10

435 48 5
                                    

De un momento a otro, una completa extraña está sentada en frente de mí, buscando en su celular el nombre más raro de algún cóctel mientras hace el intento fallido de pronunciarlo. El camarero le corrige gentilmente y luego me mira. Termina pidiendo lo que creo que siempre termina pidiendo. Caipirinha. La punta del bolígrafo golpea la hoja del cuadernillo y ambos esperan por mi pedido cuando mi silencio se debe a que me había quedado embobada mirándola y descubro en mis labios una sutil sonrisa que camuflo enseguida con un carraspeo.

Esta extraña es genial y me va gustando cada vez más y no es algo que pueda o quiera detenerse. Al contrario. Todos mis sentidos se adentran en el único objetivo de estudiarla con perspicacia y aprenderme sus movimientos, sus reacciones; hallarla sustancial, diferente, como aquello que recién sale a la luz y todos hablan al respecto, y al comienzo nadie sabe si aplaudir o encerrarse en su casa haciendo cuarentena, maldiciendo el momento en que apareció.

Y vaya que ya había estado un par de veces en la segunda zona. Ya sabes, esa zona de ser cualquier cosa menos lo que quieres ser. La segunda opción. La opción que nunca terminan eligiendo. Ahora no es tan diferente, pero tampoco tan aterrador. El corazón parece estar sintiéndolo venir que, de alguna u otra forma, por cosas del pasado, ya está preparado.

Solo por eso, me da pase libre a lanzarme al vacío sin temer a enamorarme de ella. Por primera vez enamorarme no me da tanto miedo, aunque parece ser solo si es de ella. Pero tal vez eso la hace diferente: Beatriz no se siente una región inexplorada, tal vez al comienzo cuando no creía que una mujer tan guapa esté en mis narices. No, ahora que he aceptado aquello, ella se siente a añoranza como volver a la habitación de nuestra infancia; sencillez de no buscar lo más difícil de nada; calma. Y todos saben que después de un día de mierda, uno solo quiere calma.

Entonces no me da miedo mostrarle mis sentimientos a través de mi mirada. No me da miedo que se de cuenta si me quedo observándola como un amante observa a su musa. Porque ahora mismo ella puede mostrarme el poder de sus defectos y yo le diría "Viste que el amarillo te queda espectacular o ¿serás solo tú que eres hermosa?"

No me importan los anillos. No. Este sentimiento seguiré celebrándolo a solas.

Me pido lo mismo, ambos asienten. Él por compromiso y ella por puro placer. Luego mira hacia un lado a dirección de su celular que había sido descuidado sobre la mesa. Yo he olvidado marcarle a mamá, debe estar preocupada, así que lo hago y lo vuelvo a guardar cuando termino. La yema de sus pulgares golpean un par de veces la pantalla, presionando, al fin, el botón de apagar.

Me pregunta cómo ha ido mi día y me veo contándole ciertas partes debido a que constantemente va cambiando de tema. Termina diciéndome que la mesa de atrás ha pedido unos quesos rebozados que se ven muy ricos. El chico llega con nuestros tragos y ambas quedamos desanimadas porque nos imaginamos otro tipo de copa, otro tipo de bebida... y evidentemente otro tipo de sabor.

Es una mierda, le escucho decir sin ataduras cuando no hay terceros. Ya sabemos que nunca ha pisado este lugar. Dudo que lo vuelva a hacer. Pero tampoco sabe mantener contacto visual en una conversación y creo que le cuesta prestar atención.

O tal vez sea conmigo que medio no le importa tanto.

No está tan mal, pienso. O sea, el trago por supuesto. Pero no creo que esto pueda arruinar mi momento. No si ella sigue en frente de mí y yo sigo acompañándola. Un escenario que solo había sido posible en mis pensamientos más remotos. Me tengo que morder la lengua, me digo, solo por si acaso.

Me pregunta un par de cosas más, esta vez me deja terminar una oración mientras va bebiendo sorbos continuos y sin apartar la mirada. Respondo con monosílabos lo más que puedo porque siento que nada de lo que pasa en mi día es interesante y no quiero aburrirla. Así que termino mis oraciones y enseguida le pregunto sobre ella. Lo máximo que pueda porque... qué ganga la de escuchar su voz y conocerla desde la fuente principal. Es ella ahora la que es un poco cortante. Sí, tengo familia en otra ciudad, pero yo llevo acá casi diez años. No, jamás se me pegará este acento sureño horrible. ¿No me crees? Bueno, será porque pasamos poco tiempo juntas que no lo notas aún. Ellos se saben controlar, no creas que todos somos así. Claro, cuando puedo frenarlos, lo hago, pero es una pérdida de tiempo así que me contengo y simplemente los ignoro. Me vine solo por independencia, estaba fastidiada de tenerlos sobre mis hombros. Creo que en distancia nos llevamos mejor. Ninguno piensa cambiar las cosas, estamos bien así. ¿Qué tal tu familia?

MULIERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora