

2 Llamadas perdidad de Iván.

Bloqueo el móvil de nuevo y lo lanzo al asiento del copiloto después de abrir la puerta. Dos semanas. Dos semanas sin hablarnos. Dos semanas en las que me he autoconvencido de que vuelvo a estar soltera, aunque aún no he tenido el valor para decirselo a mi familia. Te lo dijimos desde el principio, June. Bastante tengo con aguantar los "te lo dije." Que me digo a mi misma desde el principio.

Arranco el coche mientras enciendo la radio y salgo del aparcamiento lo más rápido que puedo. Sólo tengo ganas de llegar a casa. Puede que aún me de tiempo de comprarme la cena en el pequeño supermercado que tengo frente a mi piso. Me apetece un buen sándwich con extra de queso. Quizá un refresco de cola y algo de chocolate de postre. Seguro que puedo permitirme un día de chocolate, aunque sea como recompensa por mi día de mierda.

Hay poco tráfico a la salida del hospital, algo de agradecer, aunque sigue lloviendo, con menos intensidad que esta tarde. Son pequeñas gotas que salpican los cristales, encuentro relajante el sonido del agua golpeando contra la carrocería, así que bajo el volumen de la radio, y me concentro en el sonido mientras conduzco de vuelta a casa.

El sonido del teléfono me saca de mi tranquilidad profunda. Intento ignorar la llamada lo mejor que puedo, incluso bloqueo el móvil de manera que deja de sonar, y simplemente se ilumina la pantalla. Pero quién está al otro lado nunca se da por vencido. Llama dos veces más, haciendo que el corazón se me acelere y el mal humor de todo el día haga que esté a punto de explotar. Él no tiene la culpa de como me siento, al menos hoy. Pero pagará por todo lo que llevo acumulando.

Es a la tercera llamada consecutiva cuando decido salirme de la carretera y aparcar en un parking de un establecimiento de comida a domicilio. Suspiro y cuento hasta cinco antes de descolgar el teléfono.

"¿Qué quieres?" Intento sonar calmada, aunque con sus gritos rápidamente me pongo en guardia.

"¿Cómo que qué quiero?" Tengo que apartarme el teléfono unos centímetros para no quedarme sorda. "Hablar con mi novia, eso quiero."

LAS REGLAS DEL JUEGO | Jude BellinghamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora