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"El destino es el hilo que tejemos con nuestras acciones, y solo al llegar al final del tapiz comprendemos verdaderamente su significado."
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Largos días habían transcurrido ya desde que el dragón que tenía como posesión había abandonado Oldevorth. El rey se sentó en su oscuro trono de obsidiana, rodeado por las sombras que danzaban al compás de las llamas del fuego que ardía en el centro de la estancia. A su lado, uno de sus más fieles vasallos se inclinaba ante él, temblando de miedo ante su presencia.
Aenor, un antiguo conjurador, cuyo intento por alcanzar el dominio sobre los elementos había fracasado, había sido parte de la compañía del rey desde tiempos inmemoriales, aquellos que sólo los anales más antiguos de la historia de Lyriandor podrían recordar. De semblante antiguo, mas apenas marcado por los años, sus hebras capilares, extendidas y plateadas por el peso de la edad, se enredaban desaliñadas, y su barba de longitud modesta y descuidada. Ataviado con ropajes sombríos y descuidados, un par de collares de piedra obsidiana adornaban su fatigado cuello y la región superior de su pecho; presentes otorgados en agradecimiento por los años de servicio dedicados. En sus ojos, de un gris tan ancestral como su apariencia, se reflejaban la avaricia y malicia que reposaban de igual modo en su corazón. No hallaréis términos halagüeños para pintar la figura o la presencia de este anciano. Era un hombre arisco y temeroso, un ser sin honor ni dignidad, cegado por el poder que poseía el rey, a quien ofrecía sus servicios con fervor. Además de su papel como hechicero personal del monarca, también actuaba como uno de sus principales consejeros, ocupando el tan codiciado segundo lugar en la jerarquía de aquel oscuro reino.
Entre el gélido crujido de la negra piedra que conformaba el castillo y la sombra que se cernía en su alma, la voz atronadora del rey se hizo oír, sacudiéndolo de sus oscuros pensamientos como un rayo de luz en la negrura de la noche.
- "Maese Aenor." - Dijo el rey con una voz fría como el hielo y repentina como el alba del invierno. - "Habladme de los unicornios." - Exigió.
Aenor tragó saliva antes de responder. Aunque la interpelación de su amo lo cogió por completo de improviso, y era una cuestión que le había planteado en innumerables ocasiones, comprendía que su deber consistía en dar respuesta, pues de desatender tal deber, el castigo que le aguardaba sería extremadamente riguroso. - "Mi señor, los unicornios eran seres de gracia inigualable. Poseedores de cuernos espiralados que irradiaban luz etérea, estos seres mágicos fungían como portadores y conductos de la magia misma. El último de su especie, según creemos, habita en los confines de Lyriandor, oculto en un cuerpo humano. Sobre sus cuernos reposa la leyenda de que son un tesoro de inmenso valor, capaces de conceder cualquier deseo al que los posea." - Las manos del inseguro conjurador danzaron en un torbellino de movimientos temblorosos, sus dedos ajados entrelazándose en una coreografía de ansiedad mientras luchaba por contener el temblor en su voz. Ya había perdido la cuenta de las ocasiones en que su rey le había planteado esa misma pregunta, y anticipaba con temor la reacción que este podría tener ante su respuesta.
El rey asintió, con una mirada fría y codiciosa en sus ojos. Pasados breves momentos, intervalos que mantuvieron al conjurador malévolo en un estado de inquietud, el sombrío monarca finalmente pronunció sus palabras. - "Ya sé todo eso, Aenor." - Tembló el mayor. - "Pero decidme, ¿Por qué estoy interesado en el último de ellos, el último unicornio?" -
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Ginura de Fuego
Fantasy"En un mundo de sombras y penumbras, ella es mi única fuente de luz, la luz de mi existencia. Pero nuestros caminos, nuestros destinos y nuestras razas son incompatibles, y sé que nunca podríamos estar juntos. Mi amor por ella arde como un fuego abr...