Prólogo

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Dedicada a la persona en que se que puedo contar siempre, y que más amo en este mundo.

Bajo la implacable fulgor del ígneo astro del mediodía, la tupida e insondable jungla tropical de la reserva forestal de "La Selva de Cross River" se despliega majestuosa y enigmática, con su prodigioso follaje y sus intrincados laberintos de lianas y enredaderas. El sargento Smith, experimentado combatiente que ha dedicado una década y media de su vida al servicio militar, y su equipo, avanzaban con determinación en su sagrada misión de patrullar la inhóspita y peligrosa zona. Si bien el sargento ha confrontado muchas situaciones comprometidas y adversas durante su trayectoria castrense, nada en su dilatada carrera podría haberlo preparado para lo que se cernía sobre ellos en aquel lúgubre y ominoso paraje selvático.

Los nervios de acero de Smith y sus compañeros se tensaron al avanzar con cautela por la densa jungla, manteniendo los ojos bien abiertos ante cualquier peligro potencial, pues la vida y la muerte se entrelazan en una danza interminable. Cada rama quebrada, cada hoja agitada, podía ser la señal de un peligro mortal acechando en la maleza. De repente, un sonido inconfundible resonó en el aire, un sonido que solo aquellos con experiencia en la guerra y la supervivencia en la naturaleza podían reconocer tan rápidamente. El correr veloz del agua se filtró en los oídos de los soldados, capturando su atención en un instante, sabían que significaba que habían encontrado un río. Sin embargo la presión de la misión les impedía relajarse y bajar la guardia.

La maleza se agitaba con cada pisada del sargento y sus hombres, los cuales avanzaban con precaución hacia el río. Los árboles colosales y frondosos formaban un dosel verde que apenas permitía la entrada de los rayos del sol, otorgando un ambiente más sombrío y ominoso a la ya amenazante selva. En ese momento, un sutil sonido que discernió entre el rugir del río llamó su atención. Uno de los reclutas se giró hacia la espesura, pero no encontró nada fuera de lo común. La tropa continuó su avance sin percatarse de que sus movimientos eran vigilados de cerca. No muy lejos, un monstruo de proporciones gigantescas se movía furtivamente, oculto en la densa maleza, acechando a su presa con astucia depredadora.

El río que habían estado buscando se encontraba a escasa distancia, pero antes de que pudieran alcanzarlo, un colosal lagarto emergió con un atronador rugido que estremeció todo a su alrededor. Los soldados desenfundaron sus armas, y lucharon con bravura, disparando sus fusiles con determinación, pero la criatura era demasiado formidable. Con su mandíbula escancarada, el gigantesco animal se abalanzó sobre ellos, dispuesto a hacerse con su presa. Los reclutas intentaron retroceder, mas era imposible escapar del temible monstruo que los había acechado en la oscuridad.

El monstruoso reptil, de proporciones inimaginables, se deslizaba por la densa espesura del bosque, emitiendo un siniestro y sibilante sonido con cada movimiento. Su velocidad y agilidad sobrehumanas le permitían avanzar con una fluidez y elegancia que eran un espectáculo aterrador para los pobres testigos de su accionar. La impresionante velocidad de la bestia dejó al sargento absorto y momentáneamente sin aliento, lo que le llevó a perder el control sobre sus piernas, y en un instante de descuido, tropezó con la retorcida raíz de un antiguo árbol, y cayó violentamente sobre su costado, sintiendo un dolor punzante en su cintura, pero rápidamente se recobró del percance. A pesar de los esfuerzos de sus hombres, cuyas manos firmes sujetaban armas letales, la criatura parecía inmune a los proyectiles que impactaban en su piel escamosa y espantosamente resistente, lo que consiguió infundir en ellos un terror profundo e indescriptible. Pese a la desesperación que se cernía sobre ellos, un soldado, mostrando una valentía digna de mención, arrojó una granada hacia el saurio, pero este, con una intuición demoníaca, apresó al soldado con su potente fauce antes de que pudiera hacer explotar la carga, arrastrándolo a través de la jungla con una fuerza que parecía sobrenatural. El pobre desdichado luchó por liberarse del férreo y mortal agarre del monstruo, pero en vano. Su sangre brotaba en violentos surtidores mientras era arrastrado hacia el abismo de la muerte. Los otros soldados, paralizados por la conmoción, dispararon sus armas de forma desesperada en un intento inútil de proteger a su camarada de aquel terrorífico enemigo, pero era evidente que aquel engendro estaba más allá de su alcance. Con una sangre fría y brutalidad que superaban todo lo que pudiera concebirse, el lagarto devoró al soldado en un instante, dejando tras de sí un rastro de sangre, destrucción y muerte.

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