.1.

243 32 0
                                    

— Doscientos, quinientos y... ¡Ochocientos!

Un rubio de ojos verdes golpeó con su puño la redonda mesa de centro, siendo así una manera de demostrar su emoción y orgullo ante la recolecta exitosa.

— Vas muy bien.

— ¡Lo sé! —sonrió—. Tengo esto y mucho más dinero ahorrado. Ochocientos dólares fue lo que me gané con un cliente anoche.

— Vaya, eres una puta millonaria.

— Lo soy, lo soy —presumió, mientras seguía mirando los billetes—, ¿qué tal si pedimos unas vacaciones en un tiempo más y viajamos?

— Suena increíble.

— ¿Verdad que sí? Algo merecido.

— Sin dudas. Ya te estás proyectando, Duff.

— Estoy ilusionado.

Duff McKagan miró hacia arriba con los ojos brillantes. Amaba ganar tanto dinero y poder planear viajes a cualquier parte sin ningún inconveniente. Por cosas como esas, adoraba demasiado su trabajo, porque le permitía ganar demasiado dinero y podía darse los mejores lujos, tener sus cuentas al día sin preocupaciones y vivir bien.

Él no era como el resto o la mayoría de los chicos de su edad, los cuales estaban finalizando su carrera universitaria o incluso formando su familia en algunos casos. Pero Duff no; él tenía mucho más dinero que todos ellos porque, según él, era el único inteligente que en verdad sabía lo bueno de la vida. Veía a los demás frustrados y le causaba gracia, porque a su parecer, ellos escogieron esa vida.

Le daba pánico imaginarse con niños, teniendo que cancelar planes por ellos y dejando de lado las cosas que le gustaban por hacerle el gusto a los mocosos, además de gastar demasiado dinero en sus cosas; en ropa, comida, en remedios para cuando se enfermen, en juguetes, luego en la escuela y así hasta el final de sus días. Él no quería esa vida; para nada.

Para Duff, era mil veces mejor gastar un poco en anticonceptivos en lugar de gastar miles y miles de dólares en niños y su bienestar cuando Michael prefería su bienestar personal y ya. Prefería ocuparse de él mismo.

Habían cosas que Duff odiaba, como por ejemplo, que llegasen a contradecirlo, que quisieran "hacerlo entrar en razón", que le dieran largos discursos que al final terminaba ignorando, entre un sinfín de cosas. Quien particularmente se preocupaba demasiado por él era, lógicamente, su madre. La mujer llevaba demasiado tiempo intentando salvar a su hijo, sin embargo, no podía hacer mucho cuando Duff se resistía a toda costa y la enfrentaba. Fue así, que de un momento a otro perdió el contacto con su madre.

Sus padres se habían divorciado cuando él tenía dieciséis y encontró a su papá con la vecina. Esa infidelidad destruyó la familia y su estabilidad. Luego, se volvió más fuerte y desarrolló una personalidad característica que algunos idolatraban y otros detestaban. Duff no permitía que nadie le hiciera daño desde su adolescencia y aquel quiebre en su familia. La ausencia de su padre después del divorcio con su madre le causó un vacío demasiado grande. Había sido demasiado traumante ver a su héroe fallarle de esa manera y que luego se olvidara de él.

La gente deshonesta estaba en la lista de cosas que Duff realmente odiaba.

Pero si había algo que adoraba, era que los hombres llegasen como corderitos a sus pies para rogarle aunque sea un poco de atención.

Duff era manipulador con los hombres. Ellos hacían todo lo que Duff quería y lo consideraban un rey. Más que nada, eso lo consideraba una virtud. Al fin y al cabo, siempre obtenía todo lo que quería.

Dejó los billetes contados en la mesa y del bolsillo de su chaqueta sacó una cajetilla junto con su encendedor. Su amigo no tardó en pedirle un cigarrillo también.

— No jodas, Steven. Trae tus cigarrillos, zorra.

— Dame de los tuyos, siempre son los mejores.

Duff rodó los ojos y le dio uno a su amigo. Cuando Duff encendió el suyo, le entregó el encendedor.

— ¡Uh, es rico! Sabe a caramelo o algo. —dijo el contrario, luego de dar una larga calada.

— Es de frambuesa.

— Es muy de zorra fumar esto.

— Zorra como yo —aseguró McKagan—. ¿Qué hora es?

— La hora de ser una puta de mierda. —contestó Steven.

— Jódeme, ¿ya hay que arreglarnos? —se exaltó el contrario.

— No, falta una hora aún. Es temprano, tranquilo.

— Steven, si me atraso por tu culpa, voy a joderte la existencia, maldita perra. —lo amenazó Duff.

Steven volvió a dar una calada mientras miraba extrañado a su amigo. No tardó en reírse por esa amenaza tan "infantil" que le hacía Duff, sin embargo, era algo que definitivamente Duff diría con el afán de amenazar y dejar en claro su superioridad.

Al transcurrir una hora, ambos tuvieron que levantarse y dejar el balcón del edificio para adentrarse al lugar y caminar hacia unos camerinos.

Duff se puso una camiseta corta de color rojo, shorts negros y medias del mismo color que resaltaban sus piernas. Mientras se hacía unos retoques frente al espejo, Steven tocó la puerta.

— Duff, te buscan.

McKagan se acomodó la camiseta, sin dejar de observarse al espejo. Luego se acercó y examinó si su maquillaje estaba perfecto. El maquillaje consistía en sombras púrpuras y un labial rojo.

— ¿Está a mi altura? —le preguntó a su amigo, mientras se aseguraba de tener el tono perfecto en sus labios.

— Sí. —contestó Steven.

— De acuerdo; ya voy.

— No te tardes.

— No lo haré.

Steven se retiró y Duff se observó unos segundos más, hasta que estuvo conforme. Al salir, el ambiente del lugar lo llenó de muchas sensaciones; comenzaba a aflorar su otra personalidad, y podía sentir billetes en sus manos.

Cuando encontró al hombre que lo buscaba, se percató al instante de que por su forma de vestir y de lucir, tenía mucho dinero. Se veía joven, no superaba los veintisiete años. Tenía cabello marrón y corto, tez blanca y pecas.

A Duff le agradó inmediatamente, y se acercó a él para entablar una breve conversación. No hizo falta intercambiar muchas palabras para darse cuenta de que ese hombre estaba muy atraído por Duff, dispuesto a pagar una gran cantidad de dinero.

Duff esbozó una amplia sonrisa y aceptó.

Sí, de esa manera ganaba dinero Duff. Era un famoso y reclamado prostituto.

𝐃𝐢𝐫𝐭𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐞𝐲. ⌞Sluff⌝Donde viven las historias. Descúbrelo ahora