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Me despedí de mi padre y mi hermano unos días después de encontrarme con Jude en el hospital.

Con mucha tristeza por los pocos días compartidos por culpa de la torpeza de mi hermano, y los días haciendo turnos en el hospital para cuidarlo. A los dos días los médicos determinaron que ya era seguro que pudiesen viajar, así que adelantaron sus billetes de vuelta a España, dejándome en Alemania tal y como estaba, sola.

Lo peor de la soledad no es estar alejada de la gente que quieres, es la que sientes en el alma cuándo no hay nada que te llene. Y así es cómo me siento desde que llegué.

Iván aún no se ha puesto en contacto conmigo. Es la mayor obsesión de mis días. Me despierto con la esperanza de tener un mensaje suyo, una llamada que me pille de sorpresa, o una respuesta en algunas de mis historias de instagram. Suelo subir varias al día, y algunas son específicas para que él me las responda. Una foto en el espejo con su sudadera, o con un vestido que le encanta como me queda. Pero nunca responde, aunque las ve a las horas de subirlas.

Yo no puedo ver sus historias desde mi cuenta, hiere mi orgullo de novia apartada a un lado. Veo todas sus historias desde mi cuenta secundaria, no sabe que es mia, y desde ahí veo sus noches de fiesta, sus fotos conduciendo a altas horas de la noche, y todo lo que bebe o fuma con sus amigos y amigas.

Duele ver cómo mientras yo me desvelo cada noche pensando en lo que estará haciendo, si hay alguien más, si ha dejado de quererme, él está tranquilo siguiendo con su vida cómo si yo no estuviese mal por su culpa. Ignorando todas las señales que le llevan a mi, ignorando que me quiere.

Los que también ven cada una de mis historias son Jude y Gio.

El primer día pensé que me dejarían de seguir en cuánto se diesen cuenta de que soy una estudiante aburrida y que para nada tiene una vida apasionante. Pero con el paso de los días siguieron viendo mis historias, y aún me siguen.

Cada día reviso si me siguen porque aún me parece irreal lo que ocurrió hace unas semanas ya. Puede que ellos ya ni se acuerden de mi, mientras que para mi, es lo más apasionante que me ha pasado en semanas.

No he vuelto a tener ningún contacto con ellos, aunque me veo todas sus historias sobre el fútbol, y estoy al día de todas las victorias y derrotas de su equipo.

Me cuesta subir el último tramo de escaleras hasta llegar a mi apartamento. Gracias al silencio de la urbanización, puedo oir en el interior de mi casa el tono de una llamada. Meto rápidamente la llave en la cerradura y abro la puerta.

Casi me rompo el cuello quitándome la bolsa de clase, y ni siquiera me detengo para quitarme el abrigo. Corro antes de que se corte la llamada hasta la cocina, donde descansa mi portatil encendido, y el icono de una videollamada entrante ocupa gran parte de la pantalla. No me detengo en mirar quién llama ni en estar presentable cuándo respondo.

"¡Oye June!"

Veo reflejada en la pequeña cámara frontal mi cara de decepción al ver a Rufus, mi hermano mayor saludándome al otro lado de la llamada.

"Ah, eres tú." Me siento abatida en una de las sillas mientras me quito el abrigo.

Por un segundo pensé que podría ser Iván.

"Vaya, siempre ese tono de decepción..." Sonríe negando con la cabeza. "¿Esperabas alguna llamada?"

"Tengo dos clases online de alemán, pensé que llegaba tarde." Miento.

"No sabía que dabas clases de alemán."

"¿Oye pasa algo?, es raro que me llames." Intento cambiar de tema antes de que descubra mi mentira.

LAS REGLAS DEL JUEGO | Jude BellinghamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora